EL COMPROMISO ENTRE UNA DAMA Y UN LABRADOR DURANTE LA GUERRA DE SUCESIÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

13.02.2021 15:58

               

                La guerra de Sucesión en el reino de Valencia fue, entre otras cosas, un conflicto entre grandes propietarios (nobles o no) y campesinos deseosos de mejorar su suerte. La causa de Carlos de Austria, el archiduque que llegó a ser temporalmente Carlos III de las Españas, avanzó en tierras valencianas gracias al apoyo de no pocos de los segundos, aunque luego en su gobierno no se mostrara tan complaciente con sus intereses. Vencidas sus fuerzas en territorio valenciano, señores y trabajadores del campo tuvieron que enfrentarse a una situación muy dura, marcada por la abolición de los Fueros, las exigencias de las fuerzas borbónicas y la escasez de productos muy básicos.

                Alicante, con una agricultura cada vez más orientada hacia el mercado, había encajado unos duros años de combates por su dominio, y sus caballeros y ciudadanos más acaudalados se enfrentaban al problema de la perturbación de su tráfico comercial. Sus agricultores, que también habían tomado parte en la protesta social, se encontraban ante un horizonte poco halagüeño.

                Doña Manuela Martínez de Vera, viuda en 1709 de don Tomás Pascual Pérez de Sarrió, destacada dama del círculo dirigente alicantino, disponía de importantes posesiones en la huerta de la ciudad, que debía poner en valor.

                El 26 de mayo de aquel año, cuando todavía eran visibles localmente las destrucciones de la guerra de Sucesión, que por entonces se libraba con crudeza en otros frentes, hizo un convenio notarial con el labrador de la villa de Muchamiel Dionisio Ayela. Actuaron como testigos de la firma los también labradores de Muchamiel Francisco Gosalbes y Pedro Miralles, y el sastre Miguel Cortés. Dionisio se comprometió a arrendar la heredad que doña Manuela poseía, la del importante partidor de riego del Conchell. En el arrendamiento no se incluía el pedacito de tierra de la heredad que había sembrado el mismo Francisco Gosalbes.

                El trato era tan importante como atrevido, pues el arrendamiento tenía validez desde la firma del contrato el 26 de mayo hasta la festividad de San Miguel de 1710. No se confiaba en nada similar a la enfiteusis, y sí en una fórmula mucho más ágil y expeditiva.

                Los pagos estipulados resultaban igualmente cuantiosos: el de 200 libras valencianas tan pronto como se hubiera terminado de trillar el trigo, y por Navidad otras 170 libras. Dionisio Ayela era, sin duda, un labrador rico, dispuesto a emprender un arriesgado negocio en un momento de subida del precio de los alimentos, en parte por la situación bélica.  

                La heredad de doña Manuela se emplazaba en un rico terreno de regadío, y rendía buenas cosechas de trigo, cebada, almendra y vid, constituyendo un magnífico ejemplo de agricultura promiscua o de aprovechamiento de las posibilidades comerciales del terrazgo.

                El labrador seguramente emplearía a otros campesinos menos afortunados como cultivadores, pero él se comprometía en primer lugar a actuar a uso y costumbre de los buenos arrendadores, cuando también estaba generalizado en tierras valencianas el uso y costumbre del buen labrador. Entre los siglos XVII y XVIII emergió aquí un grupo de campesinos enriquecidos, atento a aprovechar las ocasiones de todo tipo.

                Entre lo simbólico y lo lucrativo se encontraba la cría de dos lechones por el propio Dionisio, entregándole el mejor a doña Manuela, que podía mercarlo.

                Sin embargo, doña Manuela asumía el deber de la defensa del labrador en caso de requisa real de trigo, vino u otras producciones. De no ser liberado de tan penoso pago, aquélla debería de rebajarle el montante del pago del arrendamiento. Las influencias y las habilidades legales deberían ser empleadas convenientemente, a cambio del dinero prometido. Era un punto de acuerdo, frágil ciertamente, entre las damas y los caballeros, por un lado, y los campesinos más afortunados en un mundo trastocado.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ALICANTE.

                Protocolos notariales, 1318, 11, 22.