¿UN TIEMPO DE DECADENCIA?

02.07.2017 15:57

 

                Un puerto en auge.

                En 1585 desembarcaron en Alicante embajadores de tres daimios japoneses que iban a rendir homenaje a Felipe II. Aquel mismo año el duque de Toscana fletó desde aquí su galeón para transportar municiones a La Habana. El puerto alicantino había ganado relevancia dentro de los extendidos dominios de Felipe II y por el mismo salía a Italia gran cantidad de numerario de particulares. Entre 1565 y 1606 el arrendamiento del derecho del muelle pasó de 90 a 396 libras.

                Frente a la tradicional idea de rivalidad con Cartagena, Vicente Montojo ha demostrado la cooperación entre las comunidades mercantiles de ambas ciudades, que fueron capaces de proyectar su influencia en Almería y Málaga. Junto a los de Cartagena y Barcelona, el puerto de Alicante era uno de los puntos de extracción de seda en rama, en nuestro caso también de procedencia murciana. Miembros de familias de comerciantes de Alicante se establecieron en Cartagena sin perder sus vínculos. A veces los mercaderes alicantinos quisieron disponer de la saca exclusiva de productos como el esparto, lo que les fue confirmado por el rey en 1596. Desde 1591 un credenciero o juez especial atendió a los litigios de los comerciantes de los reinos españoles.

                En el puerto de Alicante abrieron consulado Génova, Francia, Inglaterra o Ragusa. El de los franceses ocasionó más de un quebradero de cabeza por el estado de guerra que padecía su reino. En 1602 un capitán raguseo dijo recordarse del milagro de la salvación de las Sagradas Formas de Santa María de 1484, en plena exaltación del Corpus Christi por la Contrarreforma. Los portugueses, incorporados a la Monarquía hispánica, trajeron a Alicante atunes y especias como la pimienta. Enemigos de la misma Monarquía, los holandeses comenzaron a interesarse vivamente por los negocios alicantinos. Cargaron lana y sal a cambio de unas especias por las que combatieron denodadamente en Asia. La tregua de los Doce Años (1609-21) favoreció enormemente este contacto.

                Alicante no padeció el hambre castellana de 1584-85, pero en 1593 solicitó trigo. Entre 1597 y 1602 la pestilencia y una serie de males asociados atacaron la población española. La de la estricta ciudad de Alicante pasó de 1.109 vecinos o 4.990 habitantes en 1572 a 1.273 vecinos (unos 5.728 habitantes) en 1602.

                La Huerta y el pantano de Tibi.

                Entre 1585 y 1621 no se registraron episodios significativos de sequía, pero sí de grandes precipitaciones puntuales. Para agosto de 1612 y noviembre de 1617 el cronista Bendicho dio razón de grandes lluvias, que dañaron el monasterio de la Santa Faz y colmaron de agua la Albufereta. En aquellos días de inundación, una barquita podía navegar cerca del camino huertano de la Condomina.

                Los alicantinos, no obstante, fueron muy conscientes de los problemas de escasez de agua y apostaron decididamente por ampliar la red de regadío de la Huerta, tan importante para su economía. En 1579 se pidió desde Muchamiel (segregada de Alicante el 7 de junio de 1580) liberarse de las servidumbres del antiguo riego y el 17 de agosto de 1580 se acordó construir un pantano en el desfiladero del río Seco por Castalla. Las obras se detuvieron en 1589 y prosiguieron al año siguiente por mediación de Pedro Franqueza. El 5 de octubre de 1594 concluyó la primera obra del pantano de Tibi. El 19 de abril de 1601 padeció una rotura y se tuvo que volver a obrar.

                El alzado del pantano supuso concertar cuantiosos préstamos. En 1592 se nombró a Cristóbal Martínez de Vera y Nicolás Dezllor para lograrlos. El 18 de enero de 1593 se concertó uno de 2.800 libras (con una pensión anual  de 2.800 sueldos) con Philippo Massuch de Lamiela, el 29 de agosto de 1594 otro de 2.100 libras con el notario Pere Juan y el mismo día uno de idéntica cuantía con el caballero de Alcoy Vicente Bosc. La rotura de 1601 ocasionó más dispendios y el 21 de agosto de aquel año ya se tuvo que pedir un préstamo de 2.000 libras, que se quedó cortó. A 20 de noviembre se solicitó otro de 3.000. Se calcula que entre 1580 y 1604 se gastaron unas 64.889 libras, de las que 17.700 correspondió pagarlas a Muchamiel.

