VALENCIA INUNDADA EN 1517.

14.10.2018 11:33

                A todos aquellos que han sufrido la furia de las aguas.

                A la llegada del otoño, la cuenca mediterránea se ve afectada por precipitaciones de fuerte intensidad horaria, capaces de ocasionar sensibles daños. Las masas de aire húmedo se topan con un mar de elevada temperatura tras los rigores del verano. La reciente tragedia de Sant Llorenç des Cardassar ha vuelto a evidenciar la gravedad de tales lluvias. Del 13 al 14 de octubre de 1957 la tragedia alcanzó a la ciudad de Valencia, que no padecía por primera vez una circunstancia así. José Agramunt, que comenzó en 1663 a escribir su Libro de casos sucedidos en la ciudad de Valencia, tanto antiguos como modernos.., dio cuenta de una acaecida a fines de septiembre de 1517, en vísperas del gran estallido de las Germanías. En su dietario, tal autor la consideró en términos bíblicos, ofreciendo cumplidos detalles de la topografía urbana valenciana. Sigamos su narración.

                Magnitud de las precipitaciones.

                “Y de allí a tres años, que fue el año 1517, llovió en Valencia cuarenta días, sin parar ni de día ni de noche, que parecía un retrato vivo del Diluvio de Noé. El daño de las aguas fue muy grande por dentro de Valencia. Cayeron cosa de cien casas, y entre ellas la del cura de San Esteban, que le cogió debajo juntamente con el sacristán que le servía, donde estuvieron enterrados tres días pidiendo misericordia. Toda la gente acudió y trabajaron sin parar hasta desmontar la tierra, y toparon con ellos; el sacristán murió, al cura lo sacaron vivo. De este diluvio tan grande en el río Turia que todos entendieron que había llegado el último fin de Valencia.”

                La celebración transformada en duelo.

                 “Era domingo, día de los Médicos, a 27 de septiembre. Aquel día había recibido carta la ciudad que el rey don Carlos estaba ya en España para tomar posesión de las Coronas de Aragón y de Castilla por muerte de su padre. Por estas nuevas tan regocijadas, determinaron hacer fiestas públicas por tiempo de ocho días, pero las alegrías se convirtieron en llantos por la venida del río tan grande, que fue la misma tarde a las tres horas.”

                Las aguas inundan el casco urbano.

                “Y fue la avenida tan crecida y con tanto rigor que se llevó los cuatro puentes, como es el del Portal Nuevo, el de Serranos, el del Real y el del Mar, y desmoronó el de la Trinidad. Y metiéndose por las puertas de la ciudad, por la Puerta Nueva y la de los Curtidores, corrió hasta la calle de Caldereros y a la Alhóndiga por el Carmen y plaza del Árbol, y por la calle de Serranos hasta la parroquia de San Bartolomé, y por la de la Mar  hasta el cuartel de Santo Domingo; y llegó hasta la plaza de San Francisco, de tal manera que navegaban con barcos por la plaza de Predicadores y toda la ciudad estaba hecha una Babilonia de llantos y voces nacidas de los que morían ahogados en las calles y debajo de las casas que se caían.”

                La gravedad de la tragedia.

                “Cayéronse entre las lluvias y la avenida del río ciento y cincuenta casas. Aumentaba esta tragedia los clamores de toda la gente, que por las calles iban pidiendo misericordia. No quedó parroquia ni convento que no saliese en procesión, en forma de penitentes, con el Santísimo Sacramento, el lignum crucis y reliquias de santos. Pero donde más daño hizo el río fue en la calle de Murviedro, porque la cubrió toda hasta la torre de la Unión. Las monjas de la Zaidía las tuvieron que sacar y meterlas en Valencia. Las de la Trinidad las llevaron al palacio del señor arzobispo, porque el agua entró por la iglesia y subió siete palmos de alto hasta el sagrario, donde estaba reservado el Santísimo Sacramento: solamente siete monjas no quisieron desamparar el convento.”

                La crecida vuelve amenazadoramente.

                “Fue el creciente menguando, pero se serenó la noche. Pero volvió el creciente del río otra vez con el mayor rigor del río. Todo eran gritos y confusión. Por la calle de Murviedro iban hombres nadando con hachas encendidas en las manos para dar luz en las casas y camino a los que iban huyendo. El agua creció tanto que llegaba hasta los tejados más altos y sacaba las arcas por las ventanas de las casas.”

                 Una jovencísima víctima de la tragedia.

                “A vueltas y revueltas de otras cosas, se llevó la corriente un niño de teta en la cuna donde le tenía su madre; pero sucedió una cosa de admiración, porque le hallaron vivo cerca del mar, donde le había dejado la corriente, con la misma cuna, encallado en un ribazo, que quiso guardarle Dios como otro Moisés por sus secretos juicios.”

               Las autoridades municipales dejan constancia de la terrible inundación.

                “Mandaron los jurados que, para la memoria de los tiempos venideros, que en la esquina del monasterio de las monjas de la Trinidad se pusiera una piedra de mármol en el lugar hasta donde subió el río, en latín. Y yo las he puesto en letras en romance y dice así: Aquí llegó el bravo Turia, salido de los límites usados. E hizo inmenso estrago con su furia en la ciudad, en campos y poblados. El año mil quinientos diez y siete andados, a 21 de septiembre, a las tres horas de la tarde mal dadas.”

               Memoria escrita, historia viva. Dos dietarios valencianos del seiscientos. Edición de Emilio Callado y Alfonso Esponera, Valencia, 204, pp. 100-101.