DE LAS HUESTES MUNICIPALES A LOS CABALLEROS A SUELDO DEL REY.

07.12.2017 18:52

 

                La formación de los ejércitos reales en la Europa Occidental fue un proceso tan complejo como sinuoso, ya que en muchos lugares la autoridad del príncipe entró en colisión con la voluntad de sus súbditos, mejor o peor encastillados en instituciones de corte parlamentario. Las grandes ciudades, según una idea muy extendida durante décadas, se mostraron aquiescentes con el rey en la lucha para domeñar a la alta nobleza, un planteamiento que la historiografía actual ha matizado considerablemente. En el reino de Valencia, su capital no siempre fue sumisa a la voluntad regia. Dotadas de huestes propias, las ciudades y villas del brazo real se mostraron celosas de sus privilegios y se condujeron con decisión a la hora de ver reconocidos sus méritos militares ante el monarca, que en justa recompensa y reciprocidad debía confirmar aquellos privilegios y otorgarles nuevas gracias.

                En 1286 Alfonso III, enfrentado a una complicada situación exterior e interior, otorgó a la ciudad de Valencia el privilegio de exención de la hueste y la cabalgada, las obligaciones de seguir el estandarte real en campaña. Añadió incluso la exoneración de la compensación económica por tales deberes militares. Solo exceptuó el monarca tres supuestos: el de la convocatoria militar dentro de los límites del reino valenciano, el del encaminamiento del rey a la guerra desde Ademuz a Denia y el de la invasión por un monarca enemigo. La fuerza militar resultante tendría un indudable carácter defensivo.

                Jaime II, tras la ampliación del reino de Valencia hacia el Sur con no pocas incidencias, ratificó tales concesiones en 1309 a cambio de un donativo de 60.000 sueldos. Durante la guerra de los Dos Pedros, los municipios valencianos hicieron un esfuerzo considerable en situaciones muy apuradas. Sin embargo, las entradas castellanas de 1429 no suscitaron la convocatoria general de huestes al considerarse lesivas para el reino. No se pasaba por el mejor momento económico, y la mentalidad parlamentarista se había afianzado entre los grupos rectores valencianos, que tenían que tratar con los titulares de la nueva dinastía de los Trastámara.

                En tal situación, las Cortes se inclinaron por contratar mercenarios, algo que benefició la carrera de no pocos caballeros deseosos de mejorar su fortuna y posición. Se ha apuntado que los oficiales de la Casa Real, muchos de aquella misma extracción social, se convirtieron en el núcleo de un auténtico ejército permanente. Estaban obligados a mantener caballo, al igual que muchos prohombres deseosos del goce de los oficios municipales. El nuevo ejército era técnicamente más capacitado, pero también más caro. Pudo combatir en las campañas napolitanas de Alfonso el Magnánimo, pero no asegurar en toda su extensión la defensa del dilatado reino de Valencia, especialmente de su litoral frente a las depredaciones de piratas y corsarios de toda laya. El estallido de las Germanías recordaría que la tradición del poder militar de las huestes municipales todavía permanecía bien viva en la Valencia de comienzos del siglo XVI.