EL ABASTECIMIENTO DE TRIGO DEL REINO DE VALENCIA.

03.12.2017 13:18

                

                El aprovisionamiento de trigo del reino de Valencia fue una tarea asaz complicada durante muchos, demasiados, siglos. En numerosas ocasiones sus tierras de cultivo, a veces tan productivas como las del término de Orihuela, no produjeron el grano suficiente para alimentar a toda su población, y se hizo imperativo el tener que conseguirlo en otros territorios.

                La vecina Castilla fue uno de sus lugares de provisión, a veces con algún que otro inconveniente. En 1503 se tomó y repartió en la hambrienta Belmonte el trigo que se enviaba a Valencia, según una fórmula de apropiación frumentaria muy propia de la cultura popular europea de la época. La entonces castellana Requena, puerto seco, sostuvo con la ciudad de Valencia un notable comercio de granos. En el complicado 1533 participaron en sus operaciones su procurador y el particular Alonso Pedro. Su corregidor fue acusado en 1561 de contrabandear trigo en complicidad con el círculo del virrey de Valencia. Los problemas frumentarios de la Castilla de fines del XVI y buena parte del XVII repercutieron en las localidades valencianas, cuando las licencias de saca de trigo se restringieron por las autoridades, temerosas del desabastecimiento y de los motines de la gente. Se detuvo trigo con destino a Valencia en 1655 en Requena.

                Los grandes linajes de la nobleza española, con dominios a ambos lados de la raya fronteriza, intentaron evitar tales inconvenientes acudiendo al favor real. En 1632 doña Leonor de Pallás solicitó a través del Consejo de Aragón la saca de trigo de sus haciendas castellanas para compensar las pérdidas que le había producido a su patrimonio la expulsión de los moriscos años antes.

                Otro importante abastecedor ibérico de grano fue Aragón, que descendía por el Ebro con destino a Valencia para abaratar costes de transporte. En 1636 recaló en la catalana Tortosa el cereal comprado a Aragón.

                Precisamente, el montante del acarreo del cereal inclinó a muchos comerciantes valencianos a comprarlo en los graneros de Sicilia y Cerdeña, grandes proveedores del reino desde la Baja Edad Media. Cuando se plantearon problemas de saca en tierras castellanas, desde Andalucía a La Mancha, se recurrió más al trigo de aquellas islas. En 1631 el síndico de la ciudad de Valencia acudió a Sicilia (además de a Andalucía y a otros puntos de la Corona de Castilla) a comprar cereal, y en 1644 se lograron licencias para importarlo desde Cerdeña y Sicilia. Tales licencias rendían enormes beneficios, ya que la especulación de granos resultaba muy atractiva para no pocos. En 1659 doña Francisca de Córdoba pidió que se le respetara su derecho de saca sardo en compensación por una renta debida.

                Gracias a su organización comercial, por tanto, pudo el reino disponer del cereal suficiente durante bastantes años. La producción de vino, pasas y frutos secos fue de enorme utilidad para conseguir el dinero necesario para comprarlo. A este respecto, Valencia se integró bastante bien en los circuitos de la economía del Mediterráneo Occidental. Incluso se ha podido sostener con justicia que las economías valenciana y castellana eran complementarias desde la Baja Edad Media. Hubo años en los que Valencia dispuso de importantes cantidades de trigo. Durante el siglo XVII, el ejército español desplegado en Cataluña contra los enemigos de la Monarquía fue aprovisionado de cereal desde tierras valencianas, una complicación que se añadía a los años de malas cosechas, precios caros y desabastecimiento, como los de 1641 y 1678.

                Las autoridades locales y reales intervinieron al respecto por motivos obvios. En 1659 el alguacil de Liria Lorenzo de Ortega procedió contra los vecinos que vendieron trigo. Municipios como el de Valencia favorecieron la construcción desde inicios del siglo XIV de almudines o puntos de almacenaje y venta de trigo. En 1573 se inició la construcción de los silos de Burjasot. Se propuso construir una alhóndiga o almudín en el Alicante de 1683. Tales establecimientos fueron de enorme utilidad a la hora de dispensar grano y harina para la panificación a unos precios menos elevados que los del mercado, pero también una institución propicia para los manejos fraudulentos de algunos prohombres municipales y comerciantes. En 1628 se extremó la administración del trigo en la capital del reino, en una época en la que la autoridad real procedió a investigar o visitar tales establecimientos, a impulsos de los problemas financieros tras la expulsión morisca. Con el pan no se debía jugar.