BATERÍAS DE COSTA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.11.2020 12:40

               

                La defensa de la costa del reino de Valencia fue una tarea ciertamente ardua, tanto por su extensión de más de 500 kilómetros como por los peligros que tuvo que encarar. A finales del siglo XVI, la amenaza de los corsarios de Argel (en la órbita otomana) era bien real, añadiéndose la hostilidad de las naves inglesas y las de otros enemigos de Felipe II.

                El marquesado de Denia se encontraba particularmente expuesto a sus ataques. Don Francisco de Sandoval y Rojas, su señor y futuro valido de Felipe III, fue virrey de Valencia entre 1595 y 1597, interesándose por mejorar las defensas del reino. En noviembre de 1595 giró una visita de inspección a su costa de poniente. En marzo de 1596 encareció el reparo de sus torres al Consejo de Aragón, que abordó el tema en el mes de septiembre.

                Asimismo, se propuso alzar nuevas torres en el puerto de Moraira (en el punto del Tosalet del Miquelet) y en la isla de Benidorm. En su trazado intervinieron los Veintiuno de la Guardia de la Costa, algunos soldados prácticos y el comendador sanjuanista de Ifac, que era un versado matemático y conocedor de la fortificación moderna, al modo italiano.

                Se requirió también el consejo del ingeniero Cristóbal de Roda Antonelli, que intervino en las obras del pantano de Tibi, pero la traza del comendador pareció más a propósito. Se elaboraron modelos de madera y los correspondientes dibujos.

                Las torres tenían la forma redonda, con un diámetro de siete metros, y estaban pensadas para albergar un sacre de seis libras que dispararía balas de hierro, dos piezas más pequeñas y un pedrero.

                Las torres alcanzarían una altura de doce metros y medio sin el parapeto, con más de un metro de alto e igual medida de ancho. Las paredes de sus cimientos serían de un grosor de poco más de tres metros y medio e irían disminuyendo en talud a unos dos metros para encajar mejor un bombardeo. Su parte inferior era, pues, bien maciza. Se harían terraplenes hasta la puerta, de madera y guarnecida con hierro, ubicada a distancia prudencial del suelo.

                Albergaría cada torre dos bóvedas en su interior, almacenándose en el cuarto de la primera municiones y vituallas. En el de la segunda se abriría una chimenea. Se dispondría una escalera de piedra para acceder a cada una de sus alturas.

                Se abrirían arquillos para arrojar proyectiles contra los que trataran de picar la torre o abrir a sus pies una mina, pues el campo de tiro de la arcabucería podía resultar insuficiente para evitar tales maniobras. También se harían al menos tres troneras para la artillería en la parte superior, en la plaza, con encajes para disponer tablones.

                El dispositivo defensivo quedaba completado por el establecimiento de un cortijo exterior para acoger a la gente que acudiera al socorro, al modo de las torres de cabo Roig o de la Horadada.

                Tales torres seguían el modelo de las erigidas en el virreinato de Vespasiano Gonzaga (1575-78) y las del vecino reino de Murcia. Podrían afrontar con éxito el combate con un buque de guerra. Se proyectaron, pues, verdaderas baterías de costa, que en el caso de la isla de Benidorm no se realizó.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajo 0560, nº 037.