EL REINO DE VALENCIA AL SERVICIO DE ALFONSO EL MAGNÁNIMO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

07.08.2022 11:05

               

                La imposición de la autoridad real.

                La política mediterránea de Alfonso el Magnánimo fue especialmente intensa, con episodios tan destacados como la conquista del reino de Nápoles, sufragada con los recursos de reinos como el valenciano.

                La Valencia de comienzos de su reinado distaba de ser un reino tranquilo y en paz, pues en 1416 hubo importantes disturbios en la capital del mismo. Necesitado urgentemente de dinero, particularmente tras las agrias Cortes en Cataluña, el rey fue jurado como tal por las Cortes valencianas, celebradas entre junio de 1417 y la primavera de 1418. En éstas, ejerció de oposición el bando nobiliario encabezado por Berenguer de Vilaragut, del linaje que se había opuesto a la entronización de su padre Fernando de Antequera. Uno de sus seguidores, Eiximén Pérez de Corella, terminaría convirtiéndose en uno de los hombres del círculo de Alfonso.

                En esta ocasión, el monarca se mostró preocupado por la recuperación del patrimonio real, viendo con complacencia las demandas de más de una villa de reintegrarse al realengo. Su enajenación había procurado sus buenos dineros, sin necesidad de acudir a las Cortes. En 1392, por ejemplo, la venta de Castielfabib y Ademuz al camarero Esteban Salvador rentó 903.500 sueldos. Por ello, su recuperación se veía con buenos ojos.

                Las empresas mediterráneas del Magnánimo impusieron notables exigencias, aceptadas a veces a regañadientes por las gentes del reino de Valencia, por mucho que sus mercaderes comerciaran ventajosamente con Cerdeña, vendiendo textiles, cerámica y vino alicantino, y comprando cereales, pasta de fideos y queso.

                Alfonso tenía otras metas, más personales, en mente, y ante la situación en Cerdeña y Sicilia, convocó Cortes en 1419, donde se aprobaron importantes disposiciones institucionales. Se reservarían a los naturales del reino los oficios de gobernador y de baile general, en un momento de afirmación de la personalidad jurídica valenciana frente a catalanes y aragoneses (en 1418 se había anulado la aplicación del Fuero de Aragón en el reino definitivamente). La cancillería contaría con una verdadera sección valenciana, creándose el Archivo del Reino. Además, se estableció el maestre racional como fiscalizador de la administración. Nuevamente se concedieron nuevas ayudas económicas, aunque con protestas.

                En el Mediodía del reino, muy expuesto a los ataques granadinos, las relaciones entre cristianos y musulmanes eran difíciles, complicadas a veces a cuenta de la observancia de las distintas jurisdicciones, En 1420, el señor de Novelda, don Pedro Maza, se enfrentó violentamente con el subrogado del gobernador de Orihuela a cuenta de la detención de unos mudéjares acusados de asesinato.

                Con Alfonso de campaña en Cerdeña, su esposa doña María presidió las Cortes de Traiguera y San Mateo de 1421 en calidad de lugarteniente regia. Las relaciones con Castilla pasaban por un mal momento, y la exigencia de dinero volvió a ser acuciante. En contra del resto del parecer del reino, la capital era partidaria de recaudarlo por compartimentos territoriales y generalidades o impuestos indirectos sobre ciertos productos. Al final, solo se impusieron las generalidades.

                En 1423, tras una serie de victorias en el reino de Nápoles, los jurados de Valencia instaron al Magnánimo a desembarazarse de las ilusiones itálicas y a retornar a sus Estados hispanos para administrar justicia por sí mismo. El rey no les hizo caso, y en 1442 volverían a lamentarse aquéllos del absentismo del monarca.

                Las luchas de bandos o parcialidades continuaban atormentando la vida muchas localidades. Las de Játiva de 1424-5 fueron seguidas con preocupación, y para evitar las disputas se introdujo allí en 1427, por vez primera, el mecanismo de la insaculación para elegir a sus oficiales municipales.

