LA AGRESTE ALBUFERETA DE ALICANTE. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

23.08.2021 12:12

                La Albufereta de Alicante es hoy en día un popular paraje veraniego, con su playa y elevadas construcciones litorales. La placidez de sus bañistas está muy alejada de los peligros de otros tiempos, cuando fue paraje de desembarco de los temidos corsarios argelinos, al igual que su naturaleza agreste anterior. En 1928 se desecó. De rica Historia, la Lucentum íbero-romana se alzó en el cercano Tossal de Manises.

                Las piedras de Lucentia ya llamaron la atención de las gentes de los siglos XVI y XVII. El ciudadano Antonio Bendicho, junto a otros, las empleó en 1604 para el puente de carros del camino de la Condomina a la ciudad de Alicante. Se dejó previsoramente un desaguadero para las aguas de los marjales que abocaban a la Albufereta misma.

                El hijo de aquél, el famoso abad Bendicho, refirió en 1639 cómo se acrecentaron sus aguas en cierta ocasión:

                “Desaguava, también, por esta población la Albufereta, que es un estanque de agua viva, que por veneros de la tierra baxa de la sierra de San Julián, exepto la que mana en la fuente primera que está en el camino, de quien se benefician dos heredades, y, aunque antes era costa, haora con las avenidas se ha engrandecido, y en particular con las de 29 de agosto del año 1612 y con la del 1 de noviembre del año 1617, que fueron en tanta copia que entrambas rompieron a la parte del mar y la continuaron con ella, y yo vi entonces que una savia, con sus velas tendidas, se metió de la Albufereta hasta el cabo que es muy cercano del camino, y dio la vuelta, cosa que no sé yo se haya visto jamás.”

                Sobre su pesca apuntó:

               “Tiene abundancia de pescado y anguilas, no tan sabroso como el del mar, pero más dificultosos de pescar.”

               Sus uvas también fueron muy apreciadas, así como su buena posición:

              “Tenía Lusencia el puerto descubierto a Lebeche, pero muy seguro, y a la parte de Tremuntana mirava a la vega y huerta, que es hermossísima vista.”

                En 1797, el incansable Cavanilles también la contempló:

              “Hállase esta tierra preciosa y sigue largo trecho por uno y otro lado de la acequia mayor desde el molino de Gozalves hasta la heredad de Ruíz, y de ella se componen los sitios hondos de la Condomina hasta la Albufera, que es un depósito natural de aguas estancadas situado al nordeste de la sierra de San Julián, y principio meridional de la huerta por la banda del mar, no lejos de la antigua Lucentum, según se colige por los monumentos que se han descubierto.”

                Y sobre sus peligros refirió:

              “Las aguas de esta laguna, corrompiéndose en verano por falta de movimiento y por los despojos de los vegetales nativos, infectan la atmósfera, y producen tercianas, muchas veces rebeldes y malignas, que desde la Condomina se extienden a los pueblos de la huerta. Suelen verificarse las epidemias y ser de peor condición quando se limpia el pantano (de Tibi), por venir entonces turbias e infectas las aguas que beben aquellas gentes.”

                Propuso la siguiente solución:

              “Creo que pudiera remediarse semejantes daños si se hicieran aljibes donde se acopiasen aguas puras para el pasto. En varios pueblos de la huerta de Valencia los hay tan capaces, que uno solo abastece 400 familias todo el año; y quando el suelo de Alicante no permitiese excavaciones tan profundas, debieran construirse aljibes más pequeños, y en mayor número.”

                Con los años, se adoptaron soluciones más drásticas, pero nadie podrá borrar la importancia de la Albufereta en la Historia de Alicante.

                Fuentes.

                Vicente Bendicho, Crónica de la muy ilustre, noble y leal ciudad de Alicante. Edición de Mª. Luisa Cabanes, Alicante, 1991, pp. 42, 65, 68, 361, 472, 662, 789 y 791.

                Antonio José Cavanilles, Observaciones sobre la historia natural, geografía, agricultura, población y frutos del reyno de Valencia. Edición facsímil, Valencia, 2002, Tomo II, pp. 248-249.