EL ESTALLIDO DE LA GUERRA AGERMANADA CONTRA LOS MUDÉJARES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

09.11.2025 11:30

              

               Los agermanados combatieron a los mudéjares en una verdadera cruzada popular. No era la primera vez que en tierras valencianas estallaba un movimiento violento contra las comunidades musulmanas, pero en 1521 la autoridad real se encontraba en entredicho, a diferencia de lo que sucediera en 1277, 1391 o 1455. Tales ataques perjudicaban no sólo la imagen de la justicia del monarca, sino también su real patrimonio.

               Los mudéjares terminaron siendo convertidos a la fuerza, punto de arranque de los moriscos, pero los agermanados fueron vencidos. Más de uno trató de justificar ante la restablecida justicia del rey su conducta entre la primavera y el verano de 1521, cuando afloró la furia contra los mudéjares con vigor, cuando el ala más radical agermanada cobró mayor fuerza.

               Un 20 de mayo de 1521 se pasó revista a las huestes de los oficios de la ciudad de Valencia y sus dependencias o cuarteles. Tal alarde, un uso bien asentado, resultaba de suma utilidad para el poder agermanado.

               Cuando entre las seis y las siete horas de pasado el mediodía abandonaban la ciudad por el portal de la Trinidad las tropas de los cuarteles, se conoció una noticia lamentable. Dos esclavos musulmanes de un hornero habían matado a dos muchachos. Tal clase de delitos no eran inhabituales, y la justicia local actuó con presteza. Los acusados fueron detenidos y encarcelados, pero más de uno exigió mucho más.

               Con las espadas desenvainadas, un grupo de hombres exigió con violencia la muerte de los musulmanes e ir contra la morería de Valencia. Tales amenazas, bien airadas, pusieron en terrible riesgo la paz pública, y los de los cuarteles fueron requeridos para intervenir. A duras penas, según su testimonio ante el notario Francesc de Ferreres, intentaron frenar la marea, pero sólo consiguieron cerrar los portales de la Trinidad y de Serranos.    

               A continuación, se reunieron en el abrevadero del camino de Murviedro los capitanes de las fuerzas de Campanar, Patraix, La Pobla, Liria, Benimaclet, Masamagrell, Burjasot y Museros, con algunos de sus alféreces y el del Puig, con sus banderas desplegadas y la presencia de varios síndicos valencianos. Sostuvieron que no consentirían ningún quebranto de la justicia, pero tampoco ningún menoscabo musulmán de la tranquilidad de la cosa pública.

               El ambiente social, ciertamente, se encontraba electrizado, y los intentos de componenda se diluían peligrosamente. La morería de Valencia terminó asaltada y el 16 de julio de aquel año un nuevo acontecimiento evidenció la tensión.

               A las nueve de la mañana de ese mismo día irrumpió en la casa del pavorde y canónigo de la catedral Olfo de Próxida, de un renombrado linaje valenciano, un grupo armado con lanzas, ballestas y escopetas. Bajo amenaza de quemarle su domicilio y de matarlo, le exigieron que fuera su capitán contra los musulmanes. En esta clase de motines era muy habitual que los rebeldes buscaran interesadamente la jefatura de alguien de los grupos dirigentes para legitimar su conducta, que a su entender pretendía restablecer el orden de la cosa pública.

               Consciente de la peligrosidad del compromiso, don Olfo quiso excusarse cuando ya estaba armado y montaba un caballo apenas protegido. Por mucho que insistió en su condición eclesiástica, que le impedía gozar de su estatuto de ejercitar las armas según los Fueros del reino, de nada le sirvió. Aquel torbellino de furia siguió adelante, con las funestas consecuencias ya conocidas.

               Fuentes.

               Vicent J. Vallés Borràs, La Germanía, Valencia, 2000, Documentos 18 y 19, pp. 375-377.