AMOTINARSE EN VALENCIA.

17.01.2016 20:07

                Los conflictos sociales han sacudido en grado variable a todos los imperios y reinos del pasado como agitan a los Estados del presente y conmoverán a los del futuro, sin necesidad de ninguna bola mágica. Sus motivos se les pueden antojar a los historiadores banales y extravagantes, aunque a los coetáneos de los acontecimientos no les hayan parecido ni lo uno ni lo otro.   

                Un martes 17 de mayo de 1605 los jurados de la ciudad de Valencia aguardaban la llegada de una solemne procesión en la Lonja Nueva. Mandaron aviso a los participantes, a los que encontraron por el monasterio de la Merced, para que fueran derecho hacia ellos. De su recorrido quedaban fuera el monasterio de las Magdalenas ni San Juan del Mercado.

                Tal rectificación del itinerario de una procesión hoy nos parece un tema menor, que quizá alimentara alguna polémica periodística muy del gusto contemporáneo sobre la pertinencia del acto y sus motivos últimos. La sangre no llegaría al río.

                Otro era el punto de vista del Barroco, pues al dejar fuera dos templos importantes de la ciudad del recorrido sin aviso previo no era cuestión baladí. Dejar a las Magdalenas y a San Juan del Mercado fuera de la celebración de las letanías en honor de la Virgen, cuyo culto se intensificó en la Europa católica bajo la Contrarreforma, tuvo agrias consecuencias.

                Un grupo de muchachos acudieron ante los jurados en la Lonja para apedrearlos y lanzarles trapos sucios. El dietarista Pere Joan Porcar, del que tomamos esta información, reconoce en su relato que los jóvenes estuvieron inducidos por otros, sin citar expresamente a los eclesiásticos agraviados.

                Más allá de cuestiones de fidelidad a un convento o a una parroquia, cuyas dádivas caritativas alimentaban a más de un necesitado, los muchachos se movieron con tal ímpetu en medio de la falta de pan, cuando la crisis del siglo XVII comenzaba a dejarse sentir, especialmente en el tiempo de la soldadura entre las cosechas de dos años agrícolas. En este terreno los historiadores de la economía parecen tomar el relevo a los de las mentalidades.

                La Real Audiencia, el principal tribunal del monarca Felipe III en el reino de Valencia, actuó contra los amotinados, conduciendo el proceso el doctor Guardiola. La oligarquía municipal y la togada, muchas veces vinculadas por lazos familiares y de interés, sumaron fuerzas contra la disidencia, por muy atizada que estuviera por monjas o sacerdotes celosos. En todo caso la distinción que estableciera para Francia Denis Richet entre los que gobernaban y los que participaban en los gobiernos locales no aparece tan nítida en este caso.

                La alteración se despachó de forma expeditiva y ejemplar, dentro de los cánones de moralidad pública del Barroco en ciernes. El viernes 27 de mayo a las seis de la tarde se azotó a tres hombres. Una mujer fue sometida a la vergüenza. Al día siguiente el castigó culminó con la sentencia del chivo expiatorio de todo este asunto, Felipe Martí, conocido con el alias de Sanç Bonaventura cargado de ironía. Se le condenó a tres años de prisión y al destierro del reino.

                Todo tumulto popular era temido, incluso el que surgía bajo el motivo o la excusa del peligro musulmán. El lunes 13 de junio del mismo año, a pocos días de los castigos citados, hubo uno por el desembarco de berberiscos de Argel en la cercana zona de Canet. La combinación de incursiones de los corsarios musulmanes del Norte de África, escasez de alimentos y descontento con la gestión municipal alimentaron los inicios de las Germanías. El miedo a que se repitiera esta posibilidad quizá animara a algunos a dictar la expulsión de los moriscos de 1609.