VALENCIA Y EL PRÍNCIPE DE VIANA.

19.04.2015 12:38

 

                Las relaciones entre padres e hijos nunca han sido fáciles. Juan II de Aragón sostuvo una muy tormentosa con su hijo Carlos, el príncipe de Viana, habido de su primer matrimonio con Blanca de Navarra.

                El príncipe fue muy querido en los Estados de la Corona de Aragón, especialmente en el principado de Cataluña, pero también en el reino de Valencia con mayor contención. Era visto como una alternativa a su autoritario padre.

                El inquieto Juan se casó en segundas nupcias con Juana Enríquez, con la que tuvo al príncipe Fernando (el futuro el Católico). El 20 de septiembre de 1459 Juan y su esposa quisieron coronarse en Zaragoza sin la presencia del príncipe Carlos.

                Valencia, Aragón y Cataluña enviaron a Sicilia una delegación para que retornara. El 1 de marzo de 1460 llegó a Tarragona y entró el 26 triunfal en Barcelona. Allí recibiría el 15 de mayo a los reyes.

                En el fondo se encontraba en juego quién mandaba verdaderamente en la Corona de Aragón: el rey o sus súbditos en cortes. Precisamente el príncipe participó en las de Fraga y el 2 de diciembre un contrariado Juan II ordenó su detención en Lérida, ciudad que se alteró notablemente a favor de Carlos. Al final sería conducido a Zaragoza.

                La más opuesta al rey era la ciudad de Barcelona por cuestiones de gobierno municipal. Alentó la oposición por todos los medios y envió una embajada a Zaragoza, abandonada por Juan II el 20 de enero de 1461.

                Estalló la agitación en Zaragoza con fuerza. En la ciudad de Valencia los ánimos también se encontraban muy agitados y sus autoridades extremaron la vigilancia y las prevenciones. A diferencia del barcelonés, el patriciado urbano valenciano no tenía motivos de discrepancia tan serios con el rey.

                El 7 de febrero Lérida no permitió su entrada en la ciudad. Airado, Juan II ordenó al día siguiente el confinamiento de Carlos en el castillo de Morella y de su fiel Juan de Beaumont en el de Játiva, conducido por el gobernador de Valencia Pedro de Urrea, señor de Mislata.

                La respuesta no se hizo esperar. La generalidad catalana alzó banderas de guerra contra el rey y mandó sus huestes contra Morella. El maestre de la orden de Montesa fue testigo de los preparativos bélicos y del despliegue como enviado real en Barcelona.

                Desde Castilla se creyó llegado el momento para ajustar viejas cuentas con Juan II, el antiguo infante de Aragón que tanto había agitado su vida política en los años pasados. Se enviaron embajadas a la generalidad catalana y a los municipios de Valencia y Zaragoza, cabezas de sus respectivos reinos.

                El 27 de febrero se difundieron pasquines sediciosos en Valencia, llamando a la rebelión. La autoridad advirtió a los vicarios de las iglesias que no se tocaran las campanas, señal de convocatoria de la hueste municipal, mayoritariamente popular y gremial.

                Parecía inminente la rebelión contra Juan II, que cedió ante la presión. El príncipe tuvo que ser liberado y el 5 de marzo la ciudad de Valencia lo celebró con júbilo. Se celebró un solemne Te Deum, se hicieron luminarias y ya se lanzaron fuegos artificiales.

                El 25 de abril la capital del reino envió su representación o embajada al triunfante Carlos a Barcelona. La situación no dejaba de ser difícil: el 19 de junio sus autoridades se encontraron nuevamente amenazadas por la agitación. Pagar la deuda municipal imponía severos sacrificios a los grupos más modestos.

                Las aguas políticas tampoco se calmaron. Carlos, jurado como primogénito el día de San Juan, murió el 23 de septiembre de 1461. Pronto se le atribuyeron milagros y se acusó a su madrastra Juana Enríquez de emponzoñarlo. Se oteaban en el horizonte nuevas guerras, que no dejarían de afectar a los valencianos.

                Fuente: Dietari del capellà d´Alfons el Magnànim. Edición de Vicent-Josep Escartí, Valencia, 2001, pp. 131-156.