ALICANTE SE ENFRENTA A LA CRISIS (1372-78). Por Víctor Manuel Galán Tendero.

14.04.2020 15:26

                En 1372, la entonces villa de Alicante se enclavaba en un área de alto riesgo, la frontera del reino de Valencia, noción que iba más allá de lo meramente geográfico. Expuesta a los ataques por mar, pero también terrestres por la relativa cercanía del reino castellano de Murcia e incluso de las incursiones de la Granada nazarí, su castillo vigilante de la costa le otorgaba un elevado valor estratégico, bien capaz de custodiar su apreciado puerto natural. En la pasada guerra entre Pedro IV de Aragón y Pedro I de Castilla se habían librado intensos combates por su dominio.

                Como villa con castillo en la frontera, el vecindario de Alicante recibió una serie de concesiones y ayudas de Pedro IV y de su hijo don Juan en calidad de lugarteniente real. Aquella situación especial merecía entre las gentes de la Baja Edad Media un tratamiento específico, una sensibilidad distinta por parte de monarcas tan celosos de su autoridad como Pedro el Ceremonioso, bien consciente de lo mucho que le había costado mantener Alicante bajo su dominio.

                El declive de Alicante era claro, no solo en el plano demográfico. Antes de la guerra con Castilla, los mercaderes foráneos introducían diversas mercancías, como ropas, por los seis portales orientados al mar. El peligro militar aconsejó cerrar cuatro. Al verse reducidos a dos los portales, los mercaderes tuvieron que descargar en la más alejada ribera de Babel, por mucho que algunos se conformaran con el portal del Mar. A los problemas comerciales se sumaron los productivos y las autoridades municipales vedaron la salida de trigo.

                Sin embargo, los guardianes de la saca de cereal fueron perturbados por el encargado del patrimonio real en la gobernación de Orihuela, su baile general, presto a cobrar ciertos derechos fiscales. En septiembre de 1372 fue reprendido a causa de ello por el rey, que también puso coto a las intromisiones de sus oficiales vía judicial inquisitiva en los asuntos alicantinos. La amenaza de despoblación en la frontera no se podía tomar a la ligera. Tan escaso era el vecindario cristiano que se reiteró la contribución de los escasos mudéjares y judíos de la villa y sus términos en los impuestos de la Diputación del General, tan necesarios para sufragar los gastos de la Monarquía.

                Semejante actitud comprensiva no significó que se abandonara la justicia regia a las apetencias de los poderosos locales, bien prestos a aprovecharse de las circunstancias. Juan Escuder, hijo del caballero don Jaime, violó a una doncella y se negó a rendir cuentas ante la autoridad real del gobernador. Fue secundado por su padre, Berenguer Togores, Guillem Rocafort, Joan Gras y otros prohombres. Su liga fue prohibida el 6 de abril de 1374, pues detrás de todo subyacía la cuestión de a quién correspondía el mando en última instancia.

                La recuperación de Alicante, como la de otros puntos del reino de Valencia, se vio obstaculizada por el mantenimiento del estado de tensión con Castilla y por la gran carestía que se padeció en 1374. El 20 de abril se autorizó a los alicantinos a abastecerse de cereal en Orihuela y el 12 de octubre a vender su abundante cosecha de higos por todos los dominios de los reyes de Aragón para conseguir el ansiado grano. La agricultura alicantina, fuertemente condicionada por la escasez hídrica y por la distribución desigual de los hilos de agua de regadío por la separación de su propiedad de la del terrazgo, se orientaba hacia una especialización distinta a la de los cereales. En vista de ello, se volvió a facultar a los alicantinos el 14 de agosto de 1376 a exportar dos años más sus higos, pasas y azebib. El comercio alicantino también brotó históricamente de la necesidad.

                El año 1375 había sido igualmente difícil, por culpa de la peste y de la zozobra política. A la distorsión de las relaciones comerciales se añadía la exigencia de fuertes pagos para asoldar tropas, tan costosas como las de caballería. En el otoño de 1374 ya se había recordado a los alicantinos que debían pagar los 146 florines de oro que se les habían repartido en Cortes. Las compañías de caballería de Jaime IV de Mallorca amenazaban el Norte catalán y se necesitaban fuerzas para contenerlas. No obstante, el lugarteniente don Juan insistió en que no se les forzara al pago entonces. La hostilidad con Castilla, que duró hasta el acuerdo de matrimonio entre Leonor de Aragón y Juan de Castilla en la primavera de 1375, ocasionó nuevos dispendios y que se convocara a Cortes otra vez para pedir más dinero.

                En años sucesivos, las peticiones de mayores recursos no aminoraron, con una Corona de Aragón comprometida en los frentes de guerra del Mediterráneo Occidental. A 1 de mayo de 1378 Pedro IV volvió a invocar la asistencia de Alicante para sus galeras y gentes de armas en las empresas de Cerdeña y Sicilia. La recuperación no fue sencilla, pues toda clemencia real contenía una estudiada política de reclamaciones. Sin embargo, Alicante logró sobrevivir y superar aquellos malos momentos.

                Fuentes.

                ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE.

                Armario 1, Privilegios Reales, Libro 2.