LA INTACHABLE MORAL BAJOMEDIEVAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

13.11.2022 12:29

               

                La moralidad no fue un tema baladí entre las gentes de la Baja Edad Media, tan asediadas por los problemas, como atribuladas por las cuestiones de conciencia. De manera clara, los jurados de Castellón de la Plana se mostraron, allá por 1457, muy escandalizados por ciertas inmoralidades, tocantes al vestuario de las mujeres, a los amoríos extramatrimoniales, al juego y a otros pecados atentatorios contra los mandamientos de Jesucristo.

                Temieron los intachables varones que Castellón padeciera la ira divina en forma de feroz terremoto (como el que había asolado Nápoles), enfermedad atroz o fallecimiento del rey don Alfonso, y se pusieron manos a la obra. Del once al veintidós de febrero de aquel año le pusieron el hilo a la aguja, en forma de severas ordenanzas municipales.

                Una vez leídas, se expulsaría en un plazo de tres días a todos los alcahuetes y frecuentadores de burdeles del término castellonense para erradicar el pecado de la carnalidad. Con esta penalización no se clausuraba el burdel público, al que deberían acudir las mujeres que presumieran de amantes casados. Allí debían permanecer las prostitutas reconocidas, sin ningún marido. De negarse, serían corridas a azotes por la entonces villa. Al igual que sus amantes contumaces. Claro que si el que había caído en los abismos del pecado era un varón o una fémina honrada (de los grupos privilegiados), solo pagaría sesenta morabatíes. De persistir en sus amores, serían expulsados de la villa por dos años.

                A los padres y a las madres que ofrecían a sus hijas como prostitutas, se les conduciría desnudos y montados en un asno para ser azotados hasta la muerte de forma pública. Los maridos que consentían la prostitución de sus esposas también se exponían a ser corridos y azotados gravemente por la villa, junto a sus mujeres.

                Las blasfemias no admitían ningún género de composición y podían ser descubiertas por oficio, por la vía inquisitorial. Para vedarles el camino, se prohibían los juegos de dados y naipes, donde proliferaban tales expresiones, so pena de sesenta sueldos.

                El fondo y la forma eran ciertamente duros, y a su modo reflejan tanto el deseo de convertir Castellón en una comunidad cristiana intachable, como su naufragio en el difícil día a día.

                Fuente.

                Luis Revest (edición), Libre de ordinacions de la vila de Castelló de la Plana, Castellón de la Plana, 1957.