PUERTO Y FORTALEZA DEL IMPERIO DE FELIPE II.

24.06.2017 18:33

                

                El aprovisionamiento de una ciudad en auge.

                En 1572 Alicante y sus términos alcanzaron los 1.868 vecinos o los 8.406 habitantes. El brote de peste combinado con el tifus de la primavera y el verano de 1558 no detuvo su expansión demográfica. A lo largo del año se debió atender igualmente a las necesidades de una población flotante, no determinada, de soldados, carreteros, comerciantes y marineros. El municipio de aquel tiempo estuvo obligado a velar por el abastecimiento en condiciones lo más económicas posibles, algo ciertamente complicado en el tiempo de la revolución de los precios.

                En 1555 se obligó a los panaderos a vender en los porches de la plaza de la lonja o en sus establecimientos para controlar el precio del pan. Los taberneros debían abstenerse de la venta de pan, pero sí podían vender vino según las indicaciones del almotacén. Se determinó en 1556 que todos llevaran su harina al peso municipal.

                Alicante no solo se aprovisionó de cereales, sino también del pan del mar. En 1562 y 1564 se prohibió la compra de grandes cantidades de pescado para la reventa y las autoridades atendieron a la correcta elaboración de las redes.

                El abastecimiento de Alicante brindó buenas oportunidades de negocio. Los mesoneros ganaron buenos dineros vendiendo vino, mezclando a veces el bueno con el malo. El mercader milanés Jerónimo Escipión vendió en mayo de 1568 unos 2.000 cahíces de trigo, que obligaron a la ciudad a concertar un censal de 1.350 libras o 27.000 sueldos. En estas circunstancias, algunos prosperaron. El pescador Alfonso Llácer y su esposa pudieron concertar un censal en 1560 con la iglesia de Santa María, y en 1572 el panadero Jaume Pau compró unas casas en la calle Mayor al escribano Ginés Arcayna.

                El desafío otomano.

                Carlos V no había acertado a frenar el poder otomano en el Mediterráneo, bien servido por la regencia de Argel, y las rutas imperiales entre España e Italia padecieron una gran inseguridad, al igual que muchas localidades costeras. Los españoles clamaban por una acción contra Argel en vez de en el frente danubiano, y Felipe II a comienzos de su reinado se las tuvo que ver con un poder turco que parecía implacable y con las súplicas de sus descontentos súbditos. Tras la derrota de Francia, la guerra mediterránea tuvo prioridad.

                A la amenaza del grueso de la armada otomana se sumó la de las escuadras corsarias procedentes del África del Norte obediente a la Sublime Puerta. Para frenar el alcance de sus incursiones, el reino de Valencia y sus municipios pusieron en marcha un sistema defensivo terrestre, como otros territorios españoles del litoral. Alicante desde 1555 fue la cabeza de una de las nueve demarcaciones defensivas de la costa valenciana. La Diputación del General promovió el alzado de sus pertinentes defensas. Dispuso la de Alicante de cuatro torres fundamentales de vigilancia, como la de Agua Amarga, y siete puntos de alerta adicionales, al modo del emplazado en la sierra de San Julián. Cada torre contó con dos jinetes, especialmente atentos por la noche.

                No obstante, la pieza fundamental era la de las murallas y el castillo de la ciudad. Desde el virreinato se insistió en 1557 en emprender obras en el castillo como la apertura de una nueva puerta hacia su patio y la elevación de sus muros. Se propuso fortalecer, en la Huerta, el monasterio de la Verónica y la iglesia de San Salvador de Muchamiel. Los herederos de las torres huertanas debían extremar sus precauciones. Se insistió en la posesión efectiva de caballos por parte de los responsables municipales. Ante una alerta, los vecinos estaban obligados a acudir al rebato, según veterana costumbre. En la hueste local del momento los ballesteros compartieron protagonismo con los arcabuceros.                 

