ENTRE LA CORTE Y EL PUEBLO, EL ESPÍRITU PÚBLICO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los gobiernos se han inclinado y se inclinan por ocultar sus pulsiones de poder bajo ideas de benevolencia, sean de cariz religioso o laico. Muchas veces no se ha declarado una guerra para dominar un reino más, sino para defender unos derechos o la justicia de Dios. La propaganda política ha sido servida por personas de letras y de leyes, capaces de poner en circulación ideas que acaban calando en la sociedad.
El pensamiento escolástico, tan determinado por Aristóteles, insistió en el bienestar público, en el buen regimiento de la cosa pública. Francesc Eiximenis trató sobre el particular con extensión. Si los reyes lo quisieron utilizar en su provecho, sus súbditos también pretendieron llevar el agua a su molino.
A veces se dieron situaciones en las que los intereses de ambas partes coincidían. En el invierno de 1382 la ciudad de Valencia padecía hambre. Sus jurados temieron alborotos, y pusieron su vista en la carga de las naves fondeadas en el puerto del Grao. La del mercader barcelonés Francesc Ça Closa, patroneada por su hermano Pere, almacenaba cereal, que sería vendido con provecho en otros lugares. En consecuencia, los jurados impetraron la ayuda de Pedro IV.
Como su corte frecuentaba bastante la ciudad, se inclinó por su causa en nombre de la cosa pública. A 20 de febrero ordenó que se podía descargar el cereal de la nave, sin pretextar que otros la habían fletado, si no quería incurrirse en su ira e indignación, junto a la pena de mil florines de oro por cada infractor.
El espíritu público se ponía igualmente a prueba en otras ocasiones difíciles, como las del cautiverio. Las incursiones de los corsarios cristianos y musulmanes abastecían de esclavos a innumerables puertos de Mediterráneo. A veces, los desdichados prisioneros podían ser redimidos a cambio del pago de su rescate, otra lucrativa y regulada fuente de ingresos. Se concedió licencia el 20 de febrero de 1382 al ciudadano valenciano Antonio Guilla para pedir limosna por todo el reino para rescatar cautivos cristianos en tierras musulmanas.
Tales actos expresaban a su modo el alma de la comunidad cristiana, un ideal de cuerpo místico que se plasmaba en las distintas cofradías de la época, desde las de la gente más acaudalada a la más modesta. La de los mozos tejedores de la ciudad de Valencia, cuyas normas se aprobaron el 25 de febrero de 1382, estableció una limosna en honor de la Virgen, San Antonio y toda la corte celestial por las almas de todos sus integrantes, así como las debidas obligaciones de obediencia, pago de cuotas y atención a los enfermos. Las ideas de bienestar público iban calando entre los humildes, más allá de la corte, que se encontró con la horma de su zapato cuando fueron esgrimidas por disidentes en tiempos de crisis política.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Registros, nº. 939.