EL PADRE DE HUÉRFANOS.
Las ciudades europeas de la Edad Media atrajeron a muchas personas por distintas circunstancias. Sus aires de libertad y sus promesas de prosperidad sedujeron a muchos campesinos, que pretendieron hallar allí una vida mejor. Lo cierto es que la rueda de la suerte no favoreció a bastantes personas, que malvivieron en sus calles y plazas. Los marginados menudearon y ocasionaron sensibles problemas sociales y de orden público a las autoridades. Los mendicantes intentaron paliarlos y la fundación de centros asistenciales (los hospitales) canalizarlos de la mejor manera posible.
No todos los pobres fueron considerados honorables y dignos de la atención caritativa. A los considerados delincuentes, acusados de vagancia, se les trató con mano dura y se les obligó a trabajar en duras condiciones. La concurrida ciudad de Valencia presentó tales problemas en el siglo XIV. En 1403 se acabó de dar forma a la figura del afermador de macips vagabunts, encargado de colocar laboralmente a los mozos errantes. Sus ordenanzas se perfilaron tiempo después, en 1439.
Tal institución, llamada también padre de huérfanos, fue igualmente adoptada por otros municipios del reino de Valencia y de otros reinos hispánicos. Su responsable tenía también la función de hacer cumplir lo concertado, una vez colocados laboralmente los jóvenes, incluso aplicando severas penas corporales. El destino de las doncellas menores de veinticinco años inquietó a la moral de aquellos siglos, haciéndose hincapié en que no cayeran en la prostitución.
En la ciudad de Valencia regentaron el oficio individuos como don Pedro Beltrán de Guevara o el notario Pedro de Pau en el siglo XVI. Se interesó para que lo ocupara su hijo en 1643 nada más y nada menos que el duque de Arcos. A su prestigio ético como curador de los más necesitados se unió el nada menospreciable poder de ofrecer servidores a los variopintos productores urbanos.
Aunque gozaba de su propia renta, no siempre su situación resultó boyante, en particular durante el primer tercio del XVII. Sus tareas fueron cuantiosas y dispuso de su propio adjunto y escribano. Con el tiempo, el oficio se hizo hereditario en la capital valenciana, aunque posteriormente en otros puntos su función se adjudicó anualmente a uno de los responsables municipales. Su efectividad ha sido cuestionada, pero dio cumplida muestra de la mentalidad asistencial de los siglos del Antiguo Régimen.