¿DEBE CONTRIBUIR EL REY A RESCATAR A SUS SÚBDITOS?

01.04.2016 12:45

 

                La guerra en el Mediterráneo de Carlos V y Solimán el Magnífico se libró por algo tan prosaico como el dinero, con independencia de las razones religiosas esgrimidas por todos aquellos que se lanzaban al combate.

                Las naves de los corsarios de Argel formaron las vanguardias de los otomanos en el Mediterráneo Occidental. Sus tripulantes acudieron al reclamo de la empresa por el botín y la nombradía. No pocos de ellos eran renegados cristianos que habían abrazado la fe islámica.

                En el campo carolino sucedía lo mismo, pero a la altura de 1537 los cristianos valencianos se veían limitados a defenderse de las incursiones marítimas de sus rivales. La victoriosa campaña del emperador en Túnez en 1535 no alteró tal circunstancia y su derrota ante Argel en 1541 la agravaría.

                Ya antes de la reorganización de tiempos de Felipe II, la defensa del extenso y accidentado litoral valenciano resultaba costosa. Las huestes municipales de Castellón, Burriana y Villarreal tenían el deber de servir militarmente en la protección de la torre de Oropesa, de gran importancia estratégica.

                Convocados por la autoridad real, sus fuerzas marcharon allí y sufrieron una derrota a manos de los corsarios musulmanes. Varios de sus soldados, a veces vecinos con escasa experiencia militar, cayeron cautivos. Sin embargo, se les reservó para el rescate. Castellón tuvo que afrontar el pago de 4.000 ducados y 2.000 Villarreal.

                Por aquel tiempo el ducado era una cotizada moneda de oro de curso legal en Castilla y que circulaba con fluidez en el reino de Valencia. Los corsarios exigían cobrar en una divisa sólida, algo que tristemente todavía sucede cuando se trata de un secuestro.

                Para desgracia de los cautivos, las dos localidades se encontraban muy endeudadas a la sazón, un mal que parecía endémico. Acudieron a la clemencia del rey de Valencia, el emperador Carlos V, en Cortes. Al fin y al cabo su desdicha procedía de servirlo a él.  

                Para no agravar su endeudamiento se dispuso que un tercio del rescate lo sufragaran los mismos particulares (es decir, sus familias), otro tercio la propia municipalidad afectada y del tercio restante se encargaría el mismo monarca. A las Cortes se les antojó poco clemente y suplicaron según los usos la merced del pago íntegro por el rey, que no se movió de la primera decisión. Su servicio era tan oneroso como arriesgado.