LA CELEBRACIÓN A SAN VICENTE FERRER DURANTE LA CONTRARREFORMA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.04.2020 10:54

 

                Una de las más celebradas personalidades del reino de Valencia fue San Vicente Ferrer, que murió un 5 de abril de 1419 en la bretona Vannes a los sesenta y nueve años de edad, algo no siempre alcanzado por las personas de su crítica época de pestilencia, hambre y guerra. Fue un predicador tan incansable como popular que clamó contra los pecados humanos a la espera del juicio de Dios, según los cánones de su tiempo. Ganó el favor de modestos y poderosos, interviniendo en las grandes cuestiones de fines del siglo XIV e inicios del XV. Su fama de obrador de milagros se extendió, quedando consignada en la tradición, y fue canonizado en 1455 por el Papa Calixto III, también valenciano, al que auguró su dignidad.

                La fama de San Vicente Ferrer no declinó entre los valencianos y el 29 de junio de 1555 se conmemoró en la ciudad de Valencia la centuria o centenario de su canonización, aunque su procesión general se tuvo que posponer al siguiente 2 de julio por lluvias. Sin embargo, en el sínodo que aplicó las decisiones del concilio provincial presidido por el arzobispo Martín Pérez de Ayala (11 de noviembre de 1565-24 de febrero de 1566) se retiró su festividad. A instancias de las autoridades valencianas, el Papa Pío V la restableció y en su breve del 28 de junio de 1567 la consideró fiesta de España y sus dominios. Como natural y patrono, Clemente VIII dispuso el 28 de septiembre de 1594 que Valencia y su reino lo celebraran el lunes inmediato a la octava de Pascua de Resurrección, con rezo doble y octava por su patronato.

                Bajo el patriarca Ribera se afianzó el culto a San Vicente Ferrer, al calor del movimiento de la Contrarreforma. Se pretendió trasladar en 1591 sus restos mortales a Valencia desde la catedral de Vannes. Antes se había intentado y a un cautivo Francisco I se le había solicitado a su paso por Valencia, infructuosamente. Las guerras de religión que desgarraron Francia dieron pie a la intervención militar de Felipe II, favorable a la Liga Católica contra los protestantes hugonotes, y Bretaña se convirtió temporalmente en uno de sus puntos de apoyo. En Vannes se dispusieron fuerzas de origen valenciano, que intentaron facilitar el anhelado traslado, pero la reacción de la población local lo impidió. San Vicente Ferrer era considerado allí un protector contra la peste, como la que asoló Vannes en 1450, y Valencia se tuvo que conformar con algunas reliquias conseguidas de forma laboriosa por personalidades aristocráticas.

                Su carácter protector de la peste se reforzó a fines del XVI y principios del XVII, tiempo particularmente recio al respecto. En 1600 se creyó que la ciudad de Valencia se libró de la epidemia que castigaba Játiva por su intercesión y algunos dijeron verlo espada en mano en el portal de San Vicente. Su casa natalicia en la capital valentina se consideró especialmente milagrosa y visitarla se premió con indulgencias, reivindicadas de esta manera frente a los protestantes. Su capellán asistente cobraba en 1656 un salario de cinco libras. Se cuenta que un bretón llegó a cargar tierra de su puerta para sanar a su tierra de la pestilencia. De hecho, la oración que compuso el santo contra la peste alcanzó gran fama en los siglos XVII y XVIII, sin  olvidar su oración para alcanzar la buena muerte, según una práctica asimilada por las cofradías de la Vera Cruz.

                En 1627 se destacó por parte valenciana ante el Consejo de Aragón la devoción que se tenía al santo y se interpeló a la Santa Sede para que su rezo fuera universal de la Iglesia. El 20 de noviembre de 1667 le dio el carácter de rito semidoble el Papa Clemente IX. Más tarde, el 29 de junio de 1726, el Pontificado conceptuó de doble su festividad, iniciándose el 25 de julio el regocijo en la parroquia de San Esteban, cuya cura había correspondido a Calixto III, que canonizó a San Vicente Ferrer.

                Tras los zarpazos de la gran peste que asoló muchas tierras del Mediterráneo Occidental a mediados del XVII, la segunda centuria de su canonización (1655) fue celebrada con particular lucimiento en la capital valentina. Se le tributaron tres noches de iluminarias (dignas de los patronos de la ciudad), con vistosos castillos de fuego. La procesión general discurrió por calles con altares efímeros, tan del gusto del Barroco, y estuvo encabezada por los carros de las rocas del Corpus. A continuación venían los treinta y seis oficios profesionales, los enanos y ocho gigantes, el clero regular y secular, la reliquia del santo y las autoridades eclesiásticas y civiles. Toda una representación de la sociedad estamental local.

                El prestigio del santo en los tiempos de la Contrarreforma también alcanzó a la asistencia social. En uno de sus milagros más celebrados, resucitó a dos niños despedazados que le habían servido como manjar. En 1410 fundó una casa y hospital de niños con la colaboración de personas de la tercera orden de San Francisco, beguinos y beguinas que aceptaron el hábito dominico para servir en la institución. El problema de la infancia desvalida y marginada era muy grave en ciudades mediterráneas como Valencia y la institución fundada por el santo atrajo en 1547 a caballeros acaudalados, que se hicieron cofrades, e incluso del mismo Carlos V. sin embargo, la casa y hospital no funcionaron lo bien que hubieran debido y en 1593 fue reformada por inspiración del rey, nombrándose tres administradores anuales (un canónigo, un jurado urbano y un clavario del mismo hospital). La institución se trasladó en 1625 al inmueble del Imperial Colegio que había sido encargado para evangelizar a los moriscos, habiéndose donado a la institución tres años antes.

                La figura de San Vicente Ferrer era apreciada en distintos campos de la vida social, pues, y con personas de sensibilidades diferentes, desde el eclesiástico letrado al campesino sencillo. Se le consagraron muchos templos en tierras valencianas, como el de los dominicos de Villanueva de Castellón, y su fama sobrevivió al de las propias instituciones forales valencianas, que tanto respeto le habían mostrado. En el siglo XVIII se le consideró protector de las valiosas cosechas de seda, que hicieron la fortuna de unas cuantas comarcas de Valencia, y a día de hoy su festividad figura en nuestro calendario todavía con luz bien propia.

                Fuentes y bibliografía.

                ARCHIVO CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0735, 013.

                Tomás MERITA, Vida, milagros y doctrina del valenciano apóstol de Europa San Vicente Ferrer, Valencia, 1798.