                El pantano permitió duplicar con 336 hilos de agua más la capacidad de riego y permitió ganar al año unas 210.000 libras. Pese a todo, se castigó el fraude y el robo de agua en 1607. El pantano vigorizó la Huerta en un momento ciertamente expansivo. El 3 de diciembre de 1593 la localidad de San Juan también se segregó. Entre 1572 y 1602 la población de Muchamiel pasó de 373 a 431 vecinos y la de San Juan de 157 a 251, unos 3.069 habitantes entre ambas a comienzos del siglo XVII.

                La ciudad de los humanistas y de la cultura.

                A finales del siglo XVI los saberes greco-latinos alcanzaron un gran reconocimiento en muchas localidades españolas. Caballeros y eclesiásticos se aficionaron al humanismo dentro de los límites trazados por el concilio de Trento.

                Los restos ibero-romanos del tossal de Manises proveyeron durante mucho tiempo materiales de construcción para puentes y casas, pero e l humanismo detuvo parcialmente el expolio. Entre 1604 y 1619 se coleccionaron medallas y sellos de bronce. Las lápidas en lengua latina se leyeron con mayor precisión. La asociación de Alicante con Ylice estaba en ciernes para resaltar la antigüedad y el prestigio de la ciudad.

                En Alicante se estableció la familia de origen genovés de los Luganos, reputados marmolistas. Hicieron esculturas aquí y vendieron piezas de mármol de Carrara a particulares de Murcia y Toledo.

                El templo de la ciudad.

                El gusto por la Antigüedad se entendió como un refuerzo del carácter cristiano de Alicante. Desde 1593 se quiso declarar colegial a San Nicolás. Se logró el 24 de julio de 1600 y el templo fue agraciado con la renta de mil libras de los fondos municipales y varios beneficios, como dos suprimidos en Santa María, que se había opuesto infructuosamente a la citada declaración de su rival desde 1596. En 1615 se destinó la sisa de la carne para la reedificación de la colegial, cuyas obras comenzaron el 9 de marzo de 1616. Paralelamente, los fabriqueros de Santa María se enfrentaron desde 1610 a la deuda dejada por el jesuita Teófilo Berenguer.

                En Alicante se establecieron los agustinos en 1585, los dominicos y los carmelitas en 1586, los capuchinos en 1602, los agustinos en 1606 y los jesuitas en 1619. En 1614 se concedió a las monjas de la Sangre de Cristo el privilegio de amortizar bienes por valor de 8.000 ducados, con la solicitud de liberación del derecho de sello por tal merced. Sin embargo, la afluencia de nuevas órdenes y las concesiones no convirtieron la mercantil Alicante en una ciudad levítica como otras de nuestra geografía.

                La casa de la ciudad.

                En 1590 se concluyó la sala menor del archivo municipal, que en 1601 se integró en la gran sala. Entonces las casas consistoriales disponían de dos calabozos para delincuentes del estado llano, de tres para los caballeros, capillas e incluso unas carnicerías abiertas hacia la plaza del Mar. En 1618 se concluyó el balcón de las casas. El bombardeo francés de 1691 le causaría deplorables daños.

                Otra obra de gran relevancia fue la de la casa del rey, el alfolí donde se depositó la sal de la Mata. Sus tres arcos se abrieron a la mar. A comienzos del siglo XVII se adscribieron a la gabela de la sal de Alicante las de Alcoy, Biar, Penáguila y Bocairente.

                El gobierno municipal.

                La insaculación no evitó los fraudes y la hegemonía de los Pascual en la política municipal entre 1547 y 1566. El comisario real Joan Ribera lo denunció en 1566 y en 1590 el rey intervino en las insaculaciones, pero hasta el 25 de septiembre de 1600 no se promulgaron unas nuevas ordenanzas.

                Al rey correspondió a partir de ahora la graduación de candidatos sin restricciones temporales, aunque se comprometió a escuchar a los alicantinos. Todo impuesto debía ser autorizado por él o su virrey expresamente. La gestión municipal podía ser inspeccionada o visitada.

                A los caballeros, menos del 7% de la población, se les reservaron el 16% de las responsabilidades municipales. Un año sí y otro no desempeñarían el justiciazgo, dos de las cinco dignidades de jurados y la tercera parte de los consejeros les corresponderían. Dentro del grupo, se intentó guardar el equilibrio entre los linajes de los Bosch, los Fernández de Mesa, los Martínez de Vera, los Pascual, los Mingot y los Vallebrera.

