LAS PELIAGUDAS MEDICINAS.

29.04.2019 12:29

                Pueden dar la vida, pero también la muerte. Las medicinas salvadoras son susceptibles de convertirse en los venenos, según el uso que se haga de las mismas. Aquella persona que las prepara y las dispensa acumula un notorio poder desde la más remota antigüedad, asociándose a elementos sacerdotales. Como la medicina misma, puede ser altamente respetada, pero también vilipendiada bajo acusaciones de brujería y maldad infinita.

                El primer problema, no menudo, es el de su preparación. En 1329, Alfonso el Benigno estableció en las Cortes valencianas que las recetas debían escribirse en lengua romance. Los nombres de las hierbas y elementos medicinales con los que se preparaban, así como su justa medida, tenían que ser entendidos por las gentes oportunamente. En un momento en el que los Fueros de Valencia eran aceptados como legislación común de todo el reino, con independencia de ciertas peculiaridades locales, tal medida no dejaba de incidir en el fortalecimiento de su personalidad cultural, reconociéndola legalmente en este punto.

                En consonancia, los médicos, físicos y cirujanos deberían de hacerse entender bien por los especieros encargados de su confección. Se prohibía a todo barbero no administrar medicina sin ser examinado por los médicos. A las mujeres se les reducía a simples cuidadoras de niños pequeños y otras féminas, prohibiéndoseles en todo caso la administración de medicinas o  brebajes bajo pena de ser corrida a azotes por la villa de turno. La brujería tuvo poco de mágica y mucho de prejuicio machista.

                A partir de 1348, con el flagelo de la peste, la preocupación por las medicinas creció en una sociedad cada vez más ordenancista. En 1403 se estableció formalmente en la ciudad de Valencia el examen de los especieros o boticarios que preparaban jarabes y purgas, a cargo de dos boticarios escogidos anualmente cada 2 de enero por el justicia civil con el asesoramiento de dos médicos. Debían girar inspección seis veces al año junto al almotacén, encargado de la supervisión de los productos y de los tratos del mercado, destruyendo todos aquellos potingues lesivos a la salud. Tales disposiciones se extendieron a Játiva y otras localidades valencianas.

                Se extremó en 1417 la prevención por el suministro de los venenos mortales (arsénico y plata sublimada) a los boticarios, que deberían de ser cristianos y cuidadosos de los mismos, con conocimiento de los veedores locales. El temor al envenenamiento, a la conversión de la medicina en mal, flotaba sobre una sociedad tan desconfiada como llena de divisiones.