COMPRAR EN CASTILLA CON FLORINES ARAGONESES.

22.03.2018 18:27

               

                Las Coronas de Aragón y de Castilla sostuvieron durante la Baja Edad Media un animado comercio, en el que el reino de Valencia desempeñó un importante papel tanto por su posición geográfica como por sus mercancías, de procedencia propia o foránea. Entre los siglos XIV y XV corrieron por tierras castellanas, mucha más allá del marquesado de Villena o del reino de Murcia, monedas procedentes de Valencia como el florín de buen oro del cuño de Aragón.

                Originariamente el florín de veinticuatro quilates apareció en 1253 en Florencia, disputada ciudad de notabilísima proyección mercantil y financiera. Los préstamos de sus hombres de negocios resultaron proverbialmente importantes para los monarcas y magnates de comienzos del siglo XIV, y su moneda de oro pronto fue adoptada por los pontífices de Aviñón. Fue acuñada en consonancia por Felipe IV de Francia desde 1302 y a partir de 1343 por Eduardo III de Inglaterra. Pedro IV de Aragón acuñó florines desde 1346 en Perpiñán, extendiendo el derecho de acuñarlos en el resto de sus dominios posteriormente. Autorizó a ello en Valencia en 1369.

                Las circunstancias de la guerra con Castilla determinaron a Pedro IV a alterar el valor del florín aragonés a la baja. En verdad, el conflicto consumía ingentes recursos. Durante al asedio de Murviedro, por ejemplo, aquel monarca concedió a don Enrique de Trastámara (entonces pretendiente del trono de Castilla) unos 15.000 florines para mantener durante dos meses por adelantado una fuerza de mil caballeros y otros mil infantes. Pasada la guerra con Pedro I y entronizado Enrique II, las exigencias de dinero con fines militares no concluyeron, precisamente. Asoldar en 1377 unos 200 ballesteros costó de entrada unos 5.000 florines, y 500 guerreros en 1413 para el asedio de Balaguer por tres meses supuso el desembolso inicial de 20.000 florines por el reino de Valencia. Por aquel entonces mantener un caballero diariamente costaba un florín y medio a la bailía general valenciana.

                En 1375 se estableció la cuantía de la dote, ajuar y arras de la infanta doña Leonor de Aragón, a casar con el infante don Juan de Castilla, en 200.000 florines, una fabulosa cantidad que dio pie a distintas negociaciones, en las que se fijó el equivalente oficial entre las monedas de oro aragonesas y las castellanas.

                Tanto Castilla como Portugal no acuñaron florines, sino doblas en la línea hispano-musulmana. En las Cortes de Toro de 1369 se señaló el valor de la dobla castellana, la marroquí y el escudo en 38 maravedíes, el del florín de Florencia en 25 y el del aragonés en 23. En 1377, a punto de ajustarse paces entre Castilla y Aragón, se estipuló que de no encontrarse en territorio castellano los florines aragoneses necesarios para afrontar los pagos acordados se valoró la dobla de buen oro en 35 maravedíes, la marroquí en 32 y el florín de Aragón en 20. Sin embargo, Castilla experimentó una importante escasez de oro en el tránsito entre los siglos XIV y XV,  a la par que abundaba el vellón. En el ordenamiento de Madrigal de 1438, el valor de la dobla de la Banda de Juan II se fijó en 105 maravedíes y en 100 en las Cortes de Valladolid de 1442, cuando el florín aragonés se estableció en 75 maravedíes. Esta última moneda alcanzaría en 1494 la cotización de 265 maravedíes, inferior a los 375 del ducado.

                En el reino de Valencia, el florín de Aragón equivalió entre 1385 y 1434 a 11 sueldos valencianos, y de 1434 a 1448 osciló de 11 a 12 sueldos. Ante Fernando I de Aragón, el de Antequera, los mercaderes valencianos se mantuvieron firmes en no conceder la rebaja del valor del florín, pues les permitía comprar en Castilla en condiciones ventajosas. En 1413 sostuvieron comprar más con 1.000 florines aragoneses que con 1.200 de moneda castellana, sin padecer sensibles problemas de paga. De hecho, en Castilla la entrada de piezas áureas fue favorecida, así como se pusieron obstáculos a la de vellón. La alteración del florín podía provocar la quiebra de más de un hombre de negocios valenciano, algo que redundaría en perjuicio de la monarquía necesitada de préstamos y ayudas económicas en demasiadas ocasiones. El valor de aquella moneda fue verdaderamente elevado.