EL DECLIVE DE LA COMPAÑÍA DEL CENTENAR DE LA PLOMA.

01.06.2016 22:18

                

                Durante la Baja Edad Media el ejercicio de las armas y la ética caballeresca atrajeron a muchos individuos, más allá de los de condición noble. En las principales urbes de la Europa Occidental los patricios más acaudalados las tomaron y organizaron a veces lucidos torneos. Gran fama alcanzaron estas justas en el Renacimiento.

                El patriciado de la ciudad de Valencia se preció de una agrupación caballeresca, la de la compañía del centenar de la pluma, cuyos privilegios se hacían remontar a tiempos del mismo Jaime I el Conquistador, convertido en paradigma del caballero cristiano. La realidad fue mucho más prosaica, ya que su origen databa de 1365, cuando el acosado Pedro el Ceremonioso reconoció un cuerpo de ballesteros selectos para la guerra contra Pedro I de Castilla.

                Con el paso del tiempo la compañía perdió brío y razón de ser, coincidiendo con el fortalecimiento de las fuerzas mercenarias en los ejércitos reales. Su misión defensiva también experimentó la misma merma y a principios del siglo XVII subsistía como una organización aristocrática urbana, cuyos privilegios fueron aprobados en las Cortes valencianas de 1604

                En aquel siglo la Monarquía hispánica, falta de hombres y de dinero ante tantos compromisos militares, quiso en más de una ocasión poner en pie fuerzas milicianas en los diferentes reinos, cuyos soldados gozarían de ciertas exenciones tributarias, alojamientos y bagajes, algo muy útil y honorable en aquellos tiempos. Los de la compañía no desearon quedarse al margen y para ser considerados verdaderos soldados pidieron en las Cortes de 1626 que su juez fuera el lugarteniente y capitán general del reino de Valencia.

                El rey no lo aprobó y los alguaciles les quitaron algo tan sensible para su prestigio como sus armas, a veces ballestas y arcabuces, poco propicias para mantener a raya los bandos valencianos. En las Cortes de 1645 se volvió a pedir un juez privativo y se les replicó que se atuvieran a la costumbre, la de una sociedad en marcha hacia el futuro y prendada de su pasado.