ALICANTE SE PROTEGE DEL PELIGRO OTOMANO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.06.2020 15:47

            La amenaza del imperio otomano.

            En 1535 Carlos V consiguió un resonante triunfo en Túnez, pero un sonado fracaso ante Argel en 1541. Los reinos mediterráneos hispánicos se vieron amenazados por los corsarios berberiscos, vasallos del sultán otomano, que a veces tuvieron la colaboración de los moriscos.

            Hacia 1550 su presión se intensificó sobre Alicante. El temible Dragut capitaneó dos incursiones en 1550 y en 1557. Los invasores evitaron la cercanía de su castillo y de las murallas de Alicante, desembarcando en las cercanías del Cabo de l´Alcodre o de las Huertas por sorpresa. Su objetivo se cifró en el apresamiento de personas y en el saqueo de bienes en honor de la guerra santa. El maestro de la entonces aldea alicantina de San Juan, que anduvo lento en calzarse sus zapatos, terminó capturado por los invasores berberiscos.

            El 24 de mayo de 1550 el enemigo, desembarcando de veintisiete naves, atacó el territorio de San Juan. Sus habitantes se acogieron a sus torres, especialmente la de la Maimona. El 8 de septiembre de 1557 catorce galeras de veintiséis bancos fondearon en la Albufereta, ubicándose en los umbrales de la Sierra de San Julián para atacar varias torres de los contornos.

            El peligro era tan grave en el reino de Valencia que sus principales autoridades tuvieron que esforzarse en poner a punto sus defensas. Así lo ordenó el virrey don Bernardino de Cárdenas el 8 de octubre de 1557 desde Játiva.

            Los enviados del virrey propusieron una serie de medidas concretas a las autoridades de Alicante y de San Juan, no siempre de fácil cumplimiento.

            Las obras de fortificación.

            El Monasterio de la Santa Faz se consideró esencial para la protección de las gentes de la huerta alicantina en caso de incursión. Se propuso reforzar su perfil militar en consonancia.

            Sus tapias deberían ganar en altura. El techo del dormitorio de las monjas se rebajaría con la intención de resaltar la eminencia de la torre del monasterio. Como una sola torre era insuficiente, se quería erigir una segunda. Cada torre acogería una guardia de veinte hombres, y se haría un acopio de armas, proponiéndose un mínimo de seis mosquetes.

            Todas estas obras eran más fáciles de proponer que de realizar. La cortedad de fondos dificultó el empeño. Finalmente en 1580 la misma ciudad de Alicante alzaría la segunda torre con puente levadizo desde el dormitorio de las monjas.

            El peligro otomano condicionó asimismo la arquitectura eclesiástica del núcleo de San Juan. La iglesia nueva de piedra blanca de San Julián, descrita per Bendicho, adquirió la fisonomía de una fortificación. Su nave única, con resonancias de los templos de la Reconquista, acogió cinco capillas por banda. Sobre éstas se emplazaron los aposentos, capaces de ofrecer refugio y un punto de defensa encumbrado ante un ataque.

            Los herederos de las torres de la huerta alicantina tuvieron el deber de atender oportunamente los requerimientos municipales de defensa. Los toques de queda se respetarían escrupulosamente por muy apartadas que estuvieran las torres, y sus criados atenderían a los menesteres de su protección sin excepciones. El gran historiador Fernand Braudel comentó que ante la acometida islámica del siglo XVI la Cristiandad mediterránea se erizó de fortificaciones protectoras. En nuestro caso hemos de diferenciar entre las torres de vigia y las de guardia de las grandes casas fortificadas de la Huerta.

            Las primeras sirvieron para alertar de la presencia de una armada enemiga. Según la ordenación virreinal de 1555 San Juan formó parte de una de las nueve demarcaciones litorales, la alicantina, del Reino de Valencia. Se concibieron cuatro torres principales (la de Agua Amarga, Alcodre, l´Illeta y Riu d´Aigües) auxiliadas por los puntos adicionales de vigilancia de la Sierra de San Julián, l´Illeta, Castellet Tinyós, Cova del Llop Marí, la Sofra, Garrofer y la Roqueta. Cada torre principal disponía en teoría de dos jinetes o atalladors de alerta. La Diputació del General valenciana  animó en 1557 su edificación siguiendo los postulados del afamado arquitecto militar Antonelli, pero a la altura de 1564 el dispendio de su construcción se mostró muy pesado.

