DESAIRAR AL CÓNSUL HOLANDÉS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

16.07.2022 10:47

 

                Las cortesías y las ceremonias no se tomaron como algo menor en el Antiguo Régimen, pues acreditaron el respeto que se debía a alguien por su título. La vanidad fue frecuente, y más de uno reclamó algo más de lo debido.

                En las Provincias Unidas de los Países Bajos, donde los grupos de comerciantes y de hombres de negocios tuvieron un protagonismo indiscutible, no resultaron menores tales pretensiones, según acreditó con creces el cónsul Abraham Vanderhuten.

                Mercader avezado en los tratos con España, había ejercido el consulado de las Provincias Unidas en Cádiz en los años de la guerra con la Inglaterra de Cromwell. En 1675 ejerció la misma responsabilidad en Alicante, ciudad de gran importancia para los holandeses.

                Por entonces, los anteriores enemigos habían hecho las paces para oponerse a la expansiva Francia de Luis XIV. Las Provincias Unidas destacaron una armada en el Mediterráneo para frenar una invasión francesa de la Sicilia española.

                Recién llegado a Alicante, Vanderhuten se entrevistó con el almirante De Ruyter, al que su predecesor en el consulado le había hecho llegar un pliego del rey de España. Ambos hombres llegaron a Alicante para hacer noche, pero la puerta del muelle no se les abrió.

                En la misma se emplazaba la aduana y era considerada la principal. Ante tal trato, el cónsul montó en cólera y se quejó amargamente al Consejo de Aragón.

                ¿Recuerdos de la pasada hostilidad hispano-holandesa? No parece ser, ya que la explicación del gobernador de Alicante fue más prosaica. Quien tenía la responsabilidad de abrir y las llaves era el mismo gobernador, que podía mandar al justicia a tal efecto. Como este último estaba falto de salud, se le ofreció al cónsul que entrara por el cercano portal de Elche.

                Vanderhuten lo encontró intolerable, por mucho que sus acompañantes le quisieron quitar hierro al asunto. Al final, el Consejo se conformó con lo expuesto por el gobernador y la ira del cónsul quedó como una tormenta en un vaso de agua en febrero de 1676.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Consejo de Aragón, Legajos 0587, nº 036.