LA FURIA DIVINA Y LOS TERREMOTOS.

25.03.2019 17:58

               

                Este pasado domingo 24 de marzo, se registró un terremoto de cuatro grados en la escala de Richter en el Sureste peninsular, que se dejó sentir en la provincia de Alicante. A día de hoy, sabemos que tan terribles fenómenos se deben a la actividad de las fallas geológicas o al roce de las placas tectónicas. Sin embargo, hubo un tiempo en que se atribuyeron a la cólera de Dios, como otros tantos males que han castigado a la humanidad. Cuando en 1688 un seísmo golpeó la ciudad de Nápoles, entonces dentro de la Monarquía hispánica, el rey ordenó oficiar misas a la Virgen al clero de distintas ciudades españolas para apaciguar la ira divina.   

                “Entre los horrores con que la Naturaleza ha manifestado muchas veces en venganza de la Divina Justicia, ofendida la suprema fuerza de su mano poderosa, ha sido siempre el más tremendo, el más imprevisto golpe de los súbitos terremotos, que en un mismo momento son el aviso y el castigo de su furor.”

                Así daba comienzo la relación del seísmo que asoló las ciudades de Lima y El Callao el 28 de octubre de 1746. En el ilustrado siglo XVIII, las cosas fueron cambiando muy lentamente, y la mentalidad racionalista se abrió paso con dificultades.

                Las tierras valencianas se encuentran expuestas a los terremotos y en muchas ocasiones a lo largo de la Historia han sufrido su furia. Tenemos constancia de uno de gran virulencia en Tavernes de la Valldigna el 18 de diciembre de 1396.  El 23 de marzo de 1748, Montesa y su área circundante encajó un terrible seísmo. Su afamado castillo fue destruido.

                En otros puntos se temieron nuevas demostraciones de la cólera divina. El 27 de mayo de aquel año, se prohibieron en la ciudad de Alicante las representaciones teatrales, aunque su fin fuera aliviar económicamente el Hospital de Pobres consagrado a San Juan. Los munícipes de Valencia actuaron de igual modo.

                Años más tarde, a principios de noviembre de 1755, un horroroso seísmo destruiría Lisboa, ocasionando no pocas escenas de pánico. Hasta marzo de 1829, las tierras valencianas (concretamente las de la Vega Baja) no volverían a sufrir la furia de tales movimientos.