¿UNA REVOLUCIÓN SILENCIOSA?

13.04.2019 12:45

                En la primera mitad del siglo XVI, el comercio y las finanzas estaban introduciendo cambios importantes en la vida europea. La creciente afluencia de los metales preciosos procedentes de las Indias alentó la subida de los precios, a nivel general, y muchos patrimonios se resintieron de ello. La estabilidad social, según los cánones estamentales, fue cuestionada, según se desprende de lo acaecido en la mercantil Valencia de la época de Carlos V.

                Los problemas se abordaron en las Cortes celebradas en Monzón en 1533 y en 1542, en un tiempo de fuertes compromisos imperiales. Se denunció en 1533 que consorcios de notarios y corredores vendían a jóvenes, sin permiso paterno, bienes a precios excesivos, endeudándolos. Posteriormente, les compraban esos mismos bienes por un valor considerablemente menor. La autoridad paterna sobre los menores de veinticinco años se veía burlada, en consecuencia, algo que también sucedía con ciertos matrimonios.

                Los Fueros de Valencia habían abogado por el matrimonio entre personas de la misma condición social, pero ya en 1510 se había visto que tal pretensión distaba de cumplirse, por lo que se estipuló que la casada con un hombre de condición más modesta, sin el permiso paterno, carecería de dote. Aun así, en 1542 se clamó contra los matrimonios inducidos sin el consentimiento paterno o de los tutores. Los más modestos fueron acusados de alentarlos, por lo que se reforzó el permiso del padre o en su ausencia el de la madre.

                Los matrimonios no deseados cuestionaban el conservadurismo social y ponían en riesgo el patrimonio familiar según lo establecido anteriormente. Los testamentos también daban pie a serios problemas, aunque en esta ocasión no fueron jovenzuelos oportunistas los que los causaron, sino el mismo Papa. En 1533, los tres estamentos del reino de Valencia cargaron contra una bula papal que estableció que los eclesiásticos no podían disponer testamentariamente de sus bienes particulares, familiares, que debían revertir a su muerte en la Cámara Apostólica. Se argumentó que provocaría la ruina de los vasallos del monarca, por lo que se enmendó la plana al mismo pontífice.

                Sin embargo, la protección del patrimonio familiar también dio lugar a no pocos problemas. A la altura de 1542, el fenómeno de la vinculación había adquirido vuelo en tierras valencianas y servían para impedir la ejecución de los compromisos contraídos en los censales, los característicos préstamos que dispensaban rentas a mercaderes, caballeros, viudas, instituciones religiosas, etc. De no cumplirse, el crédito se vería seriamente perjudicado e incluso, según se decía, el reino padecería mengua de población, que hemos de entender como traslado de gentes acaudaladas a otros reinos, con el consiguiente daño para la economía y la vida de los más modestos.

                En aquella Valencia, en consecuencia, colisionaron la promoción social, la defensa y el acrecentamiento del patrimonio familiar y el desarrollo financiero. Tales elementos venían de tiempo atrás, pero en la primera mitad del siglo XVI se hicieron más visibles. Bien puede decirse que pasada la revolución de las Germanías, se fue desarrollando otra revolución más silenciosa entre ciertas gentes, que cuestionaba algunas jerarquías del antiguo orden. Ya en aquel tiempo irrumpe una juventud arrolladora, amante del consumo y deseosa de establecer unas relaciones matrimoniales más atentas a sus sentimientos, contra la que se trata de oponer el dique de la autoridad paterna. El mundo social reflejado en La Celestina ha eclosionado en la Valencia de Carlos V. Dentro de esta sociedad más abierta, hemos de entender fenómenos como los de la violencia y el bandolerismo, con pugnas por la mano de una rica heredera, con el deseo de destacar a toda costa.