DE LAS CAMPAÑAS DE RIDWAN A LAS DE PEDRO EL CRUEL.

08.05.2017 08:56

                

                La crítica Baja Edad Media y Alicante.

                El descenso de la Cristiandad a los infiernos ha sido relatado desde Bocaccio y Froissart hasta los historiadores contemporáneos. La pletórica Europa feudal fue detenida por apocalípticas pandemias y centenarias guerras. Mientras los malthusianos lo explicaban por el desequilibrio entre alimentos y población, los marxistas ponían el acento en las cargas señoriales. Poco a poco nuestro conocimiento de los distintos territorios europeos se ha ampliado, más allá de los límites del Norte del continente o de Italia.

                Para Alicante, los cronistas e historiadores desde López de Ayala han destacado la importancia de la guerra entre 1330 y 1366. No fue cosa baladí. Los prohombres alicantinos deploraron en 1372 el cierre de dos de las seis puertas comerciales en la parte de la marina por la pasada guerra con Castilla.

                Antes del fatídico 1348, el de la gran peste, los términos de Alicante estaban muy lejos de la saturación humana experimentada en otros puntos. Entre 1324 y 1326 el baile real no pudo exigir ni peitas ni questias a su reducida comunidad mudéjar. Los hacendados alicantinos quisieron establecer en los yermos cien nuevos pobladores en 1327, pues la falta de brazos perjudicaba a la agricultura de muchas áreas que habían sido ganadas a los musulmanes en el siglo XIII. La carencia de víveres abrió la senda de la enfermedad y en 1333 se tuvieron que comprar en Alcira 150 cahíces de panizo y otros 150 de sorgo, detenidos por el baile de Cullera. El pauperismo se dejó notar y en abril de aquel año Bernat Gomis fundó el hospital de pobres de San Juan Bautista, llamado a tener una larga existencia. El conflicto entre Aragón y Génova en aguas mediterráneas añadieron nuevos problemas de suministro. Tampoco las exigencias militares reales fueron de gran ayuda. Los recursos municipales no pudieron atender debidamente el mantenimiento de la fortaleza alicantina. La prohibición de la tahurería no aminoró la ira divina.

                Desconocemos la cifra de alicantinos antes de 1348, pero podemos precisar algunos datos sobre su población mudéjar. Los sesenta y nueve cabezas de familia y las dieciséis viudas de 1316 se redujeron a veinte hogares en 1399. Tal desplome no era extrapolable a los cristianos, aunque en las Cortes de Murviedro de 1365 los síndicos de Alicante se dolieron de la pérdida por la guerra de 900 pobladores. Los defensores de la plaza se reducían, según ellos, a sesenta.

                El señorío del infante don Fernando de Aragón.

                Entre 1329 y 1363 se segregó Alicante del real patrimonio, pese a todas las promesas del difunto Jaime II, en provecho del hijo de Alfonso IV, el infante don Fernando, que también obtuvo Tortosa, Albarracín, Orihuela, Callosa del Segura, Guardamar, Nompot (Monforte), Elda, La Mola de Novelda y Aspe. Además del deseo de complacer a su esposa Leonor de Castilla, tal cúmulo de donaciones avanzó la señorialización de la difícil frontera meridional de la Corona de Aragón, comenzada por Jaime I. Los Lauria y los Sarriá ya habían logrado bienes considerables en el primigenio límite Sur de Valencia entre los siglos XIII y XIV. En 1305 el infante don Juan Manuel consolidó su señorío ilicitano y en 1317 a la flamante orden de Montesa se le asignaron responsabilidades militares en la defensa de estas tierras. El acercamiento real en las Cortes valencianas de 1329 a los caballeros, agraciados con la jurisdicción alfonsina, se debió a la tendencia a delegar responsabilidades en la nobleza, que Pedro IV intentó más tarde rectificar.

                Las alejadas y problemáticas tierras de la procuración de Orihuela no movieron una polémica comparable desde la ciudad de Valencia a la de la donación al mismo Fernando de Játiva, Alcira, Murviedro, Morella, Burriana y Castellón en 1332. No obstante, la apremiada capital del reino colisionó con los municipios del señorío del infante por el uso de sus prebendas económicas. De mayo de 1334 a diciembre de 1336 la hueste de Alicante tomó ganados de paso de ciudadanos valencianos que no respetaron la exclusividad de sus pastos municipales.

