LOS ÚLTIMOS AÑOS DE LOS TEMPLARIOS EN EL REINO DE VALENCIA.

20.01.2018 18:32

                

                En 1312 fue finalmente disuelta la orden del Temple, que tanto prestigio había llegado a tener en la Cristiandad de cien años antes. El desmoronamiento de las posiciones cruzadas en el Levante mediterráneo había cuestionado profundamente su función. Dotada de importantes dominios y activa en las finanzas, la orden no se unió finalmente en 1305 con la de San Juan del Hospital, que logró capear el temporal del desplome del Oriente cruzado.

                Por aquel tiempo, el poder musulmán había retrocedido considerablemente en la península Ibérica, reducido al emirato de Granada, en compleja relación con el imperio benimerín. La Corona de Aragón había tratado de expansionarse a costa de Castilla hacia el reino de Murcia, con lo que hubiera vuelto a tener frontera directa con territorio islámico. De todos modos, no desistía de ampliar su dominio hacia el Norte de África y la propia Península, donde trató de conquistar Almería, cuyo asedio fue alzado a comienzos de 1310.

                A primera vista, Jaime II de Aragón tenía buenos motivos para proseguir la relación cordial que en líneas generales había mantenido con los templarios su predecesor Jaime I. Su asistencia había sido de gran valor en la conquista de las tierras que se convertirían en el Norte del reino de Valencia, donde recibieron donaciones como las de Chivert.

                Antes de la conquista valenciana, los templarios disponían de territorios en el vecino Aragón como Cantavieja, Alfambra o Villel, desde las que actuar a todos los efectos. El arzobispo de Tarragona les encomendó el notable castillo de Morella, pero al final su tenencia fue a parar a otras manos, las de Blasco de Alagón primero con no poca suspicacia de Jaime I.

                El desarrollo de la ganadería trashumante, fenómeno común a muchos territorios de la Hispania de los siglos XIII y XIV, se hizo patente en el área de las sierras Negra, de Irta, Engarcerán y Valdancha, en la que los templarios tenían fuertes intereses como avispados hombres de negocios. Por diversos medios trataron de acrecentar allí su patrimonio. Algunos autores lo han interpretado asimismo como un intento de controlar el paso entre Cataluña y Valencia, relegando su anterior pretensión de ejercerlo en el tramo final del Ebro. De todos modos, acreditaron su deseo de enriquecerse.

                Se fijaron en los bienes de Artal de Alagón, que se había alzado contra su cuñado Jaime II. En 1294 lograron la cesión de Albocácer, cuyas murallas habían sido reconstruidas por orden del anterior señor. Ese mismo año consiguieron por permuta con Jaime II, a cambio de sus derechos sobre Tortosa y Fraga, la notable Peñíscola, donde acometieron notables obras de fortificación. También alcanzaron la permuta con Artal de Alagón de La Ginebrosa, en el Bajo Aragón, de interés para fortalecer su posición en el Norte valenciano.

                En 1303 compraron Culla por medio millón de sueldos a Guillem de Anglesola, pero su hermano Ramón (a la sazón obispo de Vic) le negó en 1305 el derecho a disponer de su herencia, lo que fue motivo de no pocas complicaciones financieras y legales para los templarios. Igualmente en 1303 acordaron la fortificación de Benicarló, que sería verdaderamente rematada con no pocas fragilidades por sus autoridades municipales en 1316.

                Las relaciones entre Jaime II y el maestre templario de Aragón Berenguer de Cardona no eran buenas a comienzos del siglo XIV. Toparon en las Cortes de Lérida y el rey se quejó al gran maestre Jacques de Molay, que tan trágico fin tendría, que no le había consultado en el nombramiento de su lugarteniente en las islas mediterráneas de la órbita aragonesa. En 1302 pidió su destitución, pero el gran maestre le recomendó paciencia. El de Cardona, de distinguido linaje, era un hombre avezado a las luchas con la autoridad real y de gran actividad, pues estuvo dos veces en Chipre, posición estratégica de gran interés para emprender una nueva cruzada u otras acciones.

                El puntilloso Jaime II emprendió y consideró varias acciones en relación al Temple. Concedió en 1303 Villafranca al municipio de Morella, a modo de cuña en área de hegemonía templaria. Meditó en 1305 su unión con los hospitalarios, lo que favorecería la creación de un maestrazgo de entera obediencia aragonesa, un verdadero avance de lo que años más tarde sería la orden de Montesa. Aunque distó de actuar con la virulencia de Felipe IV de Francia, debelador del Temple, ordenó en 1307 proceder en el reino de Valencia contra los templarios a Gombau de Entença, gran oponente suyo por razones patrimoniales familiares.

                Entre 1307 y 1311, el año de la apertura del concilio de Vienne, tuvo lugar la agonía del Temple, disuelto en 1312 bajo severas acusaciones. En puntos como Miravet, a orillas del Ebro, los templarios aragoneses plantaron cara a sus oponentes. Que en el reino de Valencia no era gentes inactivas lo demuestra la importancia que en poco tiempo alcanzaría su sucesora, la orden de Montesa.