EL INGRATO PAGO DE LOS COMBATIENTES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.01.2024 11:57

               

                La Baja Edad Media no fue un tiempo de retroceso, a despecho de los zarpazos de la peste, sino de avance en numerosas cuestiones. La economía y la circulación monetaria se fortalecieron por entonces, irrumpiendo con mayor fuerza por los poros del sistema feudal. Más de un caballero que acudía a la guerra por imperativo señorial prefería un feudo de bolsa, una suma de dinero que podía redondear con otros pagos militares. No sólo se retribuía a los caballeros, sino también a combatientes de infantería, como los célebres almogávares. En este momento, emergieron los ejércitos mercenarios, tan importantes en la Europa de siglos posteriores. De no ser debidamente pagadas tales fuerzas, podían volverse una pesadilla contra sus antiguos patronos, como las temidas Compañías Blancas.

                Pagar no siempre fue sencillo para unos súbditos también asediados por otros enemigos no menos espantosos, como las malas cosechas o las enfermedades que diezmaban los contribuyentes. En la primavera de 1365, el reino de Valencia tenía que enfrentarse a la irrupción de las tropas de Pedro I de Castilla. Aunque se trataba de una cuestión de vida o muerte para más de uno, además de para el rey Pedro IV de Aragón, los clavarios de los oficios escogidos en la ciudad y reino de Valencia no aceptaron el pago de más de un cargo. Don Rodrigo Díez González no había sido retribuido por el servicio de una compañía de veinticinco caballeros, que habían combatido contra el rey de Castilla en Almenara y en la plana de Burriana.

                Por mucho que el monarca instara a su cumplimiento, los pagos se diferían y más de un caballero encontró otras fuentes de dinero, como el lucrativo rescate de prisioneros. Bertrán de Pinós apresó al castellano don Juan Alfonso Girón, y el rey don Pedro de Aragón autorizó el 26 de marzo de 1365 a que en los siguientes quince días sus emisarios pudieran traer bienes como cabalgaduras o ropas, respetándolo sus capitanes frontaleros.

                El oficio de monarca consistía en numerosas ocasiones en convertir la adversidad en ventaja, en erigirse en un comandante militar capaz de nadar entre dos aguas. Canalizar la agresividad social se convirtió en un auténtico arte. En el asedio de Murviedro, Pedro IV autorizó el 23 de julio de aquel mismo 1365 a Martín Abat a emprender desde Castielfabib una cabalgada  contra los castellanos con el concurso de veinte almogávares.

                Sin embargo, la iniciativa no era la principal palanca militar, sino el mismo dinero. Apenas dos días después, el mismo Pedro IV comunicaba enojado a su tesorero Ramón de Vilanova que el alcaide de Penáguila Paulet de Termes debía ser retribuido por el mantenimiento de sus ballesteros. Sin dilación, debían de salir unas treinta libras de los derechos de la Corte, pues la devoradora guerra no daba ocasión de demora.

                Fuentes.

                ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.

                Real Cancillería, Registro 1207 (98v-99r).