DE LAS ERMITAS A LOS CONVENTOS, UN ITINERARIO DE LA CIVILIZACIÓN DEL BARROCO.

10.04.2017 09:00

                

                Barroco es una palabra que ha recorrido un largo camino desde su cuna de la crítica artística. El placer por las minucias o por la oscuridad de las tinieblas serían aspectos de una forma de concebir las cosas, de una civilización. Según D´Ors presentaría formas de cíclico retorno. La estética barroca se asocia con la Contrarreforma, caso de la Monarquía hispana, compuesta por una multitud de reinos, integrados a su vez por verdaderas repúblicas urbanas, de extensos términos territoriales, regidas por oligarquías más o menos cohesionadas y fieles a su modo a un señor que no siempre es el rey. Tal sería el caso del reino de Valencia.

                Si además de entender el Barroco por un estilo artístico, lo entendemos como una civilización histórica, vemos que coincide con un periodo de afirmación del patriotismo local visible en la proliferación de corografías que ensalzan la antigüedad de la localidad hasta los nietos de Noé y que loan sus tierras como edénicas. Sus dirigentes se complacen de ello y pretenden mediatizar sus instituciones eclesiásticas de distintos modos, con la fundación de capellanías, la dirección de cofradías, el nombramiento de afines o personas de su linaje para dignidades eclesiásticas o las familiaturas del Santo Oficio, etc. Prestos a servir al rey en sus guerras, en teoría, a cambio del respeto de sus privilegios, acogen con gusto los milagros con que los Cielos los favorecen ante el resto del reino. Una reliquia obradora de tales prodigios divinos debe de emplazarse en su digno marco, el del templo de impresionantes formas, visión simbólica a su modo de la importancia de la villa o de la ciudad ante todos.

                A este respecto, lo acontecido en Alicante nos permite seguir el proceso de arraigo del Barroco en una ciudad con una destacada proyección mercantil. Su punto de arranque puede fijarse entre 1585 y 1602. Hacia 1580 la ciudad aún mantenía la trama eclesiástica de comienzos de siglo, fuertemente deudora de la bajomedieval. Su auge económico vigorizaría el impulso del Concilio de Trento aquí.

                Si seguimos al deán Bendicho, los agustinos se establecen el 28 de junio de 1585, los dominicos el 15 de junio de 1586 y los carmelitas el 21 de diciembre del mismo año. Los recién llegados se abren paso en un área de claro predominio franciscano y siguen un camino que ya emprendieron éstos. Se escogía al comienzo una ermita antes de asentarse en el casco urbano. Los agustinos se decantan por la de la Virgen del Socorro, posible cristianización del Pou del Drac a los pies del Benacantil. Los dominicos se deciden por la ermita de los labradores, la de san Antonio Abad. Entre sus promotores se encuentran figuras como el obispo de Orihuela, el agustino catedrático de teología Miguel Salort, el dominico Alonso Sánchez (de paso hacia Roma) o el carmelita Gonzalo Mariño de Rivera.

                Más tarde o más pronto se plantea la entrada en la Jerusalén anhelada. Los agustinos tardarán en establecerse en el casco de Alicante veinticuatro años, pero solo once los dominicos, que encontrarán la amistosa actitud del poderoso linaje de los Pascual. Se emplazarán en la cercanía de las Casas Consistoriales.

                Para consolidar la posición resulta muy oportuna la posesión de reliquias, tan cuestionadas en el mundo protestante como requeridas en el católico. Los dominicos van acumulando de San Vicente Ferrer, San Mateo, Santa Bárbara y otras figuras, y llegarán a tomar del templo de San Nicolás una imagen de la Virgen del Rosario invocando especiales privilegios pontificios. Los carmelitas prefieren traer de tierras andaluzas imágenes de Nuestra Señora.

                De 1602 a 1619, coincidiendo con la expulsión de los moriscos, se asiste a un segundo movimiento de establecimientos religiosos en Alicante. A petición del entonces virrey de Valencia, el patriarca Ribera, los capuchinos se establecen en 1602 en una fundación agraria a extramuros, en la actual zona de la Plaza de España y Campoamor. Las agustinas terminarán estableciéndose en el popular convento de las Monjas de la Sangre, en la Villa Vieja. Con el patronazgo de Teófilo Berenguer, de otro importante linaje alicantino, los jesuitas fijaron sus posiciones entre 1613 y 1635 según el esquema de ermita precedente de la fundación conventual. La escogida en este caso sería la ermita de la Virgen de la Esperanza.

                En 1672 la fundación de las capuchinas completaría el panorama de la ciudad levítica del Alicante del XVII, en la que el templo de San Nicolás había alcanzado en 1600 la condición de colegial. Los en teoría modestos pasos de las ermitas, capaces de ganar la devoción popular, terminaron por fructificar en la trama urbana del expansivo Alicante del momento.