GUERRAS DE CONQUISTA Y EXPANSIÓN CIUDADANA.

05.06.2017 16:27

                

                Una monarquía conquistadora.

                En 1479 murió Juan II de Aragón y le sucedió en el trono su hijo Fernando, casado con Isabel de Castilla. Este matrimonio inició la unión regia de Aragón y Castilla, un notable bloque de poder que pronto esgrimiría la idea de Hispania para afirmarse y expandirse.

                La conquista del emirato de Granada no solo interesó a Castilla. Durante el siglo XV los valencianos habían permanecido atentos a los movimientos militares nazaríes, susceptibles de ocasionar inquietud entre los mudéjares, y a las oportunidades comerciales que brindaban sus puertos y sus productos.

                Alicante distó de permanecer ajena a todo ello. En 1486 se temió que los mudéjares que pedían permiso para tomar los baños medicinales en Aguas de Busot escaparan hacia Granada con ayuda de sus correligionarios de Monforte. En 1487 siguieron los alicantinos con gran interés la campaña de Málaga, cuya caída en manos cristianas fue muy celebrada en toda la Corona de Aragón. Entonces los reyes decidieron trasladar su principal esfuerzo militar al Este del emirato, a Almería, y convocaron en 1488 las Cortes del reino de Valencia en Orihuela. La contribución alicantina fue recompensada el 26 de julio de 1490 con el título de ciudad, una distinción que permitía al municipio alicantino gozar de honores como la administración de la plena justicia criminal.

                Durante este tiempo no se descuidó el estado del castillo y se hicieron obras en la torre del homenaje, en las otras torres y en su aljibe por valor de 293 libras. Se reparó su molino, se proveyó de pólvora y se compró al mercader Nicolau Prat una nueva bandera. En sus mazmorras estuvieron prisioneros musulmanes inculpados de resistencia por el baile Alfonso Martínez de Vera, que en 1491 se quejó al conde de Cocentaina de los insultos de los mudéjares de Elda a sus alguaciles.

                La rendición de Granada se festejó en toda la gobernación de Orihuela, pero no fue seguida de ningún intento contra los mudéjares. La conversión forzosa de los granadinos no se extendió a los valencianos, pese a los propósitos conquistadores del Norte de África de tiempos de la regencia castellana de Fernando el Católico.

                En 1509 el cardenal Cisneros conquistó Orán y en Alicante se desembarcaron muchos esclavos procedentes de allí a partir de entonces. Su tráfico y su aprovisionamiento interesaron vivamente a los prohombres alicantinos. Desde la plaza alicantina se abasteció en 1510 a don Diego Hernández de Córdoba, conquistador de Mazalquivir. En la campaña de Tremecén participó el caballero alicantino Francesc de Vallebrera, de la orden de Santiago, al frente de una compañía.

                El magmático Norte de África parecía a punto de ser conquistado por los españoles. Sin  embargo, su dominio se circunscribió a unas cuantas plazas, cada vez más aisladas, y en 1516 Baba Aruj (conocido como Barbarroja) tomó Argel. Nacía una verdadera pesadilla para el Mediterráneo español en general y en particular para Alicante, la de una notable potencia corsaria que se pondría bajo la esfera de los turcos otomanos.

                El atractivo comercial de la ciudad de Alicante.

                En 1494 el viajero alemán Jerónimo Münzer elogió la actividad mercantil de Alicante. Sus vinos ya eran apreciados en los Países Bajos, Inglaterra y Escocia. A su puerto llegaron naves flamencas, vizcaínas, portuguesas e italianas. Se desembarcaron esclavos y productos de lujos, a la par que se embarcaron productos de su huerta y cada vez más de Castilla. El mercader burgalés Pimienta compró importantes partidas de vino alicantino y los comerciantes de su misma procedencia se interesaron por las pasas monfortinas. La representación del consulado de los castellanos fue un honor muy codiciado y disputado entre los prohombres alicantinos.