                El infante despertó sentimientos encontrados entre las gentes del término alicantino. Si durante la guerra de la Unión (1347-48) no se descubrieron enfrentamientos, sí durante el conflicto con Castilla entre 1356 y 1363. Opuesto a su hermanastro Pedro IV de Aragón, secundó a unionistas y castellanos. Mientras que los de la villa de Alicante se pusieron en su contra mayoritariamente durante el segundo episodio bélico, los de la aldea o núcleo dependiente de Nompot lo apoyaron. Se ha esgrimido el origen castellano de muchos de sus pobladores para explicarlo, pero no hemos de olvidar su voluntad de conseguir el villazgo.    

                El aviso de las cabalgadas granadinas.

                El emirato de Granada se consolidó en el último tercio del siglo XIII gracias a la afluencia a su territorio de importantes grupos andalusíes y a los enfrentamientos entre Castilla, Aragón y los benimerines. Como las poco pobladas extensiones del reino de Murcia dejaron abiertos no pocos caminos, los afamados jinetes granadinos llegaron con facilidad a nuestras tierras, donde a veces encontraron la ayuda de los mudéjares del Vinalopó. Los parajes litorales no escaparon de las incursiones de la piratería musulmana, desde los puertos de Granada y del Norte de África, y el sistema de torres de vigía todavía no guarnecía la costa alicantina como siglos después.

                Las expediciones del visir Ridwan (converso al Islam), que superaron a las de 1304, anunciaron los sufrimientos de la guerra con Castilla. Alfonso IV de Aragón hizo voto de Cruzada con la escurridiza alianza de Alfonso XI de Castilla. La tregua entre éste y Granada fue aprovechada por el citado visir para atacar el Sur del reino de Valencia.

                En octubre de 1331 tomó Guardamar, que según algunos autores ofreció a la castellana ciudad de Murcia, y esclavizó a unas 1.200 personas. En abril de 1332 atacó Elche. Se dio la alarma en Alicante y el rey de Aragón se puso al frente de la expedición de socorro. Los granadinos no consiguieron tomar Elche, pese a emplear una rudimentaria pieza de artillería, pero sus acciones descubrieron los puntos débiles y fuertes de las defensas locales. Los habitantes de los principales núcleos de población podían defenderse con bravura, aunque al final corrían el riesgo de ser cercados a la espera de un auxilio que tardaba mucho en llegar.

                El imperio benimerín, que sería derrotado en la batalla del Salado (1340), también atacó las tierras alicantinas y en 1337 sus naves desembarcaron fuerzas en la huerta de Alicante. Todo quedó en una mera incursión.

                Don Fernando toma partido por Castilla y Alicante por Aragón.

                Uno de los motivos de rivalidad entre ambas Coronas, enfrentadas por la hegemonía ibérica, fue la posesión de las tierras del Sur del reino de Valencia. El infante don Fernando se puso entre septiembre de 1356 y mayo de 1357 del lado de Pedro I de Castilla. El 8 de septiembre de 1356 este monarca alcanzó Alicante con doce galeras y doscientos jinetes.

El partido del infante no lo siguieron muchos alicantinos. El 7 de diciembre de 1356 Alicante se entregó con condiciones a las fuerzas de Aragón. La situación de la plaza era lastimosa y en enero de 1357 se requirieron 2.000 cahíces de trigo, otros 2.000 de cebada, 1.000 de arroz rojo, 50 cargas del blanco y 400 de tocino para alimentar a sus defensores. Estas provisiones debieron ser transportadas en recuas protegidas, por lo que los gastos de mantenimiento ascendieron a 10.000 libras o 200.000 sueldos.

                La pérdida de población en aquellas circunstancias ocasionó también falta de defensores y el conde de Denia, uno de los comandantes de las fuerzas de Aragón, tuvo que recibir 462 sueldos diarios para mantener sesenta y seis caballeros armados reciamente y 90 para 18 más ligeros. Los 500 sirvientes percibieron 2 sueldos al día cada uno y 7 cada caballero de los cien de la frontera.

                En mayo de 1357 se alcanzó una precaria tregua por la mediación papal, que duró hasta junio de 1358. Los dos contendientes necesitaban reponer fuerzas y reprimir disidencias. La dispendiosa Alicante retornó al señorío del infante pese a su fidelidad a un endeudado Pedro IV de Aragón.

                El intento de Pedro I de Castilla de forzar una gran batalla en el mar.

                Al reabrirse las hostilidades el infante siguió la causa de Aragón. Con una fortaleza necesitada de reparaciones y una guarnición disminuida, Pedro IV autorizó en agosto de 1358 el establecimiento de cincuenta varones del reino de Valencia en Alicante con el acicate de la moratoria quinquenal de deudas.

