EL SALARIO DE LOS SOLDADOS DEL REINO.

29.07.2016 16:29

                

                A principios del siglo XV los ejércitos reales estaban en camino de convertirse en las fuerzas mercenarias que dominarían los campos de batalla de la Europa Occidental de la siguiente centuria. La obligación de acudir al llamamiento del monarca en calidad de señor feudal supremo persistía junto a la de príncipe de un territorio dotado con unos derechos y unos privilegios que no se podían ignorar. Sus naturales debían de defenderlo en caso de agresión bajo unas determinadas condiciones, circunscribiéndose la guerra ofensiva a otros parámetros. Indiscutiblemente para burlar más de una limitación toda guerra se intentaba presentar como defensiva.

                Martín I el Humano, tras un siglo de importantes y dilatadas guerras, terminó de regular el sistema de contribución militar de los naturales del reino de Valencia. Los eclesiásticos de la época estaban familiarizados con el manejo de las armas y algunos de ellos de manera excelente en calidad de artilleros o ingenieros militares, pero acostumbraban a invocar sus exenciones tributarias a la hora de pagar alguna contribución bélica. En la ciudad de Valencia, punto esencial en la estrategia del reino, se les obligó a participar sin más ambages en su guarda.

                En caso de conflicto correspondía al gobernador convocar a las armas a los valencianos en nombre del rey, sin forzarlos con amenazas y malos modos. Se movilizaría un contingente de tropas ajustado a las verdaderas necesidades, sin exageraciones innecesarias, y debidamente sufragado con el dinero de las arcas reales de variada procedencia, como la de los donativos parlamentarios.

                Todo valenciano que marchara en campaña tenía derecho a un salario diario desde su salida a su retorno. A efectos de cobro se consideraría la primera jornada la de la salida oficial de la hueste con la bandera. El caballero con montura pesadamente armado recibiría cinco sueldos al día. Ganaría tres sueldos el caballero ligero, aprestado a la jineta al estilo de la frontera con los musulmanes granadinos. Un mulero, especialista en el siempre delicado transporte, podía reclamar dos sueldos, por encima del sueldo diario que podía percibir un ballestero. Los lanceros, el grueso de la sufrida infantería, solo podía esperar menos de un sueldo, unos diez dineros.

                Los soldados movilizados en estas condiciones tenían derecho a reclamar indemnización por pérdidas de los fondos conseguidos como botín de campaña, al modo de las fuerzas concejiles hispánicas. A tal efecto se habilitarían unos encargados de tratar con las autoridades regias para lograr una composición provechosa reconocida por la hueste. La guerra nunca se desembarazó de los inevitables condicionantes legales y salariales.