LA FORJA DE VALENCIA POR JAIME I EL NEGOCIADOR.

08.12.2018 13:19

                La Historia está llena, saturada, de conquistas de tierras y pueblos. Habitualmente, los triunfadores son glorificados como grandes figuras en obras literarias, historiográficas, pinturas y estatuas, que no deparan los mismos honores a sus oponentes. Las naciones a veces los tienen como padres de la patria y modelo de conducta, y da la impresión que sin ellos la conquista, presentada como una gesta, hubiera sido poco más que imposible.

                Se acostumbra a cantar su pericia militar, pero a veces se olvida su capacidad para hacer pactos, su habilidad política al fin y al cabo. Jaime I, el Conquistador, fue verdaderamente el Negociador, pues sin los acuerdos que fue trenzando hubiera sido impensable el dominio del reino de Valencia.

                El hundimiento del imperio almohade, desgarrado por querellas internas, le ofreció un amplio campo de actuación. No sabemos si en 1238 hubiera podido entrar en la ciudad de Valencia don Jaime de no haberse dado aquella circunstancia. Queda a todo caso para una historia virtual, contrafáctica, tan del gusto del mundo anglosajón. Lo que sí que es cierto es que también sus dominios padecieron la división en su minoría de edad.

                Recientemente, la historiografía ha contemplado los conflictos entre comitivas señoriales no como una muestra de la degradación del orden público, al modo de los especialistas del Derecho, sino como un procedimiento para reconducir a la negociación al contrario, en clave antropológica. El objetivo de luchar sería negociar para alcanzar un acuerdo favorable. Al fin y al cabo, los pactos sinalagmáticos anudaban el complejo feudal.

                Antes del nacimiento de Jaime I en 1208, tal proceder, tal mentalidad, ya se encontraba muy arraigada entre los pueblos de la Cristiandad europea. Sancho VII de Navarra, el Fuerte, que más tarde trataría con don Jaime acerca de la sucesión de su reino, supo negociar con señores musulmanes y cristianos. El 14 de febrero de 1202 concertó con Juan I de Inglaterra, más tarde sin Tierra, una confederación de paz y verdadera amistad. Hermano de doña Berenguela, la atribulada esposa de Corazón de León, supo navegar entre las querellas de la familia Plantagenet, así como exceptuar de ataques a su entonces aliado el califa almohade. La diplomacia del Cid tuvo distinguidos vástagos.

                Con una situación harto complicada, el joven Jaime I tuvo que acudir a tales ardides. Las instituciones de paz y tregua, bendecidas por la Iglesia, le dispensaron una gran oportunidad al respecto como príncipe. En 1228 dijo seguir la voluntad de sus padres, aconsejándose de figuras como el arzobispo de Tarragona y otros prelados, sin olvidar a los magnates y los prohombres urbanos, a la hora de establecer la paz catalana del Cinca a Salsas, en la que se declaró todo ataque contra los eclesiásticos (incluyéndose las órdenes militares) un sacrilegio.

                Don Jaime se presentaba como la cabeza de una comunidad ordenada, capaz de tomar acuerdos y de hacerlos cumplir, algo de gran valor en las conquistas valencianas. En la ciudad de Valencia, según se refiere en El llibre dels feits, quiso evitar a toda costa lo sucedido en la conquista de la ciudad de Mallorca, donde se consideró postergado por los grandes magnates. No dudó en tratar con las autoridades musulmanas a espaldas de sus nobles aragoneses.

                Y no solo en las plazas directamente rendidas a él por distintos medios supo llegar a acuerdos. En 1235 Guillem de Montgrí (sacristán mayor de la catedral de Gerona y administrador de la archidiócesis de Tarragona) tomó la fuerte Jérica. Aquél acudiría a la conquista de Ibiza, y el 22 de junio de 1238 Jaime I otorgó el castillo y la villa de Jérica al concejo de Teruel para su repoblación. Inicialmente, los musulmanes no habían sido mayoritariamente expulsados. Se le concedió por ello el fuero de Teruel, muy característico de la frontera ibérica, y se hizo una primera hitación hasta el paso de Segorbe de sus términos, delimitados con Teruel de forma más precisa el 30 de marzo de 1254. Por entonces, el nuevo reino de Valencia ya tenía forma clara, y don Jaime donó Jérica en 1255 a su favorita Teresa Gil de Vidaure. Con estas maniobras aseguró su dominio aquí, sin mayores dispendios bélicos.

                Otro problema que tuvo que afrontar Jaime I fue el de la relación con la expansiva Castilla, con apetencias muy claras sobre el litoral mediterráneo. Plazas como Alicante, Elche u Orihuela formaron inicialmente parte del área castellana del reino de Murcia, y en el asedio de Játiva se hicieron presentes sus aspiraciones. Concluido el tratado de Almizra (26 de marzo de 1244), las relaciones entre Jaime I y los castellanos se sosegaron, pero hasta el 10 de agosto de 1257 no se alcanzó un acuerdo para enmendar los daños inferidos en la frontera entre unos y otros. Don Jaime otorgó a Alfonso X la posibilidad de enmendar los entuertos y daños ocasionados a las gentes de sus dominios en su tierra y señorío desde que comenzó su reinado, según las conveniencias acordadas en Soria. Dio poder al justicia de Aragón don Sancho de Pérez y a Rodrigo Pérez de Tarazona para enmendarlos en el área aragonesa, y en el resto a don Eiximén de Tovia y a don Gonzalvo López de Pomar. Notificó, asimismo, a todos los hombres de su señorío sobre cómo proceder en la frontera desde Alfaro a Requena.

                Si la negociación había servido para conquistar y delimitar, también ayudaría a dar mayor contenido a la nueva comunidad forjada según los modelos de su tiempo, el reino de Valencia. El 26 de febrero de 1274, cuando muchos elementos ya presagiaban la tensión que estallaría pocos años más tarde, Jaime I otorgó en Gandía su paz y tregua, en honor de la Virgen María, que según su devoto rey tanto ayudó a la conquista del reino.

                Puso bajo su protección a los lugares religiosos, desde la catedral de Valencia al que se fundara posteriormente, al igual que a los de las órdenes militares, nobles y prohombres, sin olvidar los vitales caminos. Los musulmanes mudéjares, considerados parte importante del tesoro real, también fueron amparados, al igual que los rebaños de los vecinos de Teruel que apacentaban en tierras valencianas. En este complejo y heterogéneo reino formado con tantos componentes tras una laboriosa conquista y no escasas negociaciones se insistió entonces en el principio de la defensa propia.

                Dirimir los conflictos generales y particulares fue una tarea que empeñó las energías valencianas a partir de entonces, uno de cuyos precedentes más claros fue la habilidad y la suerte con la que Jaime I consiguió sus apetencias.