LOS AVISPADOS MUDÉJARES DE GANDÍA.

07.01.2019 17:46

                A finales del siglo XIV se consideró que la forma más eficiente de superar una comunidad una mala situación pasaba por la concesión de privilegios por parte de la autoridad. La villa de Gandía gozó del pleno dominio de las acequias que pasaban por su interior, y tuvo la capacidad de imponer gravámenes sobre los productos de consumo, las sisas que tanto se generalizaron en los reinos hispánicos coetáneos. Disponer de una morería también podía ser un aliciente para las rentas municipales y los vecinos cristianos, pero la comunidad islámica podía conseguir también importantes ventajas para sí misma, entrando en colisión con la villa cristiana. Tal fue el caso de la morería de Gandía.

                Los representantes de la villa se sintieron agraviados por los privilegios de la morería y su uso. Se quejaron al rey Juan II, que el 19 de octubre de 1459 enmendó algunos de aquéllos. Su respuesta fue puesta por escrito y más tarde trasladada por Gaspar Agramunt el 24 de noviembre de 1594, cuando ya planeaba la expulsión de los moriscos de tierras valencianas.

                Se insistió que en las denuncias de los mudéjares a los cristianos debería de juzgar el procurador general, su lugarteniente o el baile de la villa, siguiendo los fueros del reino, en los que el acusador debía seguir la ley del acusado.

                Molestó que el almotacén de la villa no pudiera tratar cuestiones de la morería, fuera de la antigua o la nueva, pues se pensaba que daba ocasión a que los mudéjares defraudaran en la carnicería.

                Precisamente, los mudéjares en sus Pascuas pretendieron la franquicia de la sisa de las carnes al modo de las morerías valencianas, contraviniendo la imposición de sisas por la villa reconocida desde hacía unos cincuenta años. Se temió un quebranto de su recaudación, pues los cristianos se asociarían con los mudéjares al fraude, una sintomática cooperación  interconfesional.

                El baño y el horno de la morería también ocasionaron quejas, so capa de contravenir el monopolio de la villa. Una vez que el procurador Guillem de Vic había autorizado la reedificación del primero, algunas cristianas acudían allí sin la licencia de sus maridos. Por otra parte, al horno iban a cocer los cristianos (los nuevos y los viejos) los días de fiesta de guardar. Se sostuvo que en las cercanías de la morería había muchos hornos.              

                Los mudéjares tenían permiso para tener tres cabras en sus casas para refrescar, conduciéndolas por los caminos de las ramblas hasta la marina y la montaña, lo que perjudicaba a las heredades cristianas de la huerta de una Gandía con precario boalar, máxime cuando ya gozaban de disponer de tres carneros. Como se sostuvo que los cristianos no disponían de animales, el rey redujo a una cabra el número de cabezas de ganado.

                Asimismo, la villa disponía desde hacía cien años del dominio de las acequias que pasaban por medio de su casco urbano. Sus vecinos daban a beber su agua a los enfermos. Si embargo, al alzar las casas de la morería sobre las acequias, los mudéjares hacían sus oraciones dentro de las mismas y lanzaban los restos de sus abluciones. Se invocó que en tiempos del duque se había cerrado una ventana por ello con la intención de evitarlo.

                También salió a relucir el alamín, al que se le hizo gracia en la morería vieja de un obrador a censo de 5 sueldos y 11 dineros, pero él había hecho cuatro, que alquiló a extraños con la excusa de que eran sus hijos y se trataba de su casa.

                En la mayoría de estos puntos, Juan II se puso del lado de la villa con la intención de no malquistarse con los cristianos ni de perder dinero de sus rentas. Todas estas incidencias demuestran la capacidad de los mudéjares para moverse favorablemente dentro del sistema controlado por los cristianos y la complicidad entre personas de distintas religiones para burlar pagos y restricciones.