LA CELEBRACIÓN DEL CUARTO CENTENARIO DE LA CONQUISTA DE VALENCIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

08.10.2019 16:52

 

                Las celebraciones dicen mucho de la sociedad que las festeja, algo que vale para cualquier tiempo. El natalicio de una persona inspira cada año distintos agasajos y reflexiones, lo que se proyecta a las comunidades humanas, que de esta manera son personalizadas, a modo de un todo homogéneo sin fisuras. Cuando se alcanza alguna cifra prestigiosa, casi mágica, como la de cien, la celebración gana en intensidad.

                El 9 de octubre de 1638 se conmemoró el cuarto centenario de la entrada oficial de Jaime I en la ciudad de Valencia, que se ha venido considerando el punto de arranque del nuevo reino valenciano. La celebración fue arraigando a lo largo de los años y a la altura de 1638 sus organizadores eran muy conscientes de lo que se había hecho en otros centenarios gracias a la documentación conservada y a ciertas obras impresas del siglo XVI.

                Hubo entonces un vivo deseo de darla a conocer entre un público más amplio que el valenciano y el encargado de describirla, el provincial mercedario Marco Antonio Ortí, empleó el castellano en un libro que se editó a comienzos de 1640.

                Más allá de la ciudad de Valencia, el cuarto centenario implicó a todo el reino. Los obispos de Orihuela y Segorbe, acompañados de destacados séquitos, fueron especialmente invitados para que tomaran parte en los actos.

                Era notable en aquellos tiempos de la Contrarreforma el peso de la autoridad eclesiástica, tanto por la orientación como por el mensaje, claramente apologético del cristianismo triunfante frente al islam. En 1638 el arzobispo de Valencia era fray Isidoro Aliaga (1612-48), muy comprometido con el mensaje tridentino. No se olvidó por ello a la monarquía, representada por la nave capaz de sortear los peligros de la tempestad. Asimismo, la sociedad ciudadana de Valencia, desde los caballeros del centenar a las cofradías, tomaron parte activa en la procesión y otros actos que recorrieron la capital.

                La urbe se convirtió en el escenario de una animada representación de aires teatrales, muy del gusto del Barroco, con la disposición de luminarias que convirtieron la noche en día. Jalonaron el itinerario de la solemne procesión una serie de altares o monumentos efímeros a cargo de distintas corporaciones e institutos religiosos. Tales monumentos contaban con jeroglíficos o símbolos que encerraban un mensaje religioso y político del gusto de la época. Alguno podrá pensar que se trataba, a su modo y parcialmente, de un avance de las construcciones falleras.

                En una fiesta así no podía faltar la música de atabales, trompetas y chirimías, además de las galas, entremeses y corridas de toros a lo largo de la semana festiva alrededor de aquel 9 de octubre.

                La lluvia amenazó aquella semana, pero al final se pudo celebrar la fiesta sin incidentes, coincidiendo con las nuevas de la victoria española frente a los franceses en Fuenterrabía, donde tomaron parte soldados valencianos.

                Todo estuvo, pues, muy regulado. Se informó debidamente al Consejo de Aragón, que estaba acostumbrado a descender hasta detalles como las confituras que se debían dispensar a los ministros reales en celebraciones taurinas como las de 1628. En aquella puntillosa sociedad de honor la fiesta tenía una gran trascendencia como espejo de las gentes, anteponiéndose los grandes eventos de la familia real, sus triunfos, las canonizaciones (como la de San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier en 1622) y las grandes solemnidades del año cristiano.

                Quienes organizaron el cuarto centenario pensaron que su ejemplo movería a superarse a los del quinto. Poco podían sospechar que un siglo más tarde las instituciones del reino estarían abolidas y que en los dos siglos siguientes la guerra civil presidiría pesadamente las celebraciones centenarias. Esperemos que el octavo se haga en condiciones más favorables.

                Fuente.

                Marco Antonio ORTÍ, Siglo quarto de la conquista de Valencia a sus muy illustres señores Iurados, Racional, Síndicos y Escriuano, Valencia, 1640.