                Las Cortes de 1428 (las de Valencia-Murviedro) fueron accidentadas, y se prolongaron en verdad en 1429 en Traiguera y San Mateo, con la guerra contra Castilla como telón de fondo. Para la misma, se dispuso una fuerza de 750 hombres de armas y 250 pajes; es decir, de 1.000 unidades de caballería. En estos momentos, la nobleza no se encontraba tan dividida, y reclamó con vigor contra las decisiones del baile general, tachadas de excesivas. En vista de la situación, la autoridad real fue benevolente con la jurisdicción nobiliaria, pero trató de refrenar la autonomía de muchos municipios.

                De hecho, la monarquía intervenía en la elección de los diputados del General y en la de los oficios de la ciudad de Valencia, promoviendo a personas afines, que socavaran el espíritu independiente de tales instituciones. Los poderes del gobernador del reino y de la audiencia de justicia se fortalecieron, mientras la política italiana requería de nuevas fuerzas navales desde 1432.

                La derrota de Ponza de 1435, encajada frente a una armada genovesa en el asedio de Gaeta, fue un desastre. La reina María pretendió convocar Cortes Generales en Monzón, aunque los valencianos no renunciaros a las suyas, al igual que catalanes y aragoneses.

                La recluta forzada de galeotes en la ciudad de Valencia encendió en 1436 el enfrentamiento entre el grupo encabezado por los Castellví y el gobernador Pérez de Corella, aliado con el bando de los Romeu. Las expulsiones selectivas dictadas por el lugarteniente Juan de Navarra, el hermano del Magnánimo, trataron de evitar lo peor. Sin embargo, los Castellví consiguieron excluir del gobierno municipal a los Romeu en 1437.

                Con una situación más favorable en Italia para el Magnánimo, donde su antiguo rival el duque de Milán se había convertido en su nuevo aliado, se celebraron las Cortes de 1437-8, en la que los nobles reclamaron el recurso a la guerra privada sin interferencias del gobernador. La nobleza fue entonces aquietada con concesiones de inmunidades y el derecho a imponer sisas en sus dominios.

                Las exigencias de algunos servidores del rey a las aljamas musulmanas y judías del realengo y del brazo eclesiástico levantaron la protesta de los jurados valencianos en 1440, cuando todavía estaban contribuyendo a pagar el subsidio aprobado en Cortes. Temieron que su marcha a Barcelona o Mallorca arruinara el comercio valenciano con los países islámicos, hundiendo las recaudaciones fiscales y las rentas.

                En 1443 se convocaron nuevas Cortes, pero la detención en febrero de 1444 del caballero Berenguer de Saranyana provocó una larga dilación, que impacientó sobremanera al Magnánimo. En las instrucciones mandadas a su esposa doña María, por medio del entonces comendador de Montesa Lluís Despuig y del escribano Andreu Català, le insistió en la tributación del clero en el subsidio. Le recomendó a que en el ínterin fuera a Cataluña a allegar recursos, sin perder de vista la situación castellana. Se fijó en puntos como la reducción por el baile general de las pensiones de los censales de Paterna y Benaguacil o el pago de los acreedores de la baronía de Cocentaina. Falto de dinero, le molestó descubrir que algunas de sus rentas (como las de Mallorca y Menorca) estaban embargadas, por lo que instó a los maestres racionales de sus Estados hispanos a revisar las cuentas a conciencia.

                 La derrota de los infantes de Aragón, como Juan de Navarra, en la batalla de Olmedo del 19 de mayo de 1445 obligó nuevamente a condescender con los nobles. Al año siguiente, con nuevos conflictos con la Italia Central, las Cortes prosiguieron finalmente sus sesiones. Serían las últimas del Magnánimo en Valencia. Los subsidios aprobados se financiaron con nuevas generalidades sobre libros y otros objetos de valor, la reducción de las pensiones de los censales y nuevos préstamos sobre las nuevas generalidades.

                Los subsidios de las Cortes.

