LA PUEBLA DE IFAC. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.09.2020 17:08

               

                Uno de los parajes más bellos de la geografía valenciana es el imponente peñón de Ifac, junto al Mediterráneo. Se trata de una magnífica atalaya natural que permite otear el horizonte marítimo, de tanta importancia.

                Sus ventajas no pasaron desapercibidas, ni de lejos, a lo largo del tiempo. Los fundadores del reino de Valencia fueron estableciendo una serie de puntos de control, en un territorio todavía habitado por importantes comunidades musulmanas, y en la vertiente septentrional del peñón establecieron con dificultades lo que se ha venido en llamar una puebla fortificada de altura.

                El primer intento data del 8 de abril de 1282, cuando Pedro III destacó como locator o agente repoblador a Arnau de Mataró. Se animó a que las tareas de alzado de la fundación hubieran concluido por San Miguel de aquel mismo año, un objetivo que distó mucho de cumplirse. De momento quedó como un brindis al sol.

                El propósito repoblador se retomó más tarde, bajo la autoridad del celebérrimo Roger de Lauria, señor de Calpe. El 10 de agosto de 1298 Jaime II lo autorizó a alzar en Ifac torres y fortalezas que albergaran a sus pobladores, con las mismas condiciones que tenía para el castillo de Calpe. La defensa del litoral de la Marina era de singular importancia en una época de creciente navegación y animación comercial, en un Mediterráneo bastante disputado.

                En esta ocasión, las cosas fueron mejor y se pudo establecer la puebla. Los trabajos arqueológicos han descubierto hasta el momento un espacio de unas siete hectáreas. Contaba con una muralla de unos 800 metros, dotada de once torres y de un adarve o camino de ronda. Se ha considerado que su torre campanario llegaría a alcanzar la altura de diez metros. Dadas las condiciones del terreno, el esfuerzo sería sencillamente colosal y entrañaría la participación de dedicados equipos de trabajo y de expertos maestros de obras.

                Su trazado urbano en terrazas, adaptado al terreno, todavía se está estudiando atentamente. En el interior, se ha localizado un edificio de dos plantas, que los especialistas han relacionado con la sede de la autoridad. Mención especial merece la iglesia consagrada a Nuestra Señora de los Ángeles. En 1344 ordenó su construcción doña Margarita de Lauria, la hija del almirante Roger, estableciendo tres beneficios eclesiásticos consagrados a la Virgen, San Miguel y San Nicolás. Del gótico pleno, el templo ocuparía unos 400 metros cuadrados.

                Otro elemento particularmente interesante es el del espacio sepulcral de la puebla, localizándose hasta el momento unas sesenta y siete inhumaciones, que nos permiten acercarnos a las enfermedades que aquejaron a aquellas gentes, un campo de investigación ciertamente fascinante.

                Lo cierto es que antes que la peste negra asolara las tierras europeas, la puebla de Ifac se resentía de falta de habitantes. Las gentes preferían establecerse en un punto más interior, a resguardo de las incursiones de los musulmanes. Quizá en su escasa población influyera el crecimiento de la localidad de Calpe, con unas condiciones más favorables de asentamiento.

                Durante la guerra de los Dos Pedros, Ifac padeció las consecuencias de la gran expedición marítima castellana, iniciada en Sevilla a mediados de abril de 1359. Tras combatir en aguas de Barcelona, la armada se dirigió hacia Ibiza, que fue atacada, seguida de la flota de Pedro IV de Aragón, que recaló en río de Denia o Girona a la espera de acontecimientos.

                Según el cronista Pedro López de Ayala, Pedro I de Castilla celebró un consejo de guerra con sus comandantes en Ifac. El almirante genovés Egidio Boccanegra le sugirió rehuir el combate directo con las naves aragonesas, ocupándose él del enfrentamiento mientras el rey se dirigía hacia Alicante. Lo cierto es que la puebla de Ifac fue asolada por las tropas de Pedro I.

                Aquellas circunstancias trágicas fueron recordadas por la documentación posterior. Por mucho que Pedro IV ordenara reducir las defensas de la puebla, acomodándolas a las posibilidades, la población no se recuperó. Aquí se notó especialmente el descenso demográfico de la Baja Edad Media. El ataque de Pedro I resaltó dramáticamente el problema.

