EL MODELO MILANÉS PARA LA FORTIFICACIÓN DE ALICANTE.

12.08.2016 20:09

 

                La invención y difusión de la artillería no invalidó el valor defensivo de las murallas de las fortificaciones europeas, pero sí indujo su transformación desde el elevado muro de perfil esbelto al más consistente y rebajado en pendiente, bien capaz de aguantar el bombardeo enemigo. Estos cambios estuvieron en el corazón de lo que se ha llamado la revolución militar de los tiempos modernos.

                Los historiadores sitúan sus orígenes en materia de fortificación en Italia, donde floreció la vida urbana desde antiguo. El ingenio de sus arquitectos militares no evitó que franceses y españoles irrumpieran como conquistadores, pero contribuyó a cambiar la forma de combatir y su experiencia fue muy valorada por potentados y reyes de todos los rincones de Europa.

                Los españoles se alzaron con la hegemonía en Italia en el siglo XVI y a comienzos del XVII la fortificación de las principales plazas fuertes del Milanesado les interesó vivamente. En 1622 se hicieron propuestas muy interesantes, con baluartes y revellines en forma de estrella, para Alejandría, Valencia del Po, Novara y Mortara.

                El sistema tuvo éxito y logró un reconocido prestigio. En 1691 la ciudad de Alicante padeció un terrible bombardeo por la armada francesa, que dañó seriamente sus murallas y sus baluartes cúbicos. Dada su importancia estratégica y comercial, se pensó reconstruir lo más rápidamente posible su sistema defensivo de acuerdo con los métodos más renovadores. Su logró se ponderó como el mayor negocio del rey desde la conquista del reino de Valencia.

                Sin embargo, esta idea chocaba con una tozuda realidad, la de la carencia de medios económicos suficientes. En 1692 se pensó, mientras se trazaban planes más serios, en alzar una fortificación temporal al estilo de Mortara según la experiencia del duque de Osuna como gobernador de Milán. Pronto los ingenieros militares observaron las diferencias entre el terreno de Alicante y el de Mortara. El primero se calificó de salinar estéril sin dedo de hierba que imposibilitaba trabar la tierra. Se tendrían que levantar tapias de pisón de fácil derribo.

                Para colmo de males a los alicantinos, golpeados por la catástrofe, se les impuso la obligación del trabajo vecinal en las obras, sin excluir a los clérigos, lo que en la realidad se concretó en un pago de dos reales por hogar. Poco se consiguió de esta manera y el anhelo de fortificación a la milanesa distó de cumplirse.