EN LA VECINDAD DE LA RAYA DE VALENCIA, MOYA.
Los valencianos siempre han mantenido una estrecha relación con las tierras del interior de la Península por razones humanas, económicas y políticas. Un ejemplo claro al respecto es el de la conquense Moya, erigida en marquesado en 1480.
Punto de tránsito mercantil de gran actividad, Moya acogía regularmente a no pocos comerciantes valencianos, como al Martín de Perato que en 1489 tuvo que dirimir la cuestión de una iguala con la casa de Abravanel ante el corregidor. En ocasiones, los litigios también envolvieron a la misma ciudad de Valencia con el marqués de Moya, como el que tuvo lugar alrededor de 1612.
Las partidas de los alimentos eran de singular importancia en aquellas relaciones comerciales, y en 1663 la ciudad de Játiva solicitó a la corona extraer trigo y ganado del marquesado de Moya.
Todavía en los tiempos de los Austrias existía, a efectos fiscales y de naturaleza legal individual, la raya fronteriza entre Valencia y Castilla, que no pocos bandoleros trataban de aprovechar en su beneficio, especialmente cuando se practicaba un lucrativo contrabando. Cuando se cometía un delito, se pensaba burlar a la justicia escapando al reino vecino, donde la extradición comportaba unos inevitables trámites con independencia de la captura material de los delincuentes. El conde de Aytona, que fue virrey de Valencia entre 1580 y 1595, supo que los asesinos del vizconde de Chelva (los de la cuadrilla de Feleto) se refugiaron en la casa de Miguel Navarro, sita en la sierra del Santerón.
Los estudios más recientes han desvelado cómo varios oligarcas de distintas localidades del Este de Castilla contrataron los servicios de bandoleros valencianos para dirimir sus pleitos personales. El marquesado de Moya se convirtió en 1642 en un punto de paso y de refugio de aquéllos, lo que dio no pocos quebradero. Lo cierto es que Moya compartió el destino y los problemas de las localidades hermanas de Valencia.