            Las torres de las grandes casas eran anteriores a la amenaza otomana, relacionándose con la evolución de San Juan entre los siglos XV y XVI. En la partida de la Maimona se erigió una célebre torre vecinal. Los Pasqual de Bonanza alzaron una en las proximidades de nuestra localidad en el XV, y los Bosch otra a comienzos del XVI. Posteriormente los Ansaldo o los Salafranca auspiciaron la construcción de torres a mayor distancia del núcleo de San Juan.

            Un vecindario movilizado.

             Desde la Edad Media, al fin y al cabo, los vecinos del término de un municipio habían tenido la obligación de acudir a su defensa en caso de necesidad. La autoridad local los avisaba o cridava oficialmente. En caso de no atender a las crides se exponían a sanciones más o menos severas.

            Uno de los avisos más serios era el del toque de rebato, por el que los vecinos acudían militarmente ante un peligro. En ciudades como Alicante los varones en edad de empuñar las armas formaron la host o milicia local, articulada en unidades más reducidas como las decenas. A lo largo del siglo XVI esta fuerza vecinal mejoraría su dotación de armas de fuego.

            Los efectivos de San Juan insertos en la milicia alicantina ganaron en singularidad por su misión de protección de una zona amenazada por los ataques corsarios. Se pusieron los cimientos de la hueste de la universitat posterior, que porfió por limitar sus deberes de protección del Castillo de Santa Bárbara.

            La posesión de un corcel de guerra abrió el camino del reconocimiento social y de los honores municipales en Alicante desde la conquista cristiana. Sus ordenanzas ratificaron tal requisito, pero varios lo trampearon con vistas a ahorrarse el mantenimiento del caballo. Felipe II insistió en su cumplimiento, realizado a través de los alardos.

            Las fuerzas montadas eran de vital importancia en caso de rebato, y en el territorio de San Juan el caballero Francesc Pasqual, hijo del señor Guillem, estuvo al frente de una unidad de veinte cabalgadores. En caso de ausencia sus hermanos Bernat o Guillem asumirían el mando. Los Pasqual conformaron un poderoso linaje de caballeros alicantinos desde la Baja Edad Media, que alcanzaron su cénit en el siglo XVI. Escogieron el Monasterio de la Verónica como lugar de sus sepulturas.

            Todos aquellos con fortuna suficiente nutrieron la caballería local sin necesidad de la condición nobiliaria. El batlle o administrador de San Juan Pedro Bendicho cayó ante los corsarios embrazando adarga y lanza, siendo enterrado en la Capilla del Rosario de la Santa Faz. Su figura emerge como la de un verdadero Quijote alicantino.

            Se asignó a los lugareños unas obligaciones militares precisas, no siempre de fácil cumplimiento por motivos personales o laborales. A lo largo del siglo XVI se mejoró la dotación de armas de fuego, lo que a veces planteó el espinoso problema de su empleo más allá de las crides.

            Los hombres de Benimagrell y las alquerías tuvieron especial relevancia en la custodia de la Huerta, particularmente en las áreas de Garrofers, Barranquets, la Sofra o la Albufereta.

            En este cometido destacaron las familias de los Buades, los Torregrosa y los Navarro, lo que contribuyó sobremanera al orgullo pundonoroso (tan propio de la España de la época) de estos linajes de labradores.

           Resultados discretos, pero sólidos.

           Las soluciones adoptadas fueron en realidad una puesta a punto de fórmulas ya aplicadas durante la Baja Edad Media, cuando la piratería de toda laya golpeó nuestra tierra.

            No crearon una sociedad dispuesta para la guerra, aunque si reforzaron su orientación militar durante la segunda mitad del XVI al menos. En cierto modo resultó una alternativa viable al simple abandono de unas tierras ya demasiado valiosas. Bajo su amparo San Juan y Benimagrell pasaron de 157 hogares en 1572 a 251 en 1602, notable crecimiento que haría posible su primera segregación del municipio alicantino de 1593 a 1614.

            Fuentes y bibliografía.

            ARCHIVO MUNICIPAL DE ALICANTE.

            Armario 1, legajos 2 al 22.

            Armario 5, legajos 16 al 17.

            BENDICHO, Vicente, Chrónica de la Muy Ilustre, Noble y Leal Ciudad de Alicante, 4 vols. Edición de María Luisa Cabanes, Alicante, 1991.

            BRAUDEL, Fernand, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, 2 vols., México, 1981.

            REQUENA, Francisco, La defensa de las costas valencianas en la época de los Austrias, Alicante, 1997.