LAS AGUAS PELIGROSAS DE ALTEA.

15.11.2017 18:28

                Hoy en día el litoral valenciano es sinónimo de descanso vacacional veraniego, con sus afamadas playas y sus indiscutibles atractivos. Muchas familias deciden pasar aquí unos días cuando el calendario señala la anhelada festividad, y no pocos tienen la sensación más de una vez que hay días que no cabe una aguja. Tal estampa es reciente, ya que en el pasado la costa valenciana no solo fue peligrosa por el riesgo de fiebres, sino también por la inseguridad ocasionada por embarcaciones enemigas de procedencia muy diversa. Los valencianos a la orilla del mar tuvieron que vérselas con el peligro cierto del cautiverio y el de la muerte más trágica.

                La ahora populosa Altea yacía despoblada a finales del siglo XVI prácticamente. La villa había carecido de murallas y la cercanía a un río favorable para hacer aguadas había envalentonado a los corsarios norteafricanos, en sintonía a veces con los moriscos. Como consecuencia de ello, se había formado un peligroso punto de desprotección en el litoral del ya de por sí expuesto reino de Valencia, muy cercano al expansivo puerto de la ciudad de Alicante.

                Conscientes del problema, los consejeros reales se mostraron aquiescentes a repartir bienes inmuebles a gentes procedentes de Alcoy, Onteniente y Biar. Con su experiencia y el recurso de las aguas del lugar se establecerían batanes de gran utilidad para la fabricación de paños. El marqués de Ariza, don Jaime de Palafox, alzó en la elevación litoral una fortaleza, un verdadero pueblo fortificado con castillo que en 1617 recibiría carta puebla.

                El enclave no tuvo una existencia tranquila durante el siglo XVII, muy belicoso en el Mediterráneo Occidental. En 1636 hubo un serio temor a los ataques de los enemigos de la Monarquía hispánica, que al año siguiente se concretó en las embarcaciones procedentes del Norte de África. El miedo a una incursión musulmana en Altea subió de tono en 1653, cuando sus vecinos pidieron licencias para ir en corso con las que aliviar su presión a todos los niveles.

                Al peligro de las regencias otomanas sucedió el de las potencias del resto de la Europa Occidental, especialmente el de la Francia de Luis XIV, particularmente agresiva con la España de Carlos II. El castillo de Altea mereció la atención de las autoridades del reino en 1681 con fundados motivos, dado el tránsito de buques por sus horizontes. Los convoyes holandeses eran muy activos por sus aguas, pero en 1682 desde la fortaleza de Altea se abriría fuego contra una fragata inglesa, lo que dio pie a no pocas preocupaciones diplomáticas, pues al fin y al cabo Inglaterra y las Provincias Unidas eran aliadas ocasionales e interesadas contra el poder francés.

                Naves francesas apresaron en 1683 una nave de Génova, la sufrida y declinante aliada de España durante muchas décadas. A su modo, la fortificada Altea oteó desde su eminencia el drama político-militar del Siglo de Hierro.