¿QUIÉN PODÍA ARRANCAR LAS VIÑAS EN EL REINO DE VALENCIA?

13.01.2018 16:54

 

                El agro valenciano ha captado la atención de muchos observadores por distintos motivos. Más allá de las fáciles exaltaciones de la feracidad del paisaje, de los pensiles, de los vergeles de los poetas, se han topado sus campesinos con importantes dificultades derivadas de la falta de agua, de dinero o de otros motivos. A pesar de todo, en muchas áreas valencianas se consolidó una mediana y pequeña explotación del terrazgo, con gran peso en la vida social. La figura de la enfiteusis, con su división entre el dominio directo y el útil, tuvo no poca incidencia en ello.

                Tal fue el caso de la encomienda de Silla, que formó parte del patrimonio de la orden del Hospital y después del de Montesa. En 1243 el maestre del Hospital y castellán de Amposta había concedido condiciones de poblamiento a un grupo de cristianos. A cambio de recibir una serie de heredades en el término, debían satisfacer al año una serie de imposiciones anuales, como la quinta parte del fruto de los olivos y la octava de los cereales, las viñas y otros árboles. En 1248 se otorgó una nueva carta puebla por al maestre hospitalario, esta vez para sesenta pobladores cristianos. Las condiciones de poblamiento y roturación del marjal de Silla se establecieron en 1308. Los bienes hospitalarios del reino de Valencia pasaron a la orden de Montesa, sucesora de los extintos templarios e instaurada entre 1317 y 1319. En Silla marcaron su camino desde el punto de vista agrario.

                Los veinticuatro kilómetros cuadrados, confinantes en parte con la Albufera, de la encomienda contabilizaban hacia 1633 unos 150 vecinos o cabezas de familia, unos seiscientos habitantes si aplicamos el coeficiente cuatro, lo que daría una densidad media de 25 habitantes por kilómetro cuadrado, superior a la de más de 21 del bailío de Sueca e inferior a los 85 del de Moncada. En relación a fines del siglo XVI, su número había disminuido en unos cincuenta vecinos, si bien la estimación de sus rentas anuales había pasado de 1.700 a 2.000 libras. La encomienda producía trigo, cebada, aceite, algarrobas, seda y especialmente mucho vino, en una afortunada combinación de agricultura promiscua.

                En 1624 se convirtió en comendador de Silla, por merced real del hábito de Montesa, don Cristóbal Milán de Aragón y Coloma, que en 1605 había sido elevado de conde a marqués de Albaida. Sus descendientes podían sucederle al frente de la encomienda, pero tenía que responder de una pensión a favor de don Pedro de Borja de 600 libras al año sobre las rentas de la encomienda.

                Don Cristóbal disponía de la jurisdicción Alfonsina, que le vedaba aplicar la alta justicia, reservada al rey, pero gozaba de gran ascendiente como señor del dominio directo de todas las casas y posesiones, incluyéndose árboles frutales como los olivos, los algarrobos, las moreras y las viñas. Uno de los beneficiarios del señorío útil o del aprovechamiento de los bienes inmuebles, Miquel Fort, había arrancado una viña sin su permiso. La justicia real desaprobó en este caso la iniciativa de hombres como Fort, y reforzó la posición del comendador. Tal comportamiento había desafiado un uso muy arraigado en el reino de Valencia. A la larga, los cultivadores valencianos harían valer sus posibilidades como posesores útiles frente a los señores.