IMPORTANCIA DEL REINO DE VALENCIA EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.10.2024 12:52

               

                Desde el romanticismo, la historiografía valenciana ha venido insistiendo en dos grandes puntos: el del Siglo de Oro valenciano y el de la marginación del reino bajo los reinados de los Habsburgo. La grandeza del reino de Valencia, por tanto, se separaría de la del imperio español, de predominio castellano. Tales planteamientos se han venido manteniendo con la ayuda de los inefables testimonios del carácter flojo y voluble de los valencianos, que se conformarían con el mero nombre de reino en la defensa de sus instituciones.

                Semejantes opiniones reflejan más el pensamiento de sus autores que la compleja realidad, pues fueron muy del gusto de las autoridades militares borbónicas que quisieron legitimar sus expeditivas medidas contra la población valenciana, acusada de propensión a cambiar de opinión y a la rebelión. Por ello, para entender mejor la importancia del reino de Valencia en la Monarquía hispánica es muy conveniente decir algunas palabras sobre la naturaleza de la misma.

                La Monarquía hispánica no dejó de ser una unión de reinos y de Estados, con sus instituciones propias, bajo la autoridad de un mismo soberano, cuyo poder variaba de un lugar a otro. Los contactos entre las gentes de la Península, de la antigua Hispania, y los combates con otros pueblos alentaron la idea de españoles y de España, pero con unas características diferentes a las actuales. La idea de España no evitó los roces y los conflictos, algunos especialmente graves, entre sus reinos y pueblos. Si castellanos y portugueses riñeron en más de una ocasión entre 1580 y 1640, los valencianos tampoco se mostraron siempre conformes con los castellanos. Las autoridades de Orihuela se quejaron a fines del siglo XVI del trato a la castellana, de tintes autoritarios, de las autoridades reales, cuando en el reino de Aragón Felipe II se enfrentaba a una crisis política de amplias dimensiones.

                Las empresas miliares de la corona comportaron considerabilísimas reclamaciones de dinero y de soldados a cada uno de los reinos de la Monarquía. Su peso fue tan severo que provocó las quejas de Castilla, exhausta por la pesada carga, y los recelos de Cataluña, que terminaron en franca ruptura. Ya desde Alfonso el Magnánimo, mucho antes de la unión de don Fernando y doña Isabel, la ciudad de Valencia venía contribuyendo a la política exterior con largueza. La conquista de Nápoles no resultó barata, y la monarquía supo controlar la voluntad municipal de Valencia a través de su maestre racional. Similares formas de control se extendieron a otras localidades del reino, con la aquiescencia de sus oligarquías. Fernando el Católico, tan venerado en el siglo XVII como el último gran rey, empleó esta fórmula a conciencia durante la guerra de Granada, los enfrentamientos con Francia por Italia y las campañas norteafricanas. Antes de que Castilla, ya de por sí quejosa por la cuantía de las alcabalas, terminara soportando el mayor peso del imperio, Valencia corrió con gastos excesivos, y sin su aportación financiera no se entendería la formación y fortalecimiento de la primera Monarquía hispánica.

                Decir que los valencianos corrieron con tales gastos sería muy impreciso, ya que las oligarquías descargaron el mayor gravamen de la tributación sobre las espaldas de los grupos más modestos, lo que explicaría la intensidad y extensión del estallido de las Germanías. Los poderosos del reino de Valencia no se condujeron como tipos débiles, sino como unos oportunistas sin escrúpulos, deseosos de ganar fortuna y honores. Cuando les convino, acudieron a la violencia de las parcialidades, con bandoleros a sueldo, para defender sus intereses familiares o para burlar las disposiciones reales. En estas condiciones floreció el contrabando en ciudades como Alicante, llegando a frustrar las disposiciones restrictivas del mismísimo Olivares. Acatar sin cumplir fue la fórmula de las oligarquías valencianas, como la de otros puntos del imperio español, para hacer su santa voluntad, algo especialmente visible bajo los Austrias menores.

                Los valencianos tuvieron un discretísimo papel en la conquista de América, por mucho que algunos aboguen ahora por la valencianidad de Cristóbal Colón. Se trató, como es sabido, de una empresa castellana que despertó el resquemor de las gentes de la Corona de Aragón, también deseosas de destacar sus propias hazañas al servicio de los reyes. El dominio de las Indias extendió la Monarquía enormemente y abrió el espacio atlántico a la gran política internacional. Los mediterráneos valencianos, según cierta visión, se encontraron postergados, quejándose de no gozar del oportuno apoyo militar de la monarquía a comienzos del siglo XVII. Así pues, el reino de Valencia sería un territorio casi ignorado en una frontera cada vez más secundaria.

                Si hubo algo que preocupara a la corona fue la presencia de comunidades musulmanas, los mudéjares que pasaron por imperativo a ser moriscos. Se dudó de su compromiso con la fe cristiana y de su fidelidad, temiéndose que abrieran la puerta a una nueva invasión islámica, la de una segunda pérdida de España. Muchos de ellos eran vasallos de señores que conservaban sus armas. La rebelión de Granada de 1568-71 hizo temer lo peor, y los cristianos de Valencia no dudaron en acudir al frente de guerra para evitar la lucha en el mismo reino y de paso ganar botín y honores. Por ende, la expulsión de 1609 se acompañó de grandes preparativos militares

                De hecho, las lamentaciones por la indefensión del extendido reino son muy anteriores, informándose del mal estado de sus castillos en el siglo XIV. Las incursiones navales de Barbarroja de la década de 1540, en medio de un estado de temor considerable, agravaron este pesimismo. Sin embargo, el reino de Valencia terminó articulando un sistema defensivo de nuevas fortificaciones, torres de vigía y milicias que paró más de un golpe, y que fue utilizado más allá de la batalla de Lepanto, la que señalaría el ocaso del Mediterráneo. Nada más lejos de la realidad. La afluencia de navegantes de la Europa atlántica revitalizó los puertos de Valencia o Alicante, convertidos en puntos de comunicación importantes con el Norte de África e Italia. En el siglo XVII, ingleses, neerlandeses y franceses combatieron con los españoles por el dominio del Mediterráneo. La debilitada Monarquía de Carlos II no pudo obviar el duro bombardeo francés de Alicante en 1691. La lucha por el Mediterráneo todavía daría mucho que hablar.

                Curiosamente, en los tiempos de Carlos se comenzaron a apreciar las primeras muestras demográficas y económicas de la expansión valenciana del XVIII, ya superadas las consecuencias a nivel general de la expulsión de los moriscos, una verdadera reestructuración de muchas de las comarcas del reino. La guerra de Sucesión descargó con crueldad sobre tierras valencianas, comportando la abolición foral. Bajo este punto de vista, el reino de Valencia demostró que la Monarquía hispánica se había fundamentado en una pluralidad, de la que incluso el régimen borbónico no pudo prescindir a la larga.