                La expansión de la ciudad hacía recomendable contar con otras fuerzas sociales. Los vecinos mayores de veinticinco años con una cierta fortuna y que supieran leer y escribir fueron aceptados. Pese a todo, los veintinueve ciudadanos de la Mano Mayor y los sesenta y cuatro de la Menor solo llegaron al 7% del vecindario.

                Entre los de la Mano Mayor encontramos servidores de la Monarquía, mercaderes, abogados y médicos de procedencia italiana, castellana y aragonesa. Los labradores o agricultores ricos descollaron en la Menor junto a notarios, pequeños comerciantes y boticarios.

                Las nuevas ordenanzas no evitaron las rivalidades y las envidias. La insaculación de tres notarios alzó una buena polvareda entre 1604 y 1605. En 1618 Francesc Canicia recordó la obligación de disponer de caballo para acceder a los oficios municipales.

                El subrogado del gobernador actuó en nombre del rey, aunque nunca pudo perder de vista los intereses y los puntos de vista de la oligarquía local. En 1605 el subrogado Álvaro Vic refrenó transitoriamente el bandolerismo.

                La rivalidad con Orihuela y la posición de Alicante dentro del reino.

                La expansión de Alicante llevó a cuestionar el predominio de Orihuela como capital de la gobernación meridional del reino de Valencia. Si en 1601 la bailía de Orihuela recaudó unos 78.000 sueldos o 3.900 libras por derechos comerciales, la de Alicante alcanzó los 155.000 sueldos (7.750 libras).

                Entre 1552 y 1592 se pretendió que el gobernador jurara en Alicante, y en 1596 se quiso separar la abogacía de la procuración fiscal de la bailía para contar con una propia y completamente deslindada de la orcelitana, que también abarcaría el valle de Elda. Desde Orihuela se replicó diciendo que la creación de una bailía a medida de Alicante perjudicaría al Real Patrimonio. Tales argumentos no detuvieron ante el rey a los alicantinos, que en 1609 pidieron un gobernador propio.

                De esta época ya data la rivalidad comercial con la ciudad de Valencia, si damos crédito a las palabras del cronista Escolano, si bien varios prohombres e instituciones de aquélla invirtieron en la economía alicantina.

                El letrado Monterde se encargó en nombre del virrey de tratar con la ciudad de Alicante, que en el servicio voluntario de las Cortes de 1602 pagó 16.000 libras frente a las 12.000 de Orihuela, las 7.000 de Morella y las 4.000 de Játiva. Solo la sobrepasó Valencia, con 30.000 libras.

                Los tratos con la corte y la corrupción pública.

                Con la consolidación de la monarquía autoritaria y el establecimiento de la corte en Madrid, con una breve estancia en Valladolid (1601-06), los municipios confiaron más en tratar sus negocios directamente con aquélla. Al celoso Felipe II sucedió su más despreocupado hijo Felipe III, que delegó mucho de su poder en su favorito o valido el duque de Lerma, también marqués de Denia que había sido virrey de Valencia. Los intentos de reivindicarle no han desterrado los fuertes cargos de corrupción que pesaron sobre él.

                En 1599, durante una estancia de Felipe III en el reino, organizó en Denia una verdadera celebración de Moros y Cristianos en la que los caballeros alicantinos Jaime Pascual y Cristóbal Mingot vistieron a la turquesca, lo que no dejó de ser una forma de acercarse al favor del valido para conseguir sus favores. A través de Alicante, el duque de Florencia le mandó en 1604 esculturas a Valladolid por medio del comerciante Juan Bautista Ulio. El de Lerma supo apreciar la riqueza alicantina y en 1607 se quedó con las rentas de sus escribanías, servidas por los Arcayna en el día a día. 

                Quien también supo sacar provecho fue Pedro Franqueza, hombre de confianza del valido que supo tallarse un cuantioso patrimonio. Ya cuando era secretario del Consejo de Aragón compró a Alicante las heredades del Palamó y Orgegia, donde en 1592 fundó el señorío de Villafranqueza según la jurisdicción alfonsina. A diferencia de su patrono, fue condenado y encarcelado en 1609.

                Los frentes abiertos de un imperio en guerra.

                El final del reinado de Felipe II y el comienzo del de Felipe III no difirieron mucho en política exterior. La guerra en los Países Bajos condujo al final al enfrentamiento directo con Inglaterra y a la intervención en Francia. Ingleses y holandeses irrumpieron con mayor fuerza en el Mediterráneo, donde se mantuvo viva la hostilidad con Argel. En 1585-86 los alicantinos salieron en rebato contra sus corsarios.