                El deplorable comercio de esclavos deparó muchas ganancias económicas. El veneciano micer Francisco llegó a vender un esclavo negro a Tomás Pascual en 1491 por veintisiete libras o quinientos cuarenta sueldos. La oligarquía local compró esclavos por ánimo de lucro y de prestigio. La señora viuda de Rocamora pagó por una esclava treinta y ocho libras. A título de comparación es conveniente saber que una viña podía alcanzar las seis libras por aquel entonces. Tal comportamiento fue seguido por particulares de otras localidades del reino, como Castelló de Alcoy, que compró otra esclava por treinta y tres libras. La bailía real reclamó su parte y exigió a los compradores la quinta parte de los beneficios. El fraude floreció y a veces se llegaron a acuerdos para recaudar algo. En 1489 Bernat Calatrava se avino a pagar veinticuatro sueldos por dos cabezas de moros que su hijo Felipe había conseguido de un ballenero y que se había negado a desembarcar. En 1490 Pere Ferrándiz exigió bajar a tierra un esclavo negro valorado en dieciocho ducados con la condición de no tributar él nada.

                Para hacer negocio se asociaron para la ocasión personas como Ochoa García de Bilbao y Felip Infant. El portugués Diego Lopes se hizo cargo en 1489 de la recaudación de las cosas vedadas o productos de venta no recomendable a los enemigos de la fe. Algunos hombres de negocios como micer Tomás de Palermo terminaron inculpados ante la justicia. En 1512 las autoridades de Barcelona pidieron a las de Alicante la liberación de su paisano el mercader Boí Matel. Por Alicante corrió la moneda real valenciana, pero también la castellana, como los reales castellanos con los que pagaron sus multas Jaumot Ferri por jugar en su domicilio y un pastor de mosén Ferrer de Valencia. Los pescadores no se quedaron al margen de los negocios, pues era gente de carácter acostumbrada a las dificultades de la mar. En 1490 el pescador Daroca fue sancionado con 112 sueldos por sus palabras injuriosas contra el baile Alfonso Martínez de Vera.

                Aunque los pastos invernales de Alicante no tuvieron la importancia de los de Orihuela, donde se cobró a los rebaños el derecho del extremeño, la ganadería también interesó a los alicantinos, como no podía ser de otro modo. Un labrador como Joan Manyes pudo ganarse en 1489 unos dieciocho sueldos por trasladar ante el gobernador en Orihuela a dos presos a lomos de sus cabalgaduras. A fines del siglo XV se pagó la cabeza de oveja en tierras alicantinas a ocho dineros. Los ganaderos de Albarracín y los de las más cercanas Montañas, en el Norte de la actual provincia de Alicante, vendieron ovejas a los prohombres locales, como el baile Alfonso Martínez de Vera que compró 600 ovejas montañesas. Los mudéjares de Monforte llegaron a hacer negocio con cabras de procedencia castellana. En 1510 se contabilizaron en Monforte unas 2.530 cabezas de ganado, en Busot 540, en la Huerta 430 y en las inmediaciones de la ciudad 420.

                Las recaudaciones comerciales demuestran el buen momento económico. Entre 1491 y 1501 el derecho de anclaje en el muelle pasó de 1.270 a 2.940 sueldos. Las cosas vedadas rindieron entre 120 y 446 sueldos en 1489-91. Las recaudaciones de la aduana real saltaron de los 3.001 sueldos de 1489 a los 11.000 de 1547. En 1491, no obstante, el rey y Alicante sostuvieron un proceso por los derechos de entrada y salida.

                La estructuración del territorio de Alicante.

                Entre 1481 y 1510 la población de Alicante pasó de 636 a 771 hogares. A 23 de octubre de 1510 se consignaron intramuros unos 141 hogares, en el arrabal de Elche unos 267, en las casas de la huerta 210, en Monforte 98, en Busot 31 y en Agost 24. Dentro de las murallas, en la antigua villa vieja y nueva, se alzaron las residencias de los principales prohombres y residieron los sastres y los zapateros más destacados, además del cirujano y el farmacéutico. En el arrabal los cultivos se simultaneaban con las viviendas. Abierto al mar, allí se asentaron pescadores, tejedores de redes y los franciscanos en 1514, en las inmediaciones de la Montañeta (en Nuestra Señora de Gracia), razón por la que posteriormente el arrabal se conocería como de San Francisco.