                La política de Alfonso resultó muy costosa para el reino de Valencia, según lo acreditan las  cantidades de dinero (en sueldos reales valencianos) aprobadas en Cortes:

1417-18

3.780.000

1419

800.000

1428-29

3.658.180

1437-38

2.120.000

1445 (ayuda)

60.000

1446

1.433.000

               

                En suma, entre 1417 y 1446 se le concedieron al Magnánimo unos 11.851.180 sueldos, de los que el brazo eclesiástico aportó de 1419 a 1446 unos 3.046.000, el 37´7% del total. Para hacernos una idea de su valor, diremos que las Cortes catalanas pagaron entre 1419 y 1446 un mínimo de unos 7.200.000 sueldos, y 7.220.000 las aragonesas de 1429 a 1442. Si sumamos las aportaciones de los reinos de Valencia y Aragón y del principado de Cataluña, vemos que Alfonso logró en subsidios aprobados en Cortes de 1417 a 1448 un total de 26.271.180 sueldos, a una media de 847.457 sueldos anuales. De la importancia de las cantidades da cumplida idea que en la campaña rosellonesa de 1343 el reino de Valencia aportaría por distintos medios unos 276.000 sueldos, y 2.200.000 a Carlos V en las Cortes Generales de Monzón en 1528.

                Los préstamos a favor del rey.

                A pesar del esfuerzo, Alfonso recurrió a otras fuentes de financiación, como la Diputación del General de Valencia, que entre 1404 y 1417 consiguió ingresar gracias a las imposiciones sobre el comercio o generalidades unos 5.000.000 de sueldos, a una media anual de 384.615. No resulta extraño que en 1419 se entrometiera en la elección de sus oficiales, a través de la insaculación y la cooptación, para gozar de sus recursos. Este es el montante de los préstamos que les fue imponiendo:

1418

300.000

1422

300.000

1427

100.000

1428

320.000

 

                En total, 1.020.000 sueldos, el 12´6% de lo otorgado en Cortes por las mismas fechas.

                La próspera ciudad de Valencia, por supuesto, tampoco escapó de sus peticiones. A su padre Fernando I ya le había prestado 80.000 sueldos en 1414, que junto a los 18.000 de Játiva le servirían para someter a Cerdeña a su autoridad. Así pues, al Magnánimo le prestó las siguientes sumas:

1418

120.000

1426

100.000

1427

440.000

1428

220.000

               

                El total de 880.000 sueldos es indicativo de su valía, especialmente si lo comparamos con los 45.566 que logró la reina doña Sibila en 1386 de sus dominios valencianos, con localidades como Cocentaina o Elda.

                También desde el rico obispado de Valencia, tanto de su obispo como de su capítulo catedralicio, se consiguieron sustanciosos préstamos:

1418

34.328

1425

44.600

1426

466.000

1427

3.340

 

                En total, unos 548.268 sueldos. Si hacemos una balance, el Magnánimo logró de la Generalidad, la ciudad de Valencia y su obispado préstamos por valor de 2.448.268, cuando la aportación en Cortes fue entre 1418 y 1429 de 4.458.180 sueldos. Si sumamos los préstamos y los subsidios, arrancó del reino de Valencia unos 14.299.448 sueldos. No estaba nada mal para un territorio cuyo realengo solo contaba en 1418 con 10.252 fuegos, un poco más de 41.008 habitantes.

                Los discretos ingresos de la bailía general.

                Tales exigencias obedecían a motivos imperiosos. En primer lugar, los ingresos del patrimonio real, consignados en la bailía general de Valencia, eran en comparación modestos:

1418

139.455

1419

58.283

1420

103.166

1421

81.100

1422

97.341

1423

148.712

1424

209.953

1425

18.342

1430

11.000

 

                En total, entre 1418 y 1430 se ingresaron 867.352 sueldos, el 10´7% de lo aportado en las mismas fechas por las Cortes. Además, al igual que en la administración de las grandes casas nobiliarias, el rey gastaba bastante en el pago de sus servidores: la bailía pagó retribuciones por valor de 32.997 sueldos en 1422 y de 36.469 en 1430. Gastó un total de 231.595 sueldos de 1422 a 1430, el 47´7 % de lo ingresado en la bailía en las mismas fechas.

               La insaciable guerra.

