PERSEGUIR LOS DESAFÍOS CABALLERESCOS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

01.03.2020 16:34

               

                Los hábitos caballerescos han sido persistentes, por mucho que las grandes monarquías europeas trataran de canalizarlos o anularlos durante la Edad Moderna. La justicia del rey siempre contempló con viva desconfianza el desafío de los caballeros para dilucidar malquerencias y pleitos, por mucho que los monarcas fueran personas de temperamento caballeresco como Carlos V o Francisco I.

                El reino de Valencia tenía fama de ser especialmente proclive a las disputas caballerescas, ya reguladas por los Fueros concedidos por Jaime I. Las diferencias de los grandes linajes por el disfrute del poder, las rentas u otras oportunidades, como las matrimoniales, las alimentaron desde la Baja Edad Media. Se ha apuntado que los modestos patrimonios de muchos caballeros fueron un elemento de peso en estas determinaciones pendencieras.

                Antes del estallido de la insurrección en los Países Bajos, Felipe II estuvo bien atento al orden en sus dominios peninsulares. En septiembre de 1562, se pusieron carteles de desafío en la ciudad de Valencia. De permitirse que las cosas siguieran su curso, podía estallar una pequeña guerra, cuando se mantenía un porfiado pulso con el imperio otomano en el Mediterráneo.

                Los caballeros buscaron refugio en Génova, donde aguardaron la llegada de otros afines. El embajador español allí, Gómez Suárez de Figueroa, se encargaría de vigilar su afluencia en los meses de noviembre y diciembre, según se le comunicó desde Madrid el 15 de octubre de 1562.

                Se temía que provocaran nuevos problemas en el reino de Valencia y el embajador detendría además a los inquietos caballeros en Milán, si pudiera, antes de alcanzar Génova. La sombra de los desafíos era alargada.

                Fuentes.

                ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.

                Consejo de Estado, 1391, 79.