                Si el 24 de mayo de 1550 atacó el litoral alicantino una fuerza de veintisiete naves, el 8 de septiembre de 1557 incursionó otra de catorce galeras. Las defensas enunciadas y la llegada de diecisiete banderas de la hueste local frenaron a los invasores, que buscaron botín y cautivos.

                A la altura de 1562, Alicante había gastado en defensa unos 50.000 ducados o 1.050.000 sueldos en doce años. No obstante, el virrey le autorizó a contraer una deuda de 15.000 libras (300.000 sueldos) en 1569 y en 1570 de otras 5.000 para abastecerse de trigo, municionarse y fortificarse todavía más.

                Los alicantinos siguieron con preocupación las incidencias de la guerra mediterránea, como el asedio de Malta, la insurrección de las Alpujarras o la batalla de Lepanto, en la que combatieron naturales de Alicante como Antoni Venrell, Miquel Pascual, Jaume Pérez o Lluís Berenguer. La guerra deparó a algunos prohombres importantes beneficios en forma de venta de esclavos. Del frente granadino llegaron niños esclavizados como el morisco Juan García en 1572. De la plaza española de Orán vinieron esclavos negros de origen guineano. 

                Comercio y producción.

                Entre 1547 y 1572 la expansión comercial de Alicante no se detuvo pese al estado de guerra en el Mediterráneo. La aduana pasó de ingresar de 11.000 a 38.010 sueldos y el derecho de los productos del vedado de 300 a 7.181. Según Martí de Viciana, se cargaron por aquí hacia 1562 unas 12.000 sacas de lana por valor de 300.000 ducados o 6.300.000 sueldos. Se exportaba seda, sosa, barrilla, esparto, jabón, vinos, pasas y almendras, y se importaba por su puerto brocados, terciopelos, rasos, papel, acero y armas.

                Varios comerciantes italianos, en buenas relaciones con el puerto de Cartagena, comenzaron a establecerse en Alicante. Dentro de sus remozados muros se albergaron varias boticas. Con tanto movimiento, el alquiler de tales boticas y de las mulas se convirtió en un gran negocio. La importancia del puerto alicantino, pues, databa de antes del establecimiento del Camino Español hacia los Países Bajos. Las obras de fortificación emprendidas potenciaron las virtudes naturales de atraque y salida de la rada de Alicante para las embarcaciones coetáneas.

                Se quiso limitar desde el municipio la posibilidad del encarecimiento de los precios al calor del crecimiento mercantil. En 1555 se prohibió la venta del cuero no adobado y en 1563 se indicó a los curtidores y a los tundidores a que se limitaran a vender el género en sus casas-obrador. En este ambiente, sastres como Francesc Beltrán pudieron convertirse en mercaderes de paños.

                Los salarios y las condiciones laborales también fueron materia de regulación desde la almotacenía. Los trabajadores de las viñas debían ajustarse al horario de sol a sol, diferenciando dos grandes temporadas. Los carpinteros, obreros y picapedreros no pudieron exigir más de cinco sueldos por jornal.

                Con unas rentas medias anuales de 7.000 ducados, la producción alicantina dio un salto en relación a fines del siglo XV. Su producción de vino de todo género pasó de 7.186 hectolitros en 1492 a 24.450 en 1562. En aquel mismo año se alcanzaron los 49.000 kilogramos de almendras y los 1.150.000 de algarrobas. La venta del esparto rentó unos 12.000 ducados y la gestión de la tabla del jabón otros 40.000.

                Con tales mimbres, el municipio pudo cancelar en 1569 un censal de mil libras concertado con el cabildo de la catedral de Valencia y contraer nuevas deudas para disponer de mayor liquidez puntual. La economía alicantina captó la atención de no pocos inversionistas forasteros, como el mercader milanés Juan Francisco Rizzo, coincidiendo con un periodo de flaqueza de un prestamista habitual, la iglesia de Santa María, gran posesora de hilos de agua por mandas pías. En 1564 alcanzó una concordia con los franciscanos de Nuestra Señora de Gracia, pero en 1565 tuvo que reducir el oficio de misas por las deudas acumuladas por los impagos de las obligaciones testamentarias antiguas y la atención a los préstamos contraídos a su vez. Su contabilidad fue revisada en 1576.

                El desarrollo de la irrigación de la Huerta.

                Un 5 de agosto de 1570 llovió tanto que el río Seco se desbordó. A aquella jornada se le llamó la del Diluvio del Salvador desde entonces. Más tarde, en diciembre de 1572, la nieve cayó sobre la costa alicantina. Semejantes episodios fueron puntuales y el riesgo de sequía prosiguió atormentado a los alicantinos del reinado de Felipe II, pese a no conocer unas circunstancias tan cálidas como las de principios del siglo XXI.

                Ya en 1558 se proyectó el trasvase de agua del Júcar al pla de Bon Repós cercano a la ciudad, valorado en 150.000 libras o 3.000.000 de sueldos, un coste bastante elevado. Así pues, en 1569 el municipio concertó censales para comprar el agua de las heredades de Valladolid y Cabanes. Tales medidas resultaron ser muy puntuales y en 1580 se capituló la construcción de la acequia nueva y la reedificación del azud viejo. La construcción del pantano de Tibi daba sus primeros pasos.

                En los terrenos irrigados se cultivó la clásica trilogía mediterránea, pero también frutas y hortalizas. Las de los forasteros debían tener licencia del almotacén dentro de las ideas y prácticas de protección de la producción vecinal. La administración municipal cuidó del abastecimiento de cereales y harinas, y en 1585 se encontró con una gran abundancia de los primeros. Se prohibió, en consonancia, la entrada de más cereales (con la excepción de los procedentes de embarcaciones) y se obligó a los vecinos a comprarlos al municipio, que así evitaba sufrir pérdidas económicas.

                Localidades de la Huerta como Muchamiel ganaron peso y el 7 de junio de 1580 recibió el título de universidad deslindada de la ciudad de Alicante. Sin embargo, en 1586 se le asignó el pago correspondiente de la anterior deuda municipal.

                Instituciones y relevancia dentro del reino.

                Durante esta época Alicante trató de poner orden en su circulación de personas, animales y productos. Las piaras no podían entrar dentro de la ciudad y otros animales debían transitar con restricciones. En su calle Mayor los carros no podían estacionar donde les viniera en gana y la vía pública debía barrerse cuidadosamente. La venta de leña se trasladó a la plaza del Mar. Se prohibió vaciar los bacinetes en el mar antes de las nueve de la noche. En los días de feria la iluminación de las calles debía brillar con particular esplendor. La construcción se animó y en 1586 obtuvo permiso de importar desde Valencia unas cincuenta cargas de madera.

                Esta expansiva Alicante sedujo al cronista Rafael Martí de Viciana, que en buena sintonía con el linaje de los Pascual le dedicó un elogioso cuadro. La ciudad era una réplica de la de Valencia a menores dimensiones y estaba llamada a crecer más. A partir de entonces, la rivalidad con Orihuela se acrecentó.

                En 1562-63 el rey hizo concesiones a Alicante de privilegios, seguidas de más en 1570. Se estableció en 1573 que su cobro del vedado debía ajustarse a las tablas del baile de Valencia y que no pagaría por el impuesto de coronación más de cien florines.

                En 1585 Felipe II nombró a Tomás Vallebrera racional por un trienio, a la par que confirmó los privilegios ciudadanos y la recaudación del tercio diezmo. Al año siguiente, ningún deudor podía ser consejero, el justicia cobraría un salario anual de 40 libras y 20 su lugarteniente. Poco a poco, las instituciones ciudadanas se adaptaban al cambio.

 

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