LOS CASTILLOS, PUNTOS DE ARTICULACIÓN TERRITORIAL DE LA AUTORIDAD.

30.03.2018 18:01

                Uno de los elementos más icónicos de la Edad Media fue el del castillo, la fortificación que simbolizó todo un sistema social y todo un mundo. Sus aspectos constructivos y artísticos han sido justamente destacados por la investigación, pero también otros relacionados con la organización militar como no podía ser de otro modo. Valencia fue un reino de castillos mucho después de la conquista de Jaime I, y para sus habitantes cumplieron diversas funciones defensivas. Los documentos de la Cancillería real distinguieron entre los castillos propiamente dichos, los fuertes y los lugares, que constituyeron una verdadera red de protección de densidad territorial variable. Muchas de tales fortificaciones estuvieron en manos de señores particulares en un momento u otro, pero los reyes siempre se interesaron por su buen estado. Pedro IV no dejó de insistir a su aborrecida madrastra doña Leonor de Castilla, como tutora de su hijo don Fernando, sobre el debido mantenimiento de los castillos de su señorío, tan cercanos a Castilla.

                En el siglo XIV los reyes de Aragón se interesaron vivamente por el buen estado de castillos como el de Biar, Castalla, Tibi, Penáguila, Cocentaina, Peñacadell, Planes, Bañeres, Guadalest y Jijona en la primigenia frontera meridional del reino valenciano. Los castillos de Albaida, Enguera, Navarrés y Játiva sirvieron de enlace de aquella primera línea defensiva con las áreas valencianas centrales. Gran interés despertaron los que custodiaban la entrada del reino por el Oeste: Cofrentes, Otanell, Chirel, Chelva, Sot de Chera, Chulilla, Serra, Andilla, Pedralba, Gestalgar, Villamarchante, Chiva o Buñol. Liria, Murviedro y El Puig reforzaron la posición de la ciudad de Valencia. Hacia el Norte los de Jérica, Alpuente, Ademuz, Castielfabib o Morella adquirieron gran relevancia. Tras su reintegración al realengo de gran parte de la gobernación de Orihuela y la guerra con la Castilla de Pedro I, Pedro IV atendió al estado de las fortificaciones de Orihuela, Guardamar, Callosa, la Calahorra de Elche, La Mola, Elda y Alicante.

                La situación de muchos castillos era preocupante ante un ataque decidido. En 1377 se recordó al alcaide del de Alicante Lope Jiménez de Perencisa, agraciado con un salario de 3.000 sueldos en tiempos de paz y de 6.000 en los de guerra, su obligación de residir allí con su familia para atender sus deberes. La adopción de la tenencia a costumbre de España no siempre garantizaba el cumplimiento óptimo de los alcaides. En 1381, por si fuera poco, una parte del muro del castillo alicantino se derrumbó, y en 1386 se tuvo que dedicar parte de la recaudación de los derechos por la extracción de cereales de Orihuela a Barcelona a su reparación.

                Aquellos dispendios no fueron banales, pues el castillo sirvió de refugio referente a las gentes de un territorio más o menos extenso, al que en caso de peligro podían acogerse a sus defensas con el permiso de las autoridades. En las comunidades mudéjares, a veces sospechosas de no ser fieles a sus señores, tal opción no estuvo exenta de polémica, y la de Aspe debía invocar la autorización del procurador señorial, residente en no pocas ocasiones en la distanciada ciudad de Valencia. Durante la guerra con Castilla, los inconvenientes de tal proceder se dejaron sentir, y al final la reina y señora Violante concedió en 1393 que en caso de peligro inminente pudieran refugiarse en el castillo sin más dilaciones.

                Los castillos fijaron la población bajo una autoridad, y como tales legitimaron e hicieron posible la percepción de una serie de rentas, beneficiándose por ello de semejantes retribuciones. Don Joan Alfonso de Jérica fue agraciado con las rentas de Cocentaina y Planes, que costeaban sus castillos, algo sobre lo que insistió en marzo de 1365 Pedro IV de Aragón, pues se corría el riesgo de perderlos a manos de las huestes de Pedro I. Tal deber no excluyó la prosecución del pago anual de 3.000 sueldos, sobre los tributos de Planes, al mayordomo Gilabert Centelles.

                La estrategia defensiva requería una red de castillos, pero también el ejercicio de la autoridad real, no siempre en conflicto precisamente con la de otros señores.