NO TOMARSE SERIAMENTE LA DEFENSA DEL REINO DE VALENCIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

01.03.2021 09:39

               

                Carlos V fue señor de muy amplios dominios, reflejados con prolijidad en sus títulos, y gobernante con muchos contrincantes, que obligaron a dispersar sus no siempre nutridas fuerzas.

                Se ha considerado, en ocasiones, que los compromisos militares en el Mediterráneo Occidental ante los otomanos no se atendieron debidamente, y en reinos como el de Valencia el peligro se hizo particularmente angustioso. A las razones imperiales más amplias, como las simultáneas guerras con franceses y luteranos, se sumarían otras más particulares del mismo reino.

                Con sus Cortes ya celebradas, el regente Cabanillas se quejó amargamente al virrey de Valencia, el duque de Calabria, en carta del 23 de noviembre de 1547 de la situación. Su sensación era la de estar escribiendo en vano.

                Sus quejas denunciaron unas instituciones y personalidades que no se tomaron debidamente en serio el peligro que se cernía sobre el reino. A pesar de los apercibimientos, los otomanos seguían haciendo de las suyas en el litoral del reino, en puntos como Vinaroz, donde desembarcaron trescientos enemigos.

                La convocatoria de brazos fue decepcionante: el nobiliario no se juntó por falta de síndico, el eclesiástico no terminó de juntarse, y el real esgrimió falta de dinero.

                Con los oficiales reales no se encontró mayor consuelo. El maestre racional acudió poco y a reñir, y el regente de la Audiencia dijo que no eran cosas de su competencia.

                Entre las principales figuras de la aristocracia valenciana, la cosa no fue a mejor, pues el absentismo se convirtió en la nota habitual.

                Hubo dificultades para que el maestre de Montesa acudiera a San Mateo. La presencia del duque de Segorbe fue requerida. El duque de Gandía debía acudir a sus Estados, y el conde de Oliva dejarse de astrologías de ninguna utilidad. El almirante de Aragón, además, se encontró indispuesto.

                Mientras se pedía a unos y otros caballería, que costaba mucho en formarse y poco en deshacerse, los moriscos proseguían embarcándose, y los que quedaban podían alzarse al modo de la sierra de Espadán, cuyo recuerdo todavía acongojaba a los cristianos.

                La necesidad de nombrar un capitán para la expuesta Menorca fue otro motivo de preocupación para el regente de un reino que parecía más atento a la defensa de intereses particulares que comunes.

                Fuentes.

                Josep Montesinos y Josep Martí, Textos d´història valenciana, Valencia, 2000, pp. 208-213.