                La posición de Ifac era demasiado ventajosa para ser desasistida y en 1408 se ordenaron guardas y atalayas en el peñón. El territorio atesoraba áreas de pinar, de arbustos como el lentisco y de plantas como el benéfico romero, bastante útiles para reemprender la colonización con mayores ímpetus. Los terrazgos yermos, por complicados que fueran de roturar, ofrecían oportunidades de mejora a más de un labrador.

                Hacia 1418 se contabilizaron unos treinta y nueve particulares interesados en la puebla. El trabajo a realizar era más que notable y el captador de aguas Guillem Serra se ofreció como promotor ante el duque de Gandía Alfonso el Joven, el señor del territorio entonces. Antiguo vecino de la interior Ayora, Guillem había pasado a ser habitante de Játiva. Era sin duda un tipo emprendedor y avezado a los terrenos complicados.

                La nobleza compartía tales afanes, altamente lucrativos para sus rentas, cada vez más comprometidas por los imperativos del mercado. Alfonso el Joven agració a Guillem con la bailía de Ifac y su horno, sometido a censo, pero no invalidó su sistema de control. La exención del derecho de sello de los pobladores debía acordarse con el procurador general ducal, el caballero Bernat de Vilarig. El notario Joan Climent recibió las escribanías solamente por un año, decidiendo a continuación el duque.

                Don Alfonso no accedió al alcance de todas las peticiones. La franquicia de la pecha de albergues, tierras y yermos labrados, que se pretendía por diez años, se redujo a tres, exigiéndose la mitad durante las siete anualidades siguientes. Lo mismo se observaría para la pecha general, la cena, el tercio diezmo y el morabatí.

                Se pretendía poner en funcionamiento un establecimiento agrario, ventajoso a los pobladores y al duque, algo ciertamente complicado. Nada se dice de los cultivos que se pretendían impulsar, pero su orientación comercial (más allá del autoabastecimiento tan propio de la época) puede deducirse de la importancia dada al movimiento de la navegación de cabotaje. Con la exención de leudas por una década se pretendía atraer la llegada de barcas a su puerto.               

                El señor pretendió lograr cada año beneficios nada despreciables. Por la alhóndiga y la taberna, un censo de doscientos sueldos; por el peso de la harina, veinte; por el obrador o la tienda, diez; y otros diez por la carnicería.       

                La reconstrucción física era harto complicada. Los pobladores podían cortar leña para sus viviendas, por dos años, con albarán del duque o de su procurador. Se solicitó la imposición de sisas al rey para reconstruir la muralla, finalmente autorizada el 16 de septiembre de 1419. Las autoridades municipales de Calpe y las futuras de Ifac podían exigirlas sobre el pan, el vino, la carne y otros productos por diez años, dedicándose su quinta parte a la reparación de muros, fosos e incluso casas. El maestro de obras Pere Palmer, junto a un vecino de Calpe y otro de Gandía, se comprometió a finalizar la muralla por quinientos florines.

                El municipio de Calpe ayudaría a formar el de Ifac, en parte, que en lo sucesivo se encargaría de mantener en paz a sus vecinos, disipando la amenaza de banderías, tan importantes en el reino de Valencia de comienzos del siglo XV.

                Los esfuerzos no fructificaron, pese a la valía de contar con un punto contra las incursiones musulmanas. Los vestigios de la puebla se consideraron más tarde, de forma puntual, como elementos de posible defensa contra los corsarios, pero la puebla no resurgió.

                Fuentes y bibliografía.

                ARCHIVO DEL REINO DE VALENCIA, Real 393, fol. 15r-16r.

                Francesc García García, “Els simptomes d´una recuperació econòmica: la repoblació d´Ifac (1418)”, Anales de la Universidad de Alicante. Historia medieval, 4-5, 1986, pp. 167-174.

                José Luis Menéndez Fueyo, “Ifac, ciudad y poder feudal bajo los Llúria en el Reino de València”, Arqueología, historia y viajes sobre el mundo medieval, 48, 2013, pp. 20-31.

                Jaume Pastor, Historia de Calpe, Alicante, 1988.