EL MARTIRIO DE JÁTIVA (1707).
“Sus habitantes padecían tal escasez de pólvora pocos días antes de ser sometidos que habían decidido rendirse obligados por la necesidad, a no ser que en breve tiempo fueran aligerados de ella. Mientras se hallaban en esta crítica situación se presentó oportunamente -aunque para un auxilio fatal- José Marco, conocido vulgarmente como el penjadet, jefe de los mercenarios y asesino muy famoso, con cuatrocientos aliados de la zona marítima cercana a Denia y con veinte caballerías cargadas de las cosas de las que carecían en gran manera los asediados.
“Este Marco, por la imprudencia y negligencia de los del rey (Felipe V), se introdujo furtivamente de noche en la ciudad con todos los suyos y con el aprovisionamiento. El pueblo, que muchas veces se alimenta de la fama, ayudado con estas fuerzas aunque exiguas, levantó una gran audacia. Entonces conducido por las magníficas palabras de Purroi, no quiso hablar de rendición y no dejó de resistir hasta que fue arrojado calle por calle de toda la ciudad y fue empujado y arrastrado al interior de aquel ángulo de la ciudad mencionado (el de la fortaleza).
“Mientras estas cosas sucedían, Alfeld, hechas venir las tropas que habían asediado Alcira, había decidido atacar la fortaleza que ocupaban los ingleses tras ser colocados dos cañones en la colina del Calvario y dirigirlos contra la puerta. Éstos la bombardearon repetidamente durante dos días, y como hicieron un desprendimiento, los defensores apresuraron su rendición a la que tenían bastante inclinación. Así pues, pactaron una tregua de dieciocho días en los que podían esperar auxilios, transcurridos los cuales prometieron entregarla.
“El pueblo, por otra parte, habiendo pasado tres días enteros a la intemperie entre la ciudad y la fortaleza, se habían entregado ya antes al arbitrio del vencedor y había vuelto a sus casas. Marco empero con sus mercenarios y con doscientos setabenses huyó por la puerta principal de la ciudadela con idéntica suerte con la que habían entrado en la ciudad.
“Durante los tres días enteros había sido destruido en la ciudad lo sagrado y lo profano con la máxima crueldad posible. Luego los soldados trataron de muy mala manera a los del pueblo que volvían a sus casas y les robaron las pequeñas pertenencias que se habían llevado consigo en la huida y las ropas. A estas desgracias, como un cúmulo de tribulaciones, se añadió el de la emigración. Porque obligados a permanecer en la provincia los partidarios del rey, el resto de la gente que habitaba la ciudad y al mismo tiempo los eclesiásticos fueron conducidos a Castilla con una guarnición de caballería francesa. Algunos, en especial los del sexo débil, murieron por un destino miserable no sólo por la falta de alimentos para su edad sino también por la fatiga del camino y por la tristeza de su espíritu. Las monjas con adecuados acompañamientos fueron llevadas a Valencia a los conventos.
“Finalmente los ingleses y también Purroi, el cual al ver perdidas totalmente las cosas se había refugiado en la fortaleza, pasados dieciocho días salen de la misma tras aceptar las mismas condiciones que aquellos que habían entregado Alcira. Entre éstos marchaban algunos nobles, quienes con sus familias se habían refugiado en la fortaleza, y como sobre su seguridad nada se había previsto en la transacción, fueron retenidos allí mismo en la cárcel.
“Llevadas a cabo estas cosas, la ciudad vacía de sus habitantes el día 17 de junio es incendiada por todas partes por orden de Asfeld, el cual para llevar a cabo esta acción había puesto al frente a José Chaves, capitán de una compañía. Pero Gilart pudo conseguir de Asfeld que se respetasen los templos, aunque no se les aplicó el fuego sin embargo fueron quemados por las llamas de las casas próximas, y algunos casi ardieron. Alrededor de unos ochenta edificios quedaron intactos de toda aquella muy floreciente y muy populosa ciudad a causa de la fidelidad y de los méritos de sus dueños para el rey. La huerta fertilísima, junto con los demás bienes de los rebeldes, fueron agregados al fisco.”
José Manuel Miñana, La guerra de Sucesión en Valencia. Edición de F. J. Pérez i Durá y J. Mª. Estellés i González, Valencia, 1985, Libro III, 9.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.