                A mediados de abril de 1359 Pedro I de Castilla emprendió una ambiciosa campaña. Desde la entonces portuaria Sevilla, con el auxilio de Portugal, partió con una armada de ochenta naves, treinta y una galeras (tres granadinas) y cuatro embarcaciones rápidas de comunicación hacia Cartagena. En un verdadero desafío del poder naval aragonés tocó con fortuna diversa en Guardamar, Valencia, Barcelona, Ibiza, Calpe y Alicante.

                Así describió la situación en Alicante el cronista Pedro López de Ayala (que ofrecemos en versión al castellano actual):

                Estando el rey don Pedro cerca de Alicante con toda su flota, el prior de San Juan don Gutierre Gómez de Toledo, don Enrique Enríquez e Iñigo López de Orozco, las otras compañías del rey (Pedro I) estaban cerca de la villa de Alicante, que estaba yerma y despoblada, ya que antes había sido tomada por las gentes del rey en la guerra. Y las compañías de la flota estaban en la otra parte de la huerta de Alicante contra el castillo. Acaeció un día que don Diego García de Padilla, maestre de Calatrava, salió a la huerta a holgar y lo acompañaron veinte hombres de los suyos sin armas. Los vieron los que estaban en el castillo de Alicante y salieron contra ellos. Atacaron un caballero comendador de Montesa y hasta cincuenta de a caballo. Llegaron donde estaba el maestre de Calatrava, que se acogió al mar por no disponer de compañías y subió a un pequeño barco para ir a las galeras. Y los de a caballo llegaron donde estaban los del maestre y mataron cuatro escuderos…

                Pedro I aguardó durante seis días a la armada de Pedro IV, empeñado en librar un combate decisivo naval frente a la costa alicantina. Las naves aragonesas no aparecieron y el almirante portugués pidió licencia para regresar a su reino. El monarca de Castilla tuvo que poner proa a Cartagena. En mayo de 1361 se firmó la fugaz paz de Terrer.

                La gran ofensiva castellana y la toma de Alicante.

                En junio de 1362 se rompió. Las tropas castellanas fueron desde Teruel hasta las puertas de la ciudad de Valencia. La también breve paz de Murviedro, de julio a septiembre de 1363, fue seguida de una nueva acometida de Pedro I, señor de grandes recursos materiales y objeto de no poca oposición interna a la par.

                En el campo aragonés, Pedro IV también se enfrentaba a no pocas disidencias. Ordenó la muerte de su hermanastro el infante don Fernando. Quien ahora le disputaría el dominio de Alicante sería Pedro I, que haría entonces alarde de su famosa crueldad.

                La caída de Guardamar, Elche, Elda y Novelda en manos castellanas forzó a rendirse a Alicante en el invierno de 1364. En mayo de aquel año comenzó una revuelta contra la nueva autoridad. Los insurrectos no lograron dominar el castillo y en julio el movimiento fue aplastado con la ayuda de fuerzas granadinas.

                La fugaz dominación castellana.

                En junio de 1365 también cayó la Orihuela aragonesa tras un severo asedio y se volvieron a instaurar formas de gobierno del precedente período castellano. El gobierno de todo el territorio se volvió a confiar al adelantado mayor de Murcia, en principio Enrique Enríquez y después el citado López de Ayala, también alcaide de la fortaleza de Orihuela. El baile volvió a ser llamado merino. Normas y monedas de Castilla entraron nuevamente en vigor.

                Antes de la revuelta de mayo de 1364 la alcaidía de Alicante se confió a Pedro Fernández Niño y reprimida aquélla al comendador mayor de Alcántara Pedro Malfeyto. Algunos alicantinos no se resignaron a la nueva situación y prosiguieron luchando por el rey de Aragón hombres como Domingo de Calatayud y Miguel Sánchez de Liñán. El segundo era notario y recibió en compensación la escribanía de Penáguila y bienes en Murviedro. Más tarde, ya recuperado el dominio de Pedro IV, regresó a Alicante. Los vecinos que la abandonaron por seguir el partido del rey aragonés recibieron la quinta parte del botín de sus incursiones o cabalgadas.

                Las discordias internas castellanas ofrecieron una excepcional oportunidad a Pedro IV, que llevaba camino de ser derrotado. Apoyó el acceso al trono de Castilla de Enrique de Trastámara, el hermanastro de Pedro I. Con la asistencia de las temibles compañías blancas, experimentadas en la guerra de los Cien Años, entró en Castilla. Los fieles de Pedro I rindieron sus posiciones alicantinas en consecuencia. En octubre de 1366 Pedro IV era rey y señor de un Alicante quebrantado por los años de guerra.