                La expansión agraria alicantina era muy clara. En 1492 su cosecha de vino rondó los 7.186 hectólitros, según se deduce de las aportaciones económicas para las obras de Santa María, y en el mercado alcanzó el valor de las 2.969 libras. La de almendras llegó a 4.908 fanegas y a un valor comercial de 368 libras, la de aceite a 36´6 hectolitros y 68 libras, y la de higos a 1.090 quintales y 327 libras. En 1496 pasaron por la plaza alicantina unas 12.105 fanegas de trigo, que llegaron a valer unas 1.473 libras, y 4.390 fanegas de centeno por valor de 177 libras. La producción de legumbres era circunstancial, de unos 420 litros, y solo alcanzó un poco más de cinco sueldos o la cuarta parte de una libra.

                En el espacio periurbano de la Sueca, irrigado con las aguas de los manantiales de la Font Santa cercana a la ermita de los Ángeles, los prohombres alicantinos invirtieron en tierras. Hacendadas como doña Violante de Rebolledo poseyeron más de 104 hectáreas, valoradas en 4.000 sueldos, por el término.

                La Huerta ubicada el Norte de la ciudad, ya vacía de población musulmana estable, ganó peso. Dispuso de su propio horno, de titularidad real, que en 1489 fue arrendado por la señora Sala por cinco sueldos anuales. En el río camino de Jijona, posteriormente llamado el Montnegre, se emplazó un molino harinero, cuyo aprovechamiento compró Miquel Çalort a la viuda de Pere Pastor. En la segunda mitad del siglo XV emergió en este espacio el lugar de San Juan, con antecedentes de época anterior. De su parroquia se segregó definitivamente en 1513 la de Muchamiel, próxima a la acequia principal. Aquí ya trabajaban sus terrazgos, al menos desde 1480, personas como Jaume Planelles, que anualmente pagaba un censo de diecisiete sueldos a la de Rebolledo. A comienzos del siglo XVI ya destacaron en Muchamiel dieciocho cabezas de familia, con vínculos de sangre entre sí.

                 La Huerta atrajo a personas acaudaladas como Simón de Empuries, que en 1488 recibió del rey bienes en partidas como la de San Juan. Se acensaron no pocos de sus terrazgos. En 1499 el barcelonés mosén Bernat Roger de Rosanes recibía anualmente las rentas de sus propiedades alicantinas. A su modo, el milagro de la Santa Faz prestigió la expansiva Huerta alicantina a los ojos de los coetáneos. En 1518 se establecieron cerca del barranco de Lloixa las clarisas bajo el patrocinio municipal, una vez descartada la llegada de los colonizadores jerónimos a estos pasajes.

                El área al Oeste del núcleo urbano también pasó por un período expansivo. En 1510 en el lugar de Monforte se contabilizaron sesenta y cuatro hogares cristianos y treinta y cinco mudéjares, sometidos todavía al pago del besante. Los reyes le habían concedido en 1490 carta puebla y el fuero de Alicante. Contaba con su propio horno de cocer pan y su molino harinero. En 1491 su aduana rindió beneficios por ochenta y dos sueldos.

                El 21 de junio de 1482, en la misma área, Joan Puig de Vallebrera otorgó las condiciones de poblamiento para su lugar de Agost con cuatro particulares cristianos y siete musulmanes. Debían residir obligatoriamente durante cinco años al menos para recibir heredades con balsa de agua y la franquicia de los materiales de construcción de sus viviendas. Posteriormente podrían deslindar la posesión del agua de la del terrazgo. Todos debían diezmar al distribuirse bienes de originaria titularidad cristiana. El señor disfrutaba del derecho de almazara, de la imposición simbólica de dos gallinas y una carga de leña por hogar al año. En las imposiciones agrarias se diferenció entre los cereales cultivados en los secanos, que tributaban la quinta parte de la cosecha, de los del regadío, cuyo gravamen ascendía a la cuarta parte (al mismo nivel que los productos de huerta). Los olivos y los algarrobos pagarían tanto en secano como en regadío la tercera parte. Cada apreciada higuera tributaría seis dineros a partir del tercer año, excepto las de la variedad de Burjasot. Tanto la tahúlla de alfalfa como la de viña pagarían al señor cuatro sueldos y seis dineros. Los Vallebrera estaban interesados en aprovechar las posibilidades de la agricultura de exportación al calor de la bonanza comercial apuntada. En 1510 Agost alcanzó los nueve vecinos cristianos, como Joan lo Moriscat, y quince musulmanes.