                A comienzos del verano de 1596 los ingleses saquearon Cádiz y se temió que también atacaran Alicante. El caballero alicantino de la orden de Montesa Juan Fernández de Mesa, que había servido en los galeones surtos en Cádiz, dio aviso del peligro, aun más grave si los ingleses eran auxiliados por los argelinos.

                Se nombró capitán de la plaza al general de la carrera de Indias Francisco Coloma. El 17 de agosto de 1596 el virrey autorizó a concertar un censo de tres mil libras para el castillo y de otro de igual cuantía para las murallas y municionamiento. La cosa al final no pasó a mayores.

                En 1597 los berberiscos desembarcaron en el litoral del término de Elche, confiados en la colaboración morisca. Al ser descubiertos, huyeron a las sierras de Agost y Tibi. La milicia alicantina participó en los combates y en la calle Mayor de Alicante se exhibieron las cabezas de algunos de los atacantes clavadas en puntas de lanza o colgadas de arcabuces.

                Las presas de cautivos y el cobro de los quintos reales llevaron a la capitanía general del reino, correspondiente al virrey, a nombrar al abogado fiscal del Real Patrimonio su auditor en Alicante, responsabilidad que en 1597 recayó en Teófilo Berenguer y en 1610 en Jerónimo Mingot.

                De esta situación de inseguridad supo sacar buen provecho el prohombre de origen genovés Francisco Imperial, que quiso animar el corso local. De 1601 a 1603 se siguieron con atención desde Alicante las fallidas operaciones contra Argel, ahora también aliado de los holandeses.

                Sin lugar a dudas, la acción más destacada en la que tomaron parte fuerzas alicantinas fue la expulsión de los moriscos. En el puerto de Alicante atracaron las flotas de galeras de Portugal, Nápoles, Sicilia, del duque de Tursis y la de la armada del Océano. Por aquí salieron 45.800 de los 150.000 moriscos valencianos desterrados. Grupos de aquéllos se alzaron en puntos de orografía intrincada como el valle de Laguar, donde combatió la milicia alicantina junto a otras y a las fuerzas regladas del rey. La derrota de los moriscos fue seguida de cautiverios y de la exaltación literaria de los vencedores.

                La expulsión de los moriscos y la tregua con los holandeses, además de la paz con Inglaterra, llevó a la Monarquía hispánica a acometer entre 1609 y 1614 varias ofensivas (La Goleta y Larache) en el África del Norte. Los suplicios sufridos por los pasajeros moriscos y de otras procedencias del buque inglés la flor del mar son indicativos del estado moral de su época. Vendidos indebidamente como esclavos en Alicante en 1610, por la complicidad de negociantes ingleses y prohombres locales, fueron finalmente liberados gracias a la determinación de personas como el jesuita Malonda.

                Después de la expulsión.

                Entre 1609 y 1612 las rentas de Alicante acusaron los problemas económicos derivados de la expulsión de los moriscos. Ya entonces el comercio alicantino aprovisionó al de la ciudad de Valencia, que sufrió la quiebra de muchos censalistas.

                Las universidades de Muchamiel y San Juan, muy endeudadas por las obras del pantano de Tibi, padecieron especialmente el golpe. Muchamiel pasó de 431 a 382 vecinos entre 1602 y 1618, y San Juan de 251 a 205. Varios habitantes de la segunda probaron fortuna en las nuevas poblaciones cristianas. El 22 de septiembre de 1614 retornaron ambas a los dominios de la ciudad de Alicante.

                El baile Pedro Martínez de Vera también encajó una severa quiebra en lo personal. Debía a la hacienda real 1.400 libras en 1617. Se quejó con amargura de la falta de brazos, de la depreciación de los arrendamientos por la falta de inversión y de la elevación de los costes de explotación agraria, derivados de la sustitución de los bueyes por las mulas.

                La expulsión agudizó las rivalidades y los reproches. En 1613 se sostuvo un proceso con el señor de Agost por pastos y jurisdicción.

                Para remediar la disminución de rentas se propuso al Consejo de Aragón reformar el salario del maestre racional, disminuir la deuda e imponer una tasa sobre los hilos de agua.

                La situación fue grave, pero no tanto como en otros puntos del reino de Valencia. De hecho, la ciudad de Alicante pasó de 1.273 a 1.340 vecinos de 1602 a 1618. El pan del mar hizo mucho.

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