LA REINA YOLANDA QUIERE REHACER LOS PUENTES CON LA COMUNIDAD JUDÍA.

04.01.2019 16:01

                El equilibrio entre los monarcas de Aragón, cabezas visibles de unos reinos cristianos, y las comunidades judías siempre había sido muy delicado. Podían aprobar medidas discriminatorias que resaltaran la superioridad del cristianismo sobre el judaísmo, según los parámetros de su tiempo, pero en muchas ocasiones dependían de los buenos oficios de importantes profesionales y financieros judíos. Tal relación cortesana era compartida por varios nobles y magnates, algunos con prebendas eclesiásticas, por motivos interesados. Sin embargo, en 1391 tal situación voló por los aires en la Corona de Aragón, afectada por el movimiento de violencia antijudía iniciado en Sevilla. Los grupos populares cristianos, afectados por la crisis, no compartieron la contemporización de los más encumbrados.

                El problema de orden público causado fue enorme para Juan I de Aragón, que vio como sus oficiales y representantes eran desbordados en importantes ciudades como Valencia. Su autoridad se había cuestionado gravemente y su crédito podía verse seriamente menoscabado, en un momento muy delicado con importantes compromisos militares en la díscola Cerdeña. Forzados por las circunstancias, varios judíos se convirtieron al cristianismo para evitar lo peor. El rey no podía invalidar tales conversiones, pues su crédito como gobernante cristiano se esfumaría peligrosamente, arriesgándose a ser depuesto.

                En tan complejo momento, cabía rehacer puentes de la manera más airosa posible, algo de lo que se encargó su esposa, la reina Yolanda, mujer que ha sido caracterizada habitualmente como una gran señora aficionada a los lujos, con gran ascendiente sobre Juan I.

                Consideró favorablemente en febrero de 1393 los capítulos presentados por los procuradores y representantes de la comunidad de los conversos y de la aljama judía de Valencia. Entonces las relaciones entre ambas ramas eran a la sazón muy estrechas, pues la conversión no borraba lazos familiares, amistades ni negocios comunes.

                La violencia de 1391 había causado un enorme trastorno a todos los niveles, y tanto los conversos como los judíos pidieron ser exonerados de requerimientos económicos (pedidos tributarios y penas civiles y criminales), tanto en la ciudad de Valencia como en otras localidades del reino. Las mujeres gozarían de las mismas consideraciones que los varones, lo que demuestra su importancia dentro de la golpeada comunidad mosaica.

                La inquisición pontificia, la entonces en vigor, se abstendría de reclamar aquellas penas, enfriando los afanes persecutorios del tribunal. La reina accedió a ello, y puso la fe en Jesucristo como garantía de cumplimiento. En los delicados puentes que se trataban de rehacer, el mensaje religioso no fue dejado de lado ante consideraciones meramente económicas. Tras el brutal golpe de 1391, se intentó ofrecer una cara más seductora para atraer al cristianismo a unas gentes consideradas en el fondo equivocadas. Si la alternativa de las comunidades religiosas separadas había marcado sus límites, la de la integración de los antiguos judíos tampoco se vería coronada por el verdadero éxito.