LA BATALLA DEL PUIG Y LA ESTRATEGIA DE JAIME I. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

27.05.2020 17:29

 

                El teórico militar Basil Liddell Hart defendió la estrategia indirecta para vencer en una guerra y consideró torpe todo ataque que fuera una pérdida inútil de recursos, por muy heroico que pudiera antojarse. Las bizarras cargas de la I Guerra Mundial contra las trincheras ejemplificaron la suicida forma de pelear directamente. En sus estudios sobre los grandes capitanes del pasado, consideró que la Edad Media no ofrecía garantías de conocimiento suficientes. Sin embargo, el pensador británico no tuvo en cuenta el Llibre dels feits, la interesante crónica de Jaime I, en la que emerge como un claro maestro de la estrategia indirecta. Para abatir el poder musulmán de ciudades de la magnitud de Valencia, tuvo que emprender laboriosas maniobras de desgaste del oponente, como las que partieron desde el Puig de Santa María, cuyo dominio resultó de singular importancia.

                Conquistada en 1233 Burriana a los musulmanes, las fuerzas de Jaime I intensificaron sus ataques hacia Valencia. Incursionaron las cercanías de Murviedro o Sagunto. Atacaron con fuerza la torre de Moncada y la de Museros, apresando a varias personas para conseguir dinero por su rescate. Con estas acciones, pensaba también Jaime I ir doblegando la resistencia de sus contrarios. Consideró que, más allá de tales correrías, lo mejor era disponer de un punto fortificado desde donde desgastar a las fuerzas de la ciudad de Valencia. Anteriormente, Alfonso el Batallador había forzado la conquista de Zaragoza desde su fortaleza de Juslibol.

                Jaime escogió el castillo de Enesa, que los cristianos llamarían del Puig de Cebolla, a menos de veinte kilómetros al Norte de Valencia. El Cid ya había apreciado sus excelencias. Durante el invierno, cien caballeros mantendrían activa aquella frontera. Talarían las cosechas de sus rivales llegado el buen tiempo. Así pensaba el rey lograr el territorio hasta Játiva y con tal fin encomendó la empresa a su tío Bernat Guillem de Entenza, cuya contestación no fue nada entusiasta.

                La acción era arriesgada y los musulmanes derrocaron la fortificación de Enesa, conocedores de su valía estratégica. Jaime no se arredró y en los comienzos de la primavera de 1237 ordenó hacer en Teruel veinte pares de planchas de madera para tapias. Junto a Eiximén de Urrea, Pedro Fernández de Azagra, el maestre del Hospital y el comendador de Alcañiz, emprendió la expedición hacia el Puig. Se movilizaron unos 2.000 infantes y 100 caballeros, de los que treinta eran armados o de caballería pesada.

                En su marcha, taló los campos de Jérica. Pasó la expedición por los caminos de Torres Torres y Murviedro. En Puzol la aguardaba Zayyan ibn Mardanish, el gobernante de Valencia. Sin embargo, los musulmanes no emprendieron ningún ataque.

                Jaime I llegó a tierras del Puig y acampó en la llanura. Hasta allí llegaron las gentes de los concejos de Zaragoza, Daroca y Teruel, que se distribuyeron las tareas de alzado de la fortaleza. Por dos meses se alargaron, simultaneándose con la construcción de un camino hasta el mar para recibir suministros y con varias cabalgadas.

                En la Crónica se apunta que el rey estuvo allí tres meses y en julio llegó a Burriana su tío Bernat Guillem. Pretendió que Jaime fuera allí, pero fue él el que tuvo que ir al Puig. Acudió con cien caballeros, pretendiendo traer cuarenta más. Sin embargo, carecía de los víveres necesarios, pues había dedicado las asignaciones reales a asoldar caballeros. Dijo disponer, bajo fianza, de 300 cahíces de trigo a medida de Aragón y cincuenta jamones en Tortosa. Jaime no dejó de enojarse, pues también carecía de los suministros necesarios.

                La operación peligraba. El rey marchó entonces a Burriana para abastecerse. En este momento sitúa en la Crónica el relato de la golondrina a la que protegió, como ejemplo de la asistencia que dispensaba a los suyos. Político sagaz, supo presentarse en el Llibre dels feits como el ejemplo del señor caballeresco. Siguió su camino hasta Tarragona, Lérida y Huesca, donde fue a notificarle el caballero oscense Guillem de Sales la batalla que se había librado en el Puig tras su partida.

                Según el historiador Al-Maqqari la acción se libró el 15 de agosto de 1237. Zayyan, a la marcha de Jaime, había decidido mover su poder militar, desde Onda a Játiva según la Crónica. Contaba con 600 caballeros y 10.000 infantes, al decir de la misma fuente, que presenta la batalla como un verdadero juicio de Dios de tiempos de las Cruzadas. Los cristianos del Puig no aguardaron dentro de la fortaleza y decidieron plantar cara fuera, en formación. El Llibre dels feits resalta que antes oyeron misa y comulgaron los que no lo habían hecho.

                Los musulmanes dispusieron en vanguardia los infantes de las fronteras de Jérica, Segorbe, Liria y Onda, buenos conocedores de la manera de combatir de sus oponentes. A continuación, desplegaron sus caballeros con el resto de los infantes.

                Hicieron retroceder al principio a los cristianos, que luego les obligaron a recular. Se rehicieron los musulmanes y nuevamente empujaron a sus oponentes hacia el castillo. En este momento, resonaron gritos de aliento en el campo cristiano, como el célebre “Vergonya, cavallers, vergonya!”, que tocaba al pundonor de los guerreros. No faltaron las invocaciones a Santa María, propias del siglo XIII, a la que en tiempos venideros se le atribuiría su protección ante los musulmanes. De la aparición de San Jorge nada dice la Crónica.

                Lo cierto es que al final la victoria se inclinó del lado cristiano, con la pérdida de ochenta y seis de sus caballos en la batalla, que había demostrado la reciedumbre de su formación militar. Conscientes de lo expuesto de la posición tras tales pérdidas, de setenta a ochenta turolenses llegaron con celeridad al Puig.

                Tras la acción de gracias a Dios, Jaime I marchó de Huesca hacia allí. En su camino, recabó mil acémilas de las aldeas de Daroca. Zayyan dispuso sus fuerzas en Liria, pero no acometió a su oponente.

                Al Puig llegaron nobles como Fernando y Artal de Alagón y Pedro Cornell, pero la falta de caballos después de la batalla era clara. A sus defensores les entregó el rey su quinto del botín para resarcir sus pérdidas y ordenó traer cuarenta caballos de Aragón, valorados cada uno al menos en cien morabatíes de oro, equivalentes a unos quinientos sueldos de plata aproximadamente. El mismo Jaime fue a recogerlos en Segorbe e incluso compró cuarenta y seis más por valor de 46.000 sueldos. A su retorno al Puig, pasó cerca de Murviedro en formación. Dispuso a sus hombres desmontados hacia el lado de la ciudad y a los caballos hacia el otro, mientras los musulmanes los increpaban sin mayores acciones.

                Provista nuevamente la posición, se dirigió a Burriana, donde fue alertado de una nueva acometida de Zayyan, que al final no fue emprendida. Por entonces Bernat Guillem había muerto y a más de uno mantener la posición del Puig le parecía una temeridad. Jaime I se reafirmó y a su tenacidad  y visión estratégica se debe que aquella batalla rindiera a medio plazo todos sus frutos políticos.

                Fuente.

                Crònica o llibre dels feits de Jaume I, Barcelona, 1982, pp. 210-226.