                Con las sumas de la bailía general difícilmente podía el Magnánimo acometer su política de expansión en  el Mediterráneo, cuando la guerra se encarecía por el recurso a fuerzas mercenarias. En 1419, reunió 4.000 hombres de armas (unas 1.333 lanzas de caballería) y 1.500 ballesteros para su campaña sarda. El cautiverio de su hermano Enrique en 1424 anunciaba guerra con su primo Juan II de Castilla, contienda que se desató en 1429, cuando entró en tierras castellanas con 3.000 hombres de armas  (mil lanzas de caballería) y 18.000 infantes. Sin embargo, la conquista del reino de Nápoles requirió de contingentes superiores. Frente a Capua alineó en 1436 unos 12.000 hombres de armas o 4.000 lanzas. En las campañas napolitanas de 1441-2, sin contar la aportación de los condotieros a su servicio, desplegó 1.832 lanzas, 1.400 infantes y 200 ballesteros. Como cada lanza era retribuida con 1.260 sueldos (la tercera parte en telas y paños), Alfonso tuvo que desprenderse al menos de 1.679.580 sueldos en 1419, 1.260.000 en 1429, 5.040.000 en 1436, y 2.308.320 en 1441-2 para pagar a su caballería. Por supuesto, la infantería también cobraba.

                A los 10.287.900 sueldos, de mínima, que costaron sus lanzas de caballería se les añadieron los dispendios de la flota de guerra. En 1419 reunió una flota de 28 galeras, 14 naves y 4 galeotas, y en 1433 otra de 24 galeras, 9 naves 7 y 4 galeotas contra el sultán de Túnez en la isla de Yerba. En 1431, una galera costaba de construirse en las atarazanas de Barcelona unos 10.092 sueldos, y su mantenimiento en una campaña de unos cinco meses suponía desprenderse de 44.000 sueldos en 1419. De entrada, sin tener en cuenta reparaciones ni otras circunstancias, una flota de 28 galeras requería unos 1.232.000 sueldos en campaña. Naves y galeotas también exigían sus buenos dineros. Todos los dispendios literalmente pulverizaban los 14.299.448 sueldos conseguidos trabajosamente del reino de Valencia. Las adversidades vaciaron también la bolsa del Magnánimo: su rescate, tras ser apresado en Ponza en 1435, se fijó en 630.000 sueldos.

                Un esfuerzo ingente.

                La magnitud de todas estas sumas era sencillamente fabulosa, especialmente si las comparamos con otras. En 1372, la deuda del municipio de Vilafamés era de 51.100 sueldos; entre 1422 y 1429, los ingresos por corso en la bailía de Orihuela y Alicante fueron de 49.390; en 1425, los mercaderes venecianos pagaron 32.943 por impuestos sobre el comercio en Valencia; en 1430, la finalización de la lonja de Alicante costó 13.040; y en 1443, la vida de un cautivo musulmán se fijó en 460 en la gobernación de Orihuela.

                Se daba la circunstancia que el rey no pagaba en sueldos reales valencianos de plata, unidad monetaria que hemos empleado para homologar las distintas sumas, sino en florines o ducados de oro generalmente, lo que aumentó los ya sobrecargados costes. Las continuas peticiones de dinero forzaron el recurso al crédito y al endeudamiento. Si en 1409-10 la ciudad de Valencia tuvo que reducir el interés de los censales que pagaba del 7´7-7´2% al 6´7%, en 1434 insistió en esta vía para evitar la quiebra.

                La Valencia de la primera mitad del siglo XV aguantó su envite, con todo, pero su herencia fue inquietante, más allá de la deuda. Consolidó el autoritarismo real a costa de las instituciones representativas del reino; afianzó el gobierno de las oligarquías municipales, la de los rentistas que no tuvieron empacho en aumentar el montante de la deuda, a sufragar por los más humildes; y alentó el servilismo hacia la corona, pues su política de expansión solo benefició en verdad a un reducido círculo de fieles, que consiguieron hacer fortuna. Alfonso el Magnánimo pensó en su propia conveniencia, y muy poco en la de sus súbditos. A su modo, su reinado sentaría algunos de los problemas que décadas más tarde estallarían en las Germanías.

                Bibliografía.

                Vicent Josep Escartí (editor), Dietari del capellà d´Alfons el Magnànim, Valencia, 2001.

                Winfried Küchler, Les finances de la Corona d´Aragó al segle XV (Regnats d´Alfons V i Joan II), Valencia, 1997.

                Carlos López Rodríguez, Nobleza y poder político. El Reino de Valencia (1416-1446), Valencia, 2005.

                Agustín Rubio, Epistolari de la València medieval (II), Valencia/Barcelona, 1998.

                Jorge Sáiz, Caballeros del rey. Nobleza y guerra en el reinado de Alfonso el Magnánimo, Valencia, 2008.