LA BATALLA DE ALMANSA RELATADA POR MIÑANA.

25.04.2015 13:33

             

                “Así pues acampando aquella noche junto a Caudete, el 24 de abril reemprenden el camino hacia Almansa en cuyo lugar las tropas del Rey inflamadas por el afán de luchar  aguardaban su llegada con los ánimos muy dispuestos. Cuando no obstante se llegó a su vista, al darse cuenta el de las Minas y Galloway que en la llanura se ofrecía la posibilidad de luchar en campo libre y abierto resueltos a lanzar su ejército al combate encima cansado por la caminata, colocan la tropa en la doble formación que ya había sido decidida con anterioridad. Galloway con parte de la caballería se preocupaba del flanco izquierdo tras ser intercaladas algunas compañías de ingleses y holandeses para que a su vez sirvieran de protección; el centro de la batalla que constaba de 16 compañías le fue confiado a Dohna. El flanco derecho ordenado de la misma manera que hemos dicho el izquierdo. Se coloca la caballería portuguesa al frente de la cual se hallaba el conde de Villaverde. De la misma manera ordenan las tropas de reserva, pero no contenían el mismo número de soldados. Fortifican la primera línea de combate con 22 cañones colocados a una y otra parte. Por último el de las Minas se pone en el centro de la formación. El total de las tropas era de 22.000 infantes y casi 6.000 jinetes. Berwick tras conocer en ese día el pensamiento enemigo, había ordenado reunir todas las tropas tras dar la señal y colocó de manera diferente sus fuerzas entre las que habían unos 23.000 infantes, apenas unos 9.000 jinetes porque todavía no habían venido de sus lejanos acuartelamientos de invierno los restantes escuadrones de caballería. Delante de la primera línea de combate coloca 8 cañones en el flanco derecho, otros tantos en el izquierdo entre las dos formaciones sobre una colina, 4 en el centro. En los extremos la caballería sin la infantería; en el centro del ejército coloca 29 compañías. Se ponen delante Cantelmio en el flanco derecho, el marqués de Daraway, francés, en el izquierdo, el español San Gil en el centro del campo de batalla. Berwick por su parte aunque era visto delante de todos en frente distinguido por sus armas y cabalgadura, sin embargo no se detenía en un lugar determinado dispuesto a acudir corriendo a todos los imprevistos. Ordena un segundo ejército en la misma manera, con 23 compañías en el centro y con la caballería junto a los flancos pero en empuje y en número menor que la vanguardia, ejército que le pareció bien permaneciese detrás de Almansa. Organizadas así estas cosas se vuelven a llevar más lejos toda la impedimenta cargada de acémilas y las tiendas de campaña mandadas recoger junto con la inútil muchedumbre de servicios. Por último el lugar en donde se habían reunido los ejércitos era una llanura que se extendía entre colinas hasta las cuales llegaban las alas de uno y otro ejército extendidas de oriente a occidente. Y no había otro obstáculo para luchar que un arroyo de fáciles vados colocado delante del flanco derecho de los españoles. El resto llano por todas partes y abierto. Así pues cuando el día discurría hacia el atardecer se disparan los cañones colocados en el flanco derecho porque la parte izquierda de los enemigos ya se había puesto al alcance de las armas. Hacen lo mismo los enemigos quienes caminaban no de frente sino de lado, de manera que el comienzo de la batalla tenía lugar por el lado izquierdo suyo en el que habían colocado los más fuertes. La caballería de la guardia real se había adelantado al ejército del Rey tras dejar el escuadrón de Pozoblanco como ayuda, dispuesto a recibir al enemigo que pasaba el río. Y al haber recibido los primeros la descarga enemiga, después con las espadas desenvainadas y con los espíritus muy decididos excitan a los caballos y en un momento se abren paso a la fuerza por el flanco de los enemigos y aniquilan con tanto ímpetu que a través del montón de cadáveres y armas que se habían apiñado en el riachuelo, atacan al segundo ejército. Pero las compañías que se habían mezclado en auxilio de la caballería tanto en la primera como en la segunda línea, llenan de una lluvia de balas a la guardia real que se había adelantado temerariamente y les obligan a retroceder. En ese momento los jinetes ingleses que se habían reagrupado mientras acosan bastante incautamente a los que se retiran, se lanzan contra la caballería de Pozoblanco el cual se había aposentado en unos lugares desalojados y más retirados. Éste con un oportuno ataque contiene al enemigo osado y que acosaba a la guardia real, y le obliga a retroceder hacia los suyos. Entretanto reordenados los de la guardia real atacan por segunda vez al enemigo. Y cuando se lucha por una y otra parte con las últimas fuerzas y con los más atroces sentimientos, de nuevo maltrechos por idéntica destrucción son expulsados de allí. Cuando empero, reunidos de nuevo se preparan o para vencer valerosamente o a morir con dignidad, llega corriendo Berwick el cual ordena que Umene con su propia compañía –que ocupaba en la retaguardia el primer lugar hacia aquella parte- ataque la infantería de los enemigos que acosaba a la guardia real y demoraba la victoria en aquel sitio, cosa que fue tan valerosamente cumplida por los franceses que después de la lluvia de balas, tras calar la bayoneta en el extremo del arma, atraviesan a los enemigos que encuentran al paso y en poco tiempo los matan. Mientras sucede esto, los de la guardia real precipitándose por tercera vez desvían hacia la derecha a cuantas fuerzas habían y anulan con sus espadas totalmente el flanco izquierdo de los enemigos y los aniquilan. En la parte izquierda puestos, como hemos dicho, los cañones sobre una colina, la acción se desarrollaba desde lejos. Pero cuando se estuvo más cerca, los enemigos se esforzaban en rodear aquella zona para que los del Rey sorprendidos por un doble fuego, fuesen desalojados más fácilmente. Sin embargo Berwick había procurado que esto no pudiese suceder, el cual al comienzo de la lucha había enviado allí un fuerte contingente de caballería de las tropas de reserva bajo el mando de Mahoní. Los enemigos burlados de esta esperanza volvieron a empuñar las espadas. Pero expulsados y dispersos fácilmente al primer embite de los del Rey, los jinetes portugueses fueron los primeros en huir acosándoles los del Rey que se esforzaban por cortarles la posibilidad de huida importunándoles por la espalda a través de algunas millas. Entretanto la infantería inglesa y portuguesa, habiendo sido colocados en medio escuadrones de caballería tras formar una cuña, separan por la mitad al ejército del Rey y al estar escindido le atacan y ocupan aquel lugar que los franceses, a quienes se les había confiado aquella parte para que la protegieran, habían perdido cediendo vergonzosamente; y los enemigos se adelantan hasta el extremo de penetrar casi en Almansa (detrás de la cual hemos dicho que había quedado el segundo ejército) y atacar por la espalda a los del Rey. Salió corriendo para hacer frente a este contratiempo un pelotón de caballería enviado por Berwick el cual lanzándose a galope tendido sobre aquella tropa, los destrozaron por completo a todos. Mientras éstos se encuentran en tal situación desesperada, la infantería francesa a las que el enemigo había rechazado y desalojado de su posición, por las exhortaciones de sus jefes aunque temerosa y abatida, reagrupándose ofrecía resistencia a los asaltantes para borrar luchando valerosamente la mancha que habían contraído cediendo un poco de terreno. A ésta les servían de oportuna ayuda la infantería de la guardia real española y belga, últimas filas de su ejército que habían permanecido inmóviles y para el enemigo servían de obstáculo para que no pudiera socorrer a los suyos caídos como en una trampa. Por lo demás puesto en fuga el flanco derecho y el izquierdo destruido hasta la aniquilación, la infantería privada del auxilio de la caballería es exterminada por doquier, habiendo sido respetados unos pocos por el derecho de guerra. El de las Minas viendo estas cosas y que la batalla estaba con malas esperanzas, había huido con su caballo y con la ayuda de la noche que se cernía (cosa que sirvió de salvación a muchos) se había escapado del tropel de perseguidores. Galloway por su parte, que en el primer ataque tras recibir dos heridas en la frente y en el brazo izquierdo había sido capturado por los del Rey y ense la había confiado para cuidarse de él el centro del combate, tras reunir 13 compañías –lo que quedaba del ejército- comenzó a retroceder y a retirarse de la lucha con las primeras sombras para ver si podía ocupar los lugares superiores y los sitios inaccesibles en el bosque y de allí refugiarse en la provincia limítrofe. Conocido lo cual por Berwick, sigue a los que se retiraban con parte de sus tropas: ocupa los lugares oportunos por donde temía que el enemigo pudiera deslizarse y vuelve muy entrada la noche al campamento dispuesto a preparar las demás cosas. Los enemigos no obstante aunque no se habían descuidado en ninguna cosa y se protegían estupendamente no sólo en el lugar elevado que habían tomado sino también con las armas que disparaban incesantemente contra los vencedores, sin embargo su jefe dándose cuenta de que se les había quitado la posibilidad de escapar y de permanecer en el mismo lugar por la escasez de agua y de las cosas indispensables, entonces pensando cuerdamente que él pactaría con la fortuna si se llegaba a conservar el ejército en una situación tan peligrosa, solicitó que le fuese permitido enviar legados a presencia de Berwick para que le propusieran que él y los suyos se entregarían bajo ciertas condiciones. Enterado de esto Berwick ordena que Claudio Vidal, un lugarteniente suyo llamado Asfeld, marche allí con otras tropas las más valerosas y les concede la facultad de zanjar el asunto. Éste tan bien lo hizo que al día siguiente toda aquella multitud de hombres tras deponer sus armas se entregó suplicante a la rendición. En la batalla cuando se apaciguó el ardor de la lucha, también muchos tras arrojar las armas fueron perdonados según la costumbre militar. Se decía que en ese combate habían muerto unos 6.000. Fueron hechos prisioneros unos 11.000. Algunos se escondieron dispersamente en los pueblecitos de la provincia limítrofe. Todos los cañones, 130 estandartes fueron conducidos al campamento. Un gran botín tocó en suerte a los vencedores. De éstos apenas unos 2.500 fueron muertos y heridos en tan peligrosa batalla.”

                José Manuel MIÑANA, La guerra de Sucesión en Valencia. Edición de F. J. Pérez i Durà y J. Mª. Estellés i González, Valencia, 1985. Libro II, 40, pp. 182-187.