EL SEÑOR INGLÉS DE NOVELDA ANTE EL PELIGRO FRONTERIZO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.01.2021 11:39

 

                A finales del verano de 1373, Pedro IV de Aragón y sus consejeros temieron una nueva ruptura de hostilidades por la frontera valenciana con la Castilla de Enrique II, su antiguo aliado. Ahora, afirmado en el trono, no se mostraba nada complaciente en cumplir sus acuerdos con el aragonés. Las negociaciones para alcanzar una paz pasaban por dificultades importantes y las empresas guerreras del infante de Mallorca Jaime IV al Norte de Cataluña añadían nuevos problemas.

                En consecuencia, se ordenó a los procuradores del marqués de Villena en Ayora, a los del conde de Ampurias en la frontera con Castilla y a los alcaides y autoridades de Ademuz, Castielfabib, Pedralba, Benaguacil, Villamarchante, Ribarroja, Serra, Tous, Monserrat, Chirel, Bicorp, Navarrés, Quesa, Caudete, Moixent, Agres, Onil, Castalla, Jijona, Petrer, Chinosa y Monóvar que acogieran en sus fortalezas y castillos a las gentes de sus distritos, con las oportunas vituallas. De la magnitud del peligro esperado da idea la amplitud geográfica del mandato real. Se pensaba que los ejércitos de Enrique II iban a emprender una campaña al modo de la de su hermanastro Pedro I cuando invadió el reino de Valencia años antes. Con una población escasa y unos recursos limitados, se consideró que la mejor estrategia era la afirmación defensiva en una serie de puntos fuertes.

                Los lugares de mudéjares cercanos a la frontera con Castilla tampoco debían escapar de tal medida y el infante don Juan de Aragón llamó la atención por aquel entonces a su portanveces de más allá de Jijona, el de la gobernación del Sur del reino, el caballero Nicolás de Proixida, sobre la situación de los de Novelda.

                El procurador del señor Matthew de Gournay había requerido que también pudieran acogerse a los castillos de Novelda y La Mola, por muchas suspicacias que despertaran entre las autoridades de la gobernación. El territorio noveldense, en pleno valle del Vinalopó, constituía un importante enclave de la geografía mudéjar valenciana.

                De Gournay residía entonces en la Aquitania inglesa, donde había recibido en 1367 la baronía de Guyenne y donde ejercería en 1378 la gobernación de Bayona. Nacido en 1310 e hijo de uno de los asesinos de Eduardo II en 1327, era un reconocido veterano de los campos de batalla de la guerra de los Cien Años y de sus episodios ibéricos.

                Había tomado parte en la batalla de Sluys en 1340, en el asedio de Algeciras en 1342-3, en la batalla de Crécy en 1346 y en la de Poitiers en 1356. Aunque al año siguiente asumió poderes en Bretaña en nombre del rey de Inglaterra, terminó formando parte de las temibles compañías blancas de Du Guesclin, que pasaron a la península Ibérica en apoyo de Enrique de Trastámara contra su hermanastro Pedro I, con la ayuda de Pedro IV de Aragón.

                Llegó a defender con éxito, dado su prestigio caballeresco, la causa de don Enrique en la corte portuguesa, pero cuando el Príncipe Negro irrumpió en la Península en ayuda de Pedro I, se sumó a sus huestes al recabar la ayuda de todos los caballeros de origen inglés en tierras hispanas. Luchó a su lado en la batalla de Nájera del 3 de abril de 1367, en la que el de Trastámara fue derrotado.

                El Príncipe Negro mandó al también caballero Hugh de Calveley a la corte de Aragón para que abandonara la causa de don Enrique. Pedro IV accedió. Como debía 2.000 florines a De Gournay, le otorgó el feudo de Novelda, sin la exigencia de servicio, el 9 de junio de aquel mismo año. Era una forma de prevenir ataques de sus contrincantes castellanos por aquel disputado territorio del reino de Valencia. Compró nuestro caballero, además, al mismo Calveley el castillo de La Mola en 1371.

                En 1388, retornó a la Península con motivo de la expedición a Portugal, pero ya no era señor de Novelda y de La Mola, que había vendido a la corona aragonesa en 1377. El experimentado caballero contempló aquel señorío de mudéjares como una inversión, lo que no le vedó comportarse militarmente con prudencia en momentos de peligro. Aquel zorro viejo, según algunos, inspiró a Chaucer el personaje del caballero de sus Cuentos de Canterbury, y formó parte de nuestra compleja Baja Edad Media.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Real Cancillería, 1.390, f. 114 r- v.