                En el otro extremo del territorio alicantino, el caballero Alfonso Martínez de Vera quiso en 1484 animar su dominio de Busot con la afluencia de campesinos mudéjares. Había sido adquirido en 1475 a los Fernández de Mesa junto al señorío de Aguas y Barañes, y en 1480 había pleiteado con el municipio de Alicante por la partición de frutos de las tierras de su término. En 1510 los musulmanes de aquí se limitaron a cuatro cabezas de familia, pero los cristianos alcanzaron los veintisiete.

                Negocios y administración real.

                El patrimonio de la Corona en el reino de Valencia se organizó en dos grandes bailías, al Norte y al Sur de Jijona (con sedes en Valencia y Orihuela), de las que dependieron distintas bailías locales. Se encargaron de recaudar sus impuestos y de gestionar sus negocios, pero acostumbraron a rendir unos beneficios discretos a nivel general, pues una buena parte de sus ingresos se fue en pagar salarios y gratificaciones a sus responsables, generalmente prohombres locales. De esta manera se aseguró su fidelidad al rey.

                Dependiente de la de Orihuela, la bailía de Alicante fue administrada por el caballero Alfonso Martínez de Vera, de un linaje procedente de Cocentaina acostumbrado a estas responsabilidades. Sus viajes a Valencia en 1491 costaron unas setenta y tres libras. Tuvo litigios con el regente del oficio de justicia Antoni Mèrita por los provechos de las multas. Sus alguaciles y guardas cobraron el servicio, el montazgo y el extremeño a los mudéjares del valle de Elda con no poca alteración. En 1509 respondió al baile del reino, el de Valencia, por cobro indebido de derechos de esclavos de Orán.

                Desde el año fiscal de 1490-91 el rey autorizó a la bailía alicantina a cobrar el derecho de anclaje en el muelle. Satisfechas las pensiones de los censales, se deberían destinar las tres cuartas partes de su recaudación a las obras del muelle y la restante cuarta parte a las del castillo y a su dotación artillera (la de las bombardas), cuyos trabajos fueron supervisados por los jurados Bernat Mingot y Melcior Vallebrera. Así también se lograron fondos para la reparación del portal nuevo del Mar. En 1504 la monarquía autorizó al municipio a cargar censales por un valor que no excediera las 1.500 libras para la construcción de fuentes públicas.

                Los trabajos como recaudador de tal derecho de Tomás Martí entre 1494 y 1496 lo auparon a las filas de la caballería. Los mismos prohombres, verdaderos señores de la administración municipal, invirtieron dinero para estas obras por medio de los censales. Avanzaron un capital y cada año cobraron una pensión, generalmente de más del 8% de la suma prestada, hasta su reintegración. Tomás Vallebrera ganó con las obras del muelle una pensión anual de treinta y nueve libras. Notarios como Jaume Puigvert lograron bastante expidiendo sus escrituras. Era otra forma de lograr beneficios del real patrimonio. Las obras religiosas, como las de Santa María, también tentaron a los particulares con fondos, como Lope Fernández de Mesa o Martín Hernández. Perot Martínez de Vera adquirió en 1513 una propiedad de su padre Alfonso con los beneficios de un censal a satisfacer por el clero de Santa María.

                Los eclesiásticos se sumaron a ello, como el alicantino Nicolau Llopis en 1508. Forasteros como el presbítero de San Bartolomé de Valencia Miquel Joan Gomis prestó en 1504 un censal con un capital de 170 libras y una pensión de más de 11 libras. El hospital de San Juan Bautista, bajo el patrocinio municipal, también se proveyó de censales, como los de los cónyuges Francesc y Leonor Esclapés de la vecina Elche.

                Se respondieron a tantos compromisos con imposiciones, del estilo del gravamen de la carne en 1515, que al final pagaron los más modestos, origen de cercanos desórdenes públicos que pusieron en duda el autoritarismo de la monarquía y la preeminencia de los prohombres locales.

 

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