LA ORDALÍA DEL CASTILLO DE ALICANTE (1709).

14.01.2019 19:23

                Los resultados de los combates fueron considerados durante siglos auténticos veredictos divinos. Los ruegos de uno de los contendientes eran debidamente escuchados por Dios y su causa reconocida con el triunfo. La ordalía o juicio de Dios fue aceptada por las gentes de la Europa medieval y de siglos más tarde.

                Los que en 1709 combatieron por el dominio del castillo de Alicante así lo creyeron.

                Tras la batalla de Almansa, las fuerzas borbónicas habían hecho retroceder a las austracistas en territorio valenciano. Lograron retomar la ciudad de Alicante, pero su fuerte castillo permaneció en manos de los de Carlos de Austria, dos regimientos ingleses de unos 700 soldados.

                Era el último gran punto fuerte que conservaban en el reino de Valencia e hicieron todo lo posible por no perderlo. Lucharon contra los borbónicos y la escasez de agua. Su responsable, el católico irlandés John Richards, no se dejó intimidar por las importantes obras de minado del castillo. Declinó rendirse.

                El 4 de marzo tuvo lugar la detonación que lo mató a él y a muchos de sus soldados. La explosión destrozó parte del castillo y esculpió en el monte Benacantil la llamada cara del moro. Los supervivientes dirigidos por el teniente coronel hugonote d´Albon tampoco se rindieron.

                Se envió una flota en su ayuda, que recaló en aguas de Denia y Jávea. El 16 de abril se hicieron nuevamente a la vela a las nueve de la mañana y al anochecer alcanzaron la costa de Alicante.

                Su llegada fue recibida con alborozo por los del castillo, que les tributaron salvas de honor. Quizá podían cambiar su suerte.

                La ciudad iba a ser sometida a bombardeo, algo que Alicante venía encajando desde 1691. Trece navíos se avanzaron y formaron una línea de fuego, vomitando contra la plaza 5.000 balas hasta las cinco de la tarde. Desde el castillo se dispararon 200 proyectiles entre bombas, granadas reales y piedras, que sí consiguieron destruir parte de la ya quebrantada ciudad.

                Tampoco los defensores de la plaza se dejaron amilanar y se propusieron resistir, comandados por el duro y experimentado Francisco Ronquillo.

                En vista de ello, el comandante de la flota austracista destacó entre las tres y las cuatro de la tarde del 18 una falúa con un oficial para tratar la capitulación del castillo, que se concluiría el 19 de una a dos de la mañana.

                La guarnición salió con todos los honores militares y conservando sus bagajes. El mismo Ronquillo atribuyó el suceso a la intercesión de San Francisco de Borja, al que ofreció una solemne fiesta en Gandía.

                Aquel fin oficial de la guerra en el reino de Valencia, según los borbónicos, coincidió con benéficas lluvias y el cese de la plaga de langosta en el ducado de Gandía, donde se ensalzó sobremanera al citado santo, con la inestimable colaboración de los jesuitas. Según aquellos círculos, en Alicante se abría emitido un verdadero juicio de Dios. La guerra de Sucesión no fue una guerra de religión, pero hizo entrar a menudo a la religión en guerra.

                Fuentes.

                Archivo Histórico de la Nobleza. Osuna. CT. 142, D. 84.