VÍVERES Y MEDICINAS PARA EL EJÉRCITO REAL. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

12.09.2020 16:06

               

                La guerra en Cataluña de 1640 a 1652 comprometió más las ya apretadas fuerzas de la Monarquía hispánica, que exigió mayores esfuerzos a sus súbditos. La preservación de la plaza de Tarragona en manos de las fuerzas de Felipe IV no fue nada sencilla.

                Don Cristóbal Cardona se quejaba el 30 de mayo de 1641 que la infantería que iba a Vinaroz tenía que dar un importante rodeo de dos leguas y de seis más cuando trataba de alcanzar Tortosa. Como la posición de Ulldecona no era segura para los de Felipe IV, a pesar de los mensajes enviados a su comendador don Jaime Pertusa (de la orden de San Juan), resultaba casi imposible cubrir todo el trayecto en apenas un día.

                Más adelante, el coll de Balaguer resultaba muy arriesgado de pasar. Se enviaban previamente espías para dar buena cuenta del estado de las defensas y de los migueletes, tarea ciertamente ardua. No todos podían cumplirla y el duque de Medinaceli tuvo que solicitar al Consejo de Aragón perdón de pena de muerte y restitución de su plaza de artillero en Peñíscola para el tipo, anónimo, que tuvo el valor de reconocer aquel paso en 1641.

                Antes de ponerse en camino, las tropas debían ser abastecidas. Se apercibió a las autoridades valencianas y se sondeó al virrey sobre la posible movilización de la nobleza y de otras gentes a la raya del reino con el principado. Valencia era de vital importancia, junto a Castilla y Nápoles, en el suministro de las tropas de Felipe IV.

                Vinaroz fue habilitado como un punto de suministro esencial. Allí se reunieron importantes cantidades de harina, aceite, arroz, queso de Cerdeña y Mallorca, salmón, tocino, atún, sardina, judías y garbanzos. A su puerto llegaron bergantines con abastecimientos destinados al ejército de Tarragona.

                Castellón sirvió de punto de concentración de caballos de buena calidad. En octubre de 1641 se había reunido la cifra de 500, mientras en el frente ya se contaba con 1.100. La carencia de cebada en la localidad obligó a recurrir a las algarrobas.

                Más al Sur, en Alicante, se reunió el trigo necesario para las galeras, pero los molinos y los hornos de la ciudad ya se encontraban ocupados por las tareas frumentarias para las fuerzas terrestres. La coordinación de las galeras con las compañías de caballería era extremadamente oportuna en la ocupación de posiciones como la Torre de San Juan.

                Por otro lado, la atención a los enfermos también fue vital. Tanto el condestable de Aragón como el de Nápoles pidieron médicos y medicinas a Valencia, tomando parte en el esfuerzo su arzobispo. La guerra entrañó, en consecuencia, un importante reto logístico